Julie Cohen

El amor de sus sueños


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mirar, encontró el pequeño libro en el primer cajón. Se arrodilló con él de nuevo frente a la chimenea.

      Se lamió los labios y pensó que podía saborear de nuevo la dulzura de su amante. Pero era sólo su imaginación. Ella había sido sólo una fantasía. Pero, por alguna razón, parecía más real que todo lo que había experimentado hasta entonces.

      Jack rasgó una a una las páginas de su agenda, deshaciéndose así de los nombres y teléfonos de todas las mujeres que allí tenía apuntados.

      Capítulo 1

      «A veces la vida es un asco», pensó ella.

      –Entonces, ¿cuánto me daría por mi Mercedes? –preguntó Kitty Giroux Clifford al hombre que tenía frente a ella mirándolo directamente a los ojos.

      El vendedor de coches usados se rascó la barbilla y dudó un segundo.

      –Tiene muchos kilómetros para ser un modelo del año pasado… Y aquí en Maine no se venden muy bien los descapotables. El invierno es demasiado duro.

      Kitty se enderezó en la silla. Necesitaba cada céntimo que pudiera sacar de la venta del coche para pagar sus deudas y mantener su negocio a flote. Pero no quería parecer desesperada.

      Aunque lo estaba. Y el vendedor lo sabía. La gente no vendía un Mercedes a no ser que se estuviera pasando una crisis económica.

      –Bueno, a lo mejor en el concesionario de Scarborough tienen más demanda de descapotables –dijo ella mientras se abotonaba la chaqueta de su traje de marca y se disponía a levantarse.

      –Un momento, señorita Clifford –la interrumpió el hombre–. Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo.

      Sonrió, supo que había ganado. Pero en ese momento su bolso vibró y el corazón le dio un vuelco, siempre le pasaba cuando sonaba el teléfono móvil.

      «Esta llamada podría ser la que espero».

      –Perdone –se disculpó mientras sacaba el aparato–. Pero tengo que contestar.

      Vio en la pantalla que era su madre, para variar, la que llamaba. Pero decidió contestar de todas formas. Le vendría bien que el vendedor de coches pensara que era una mujer ocupada.

      –¿Diga? –saludó saliendo al aparcamiento.

      –¡Kitty! –gritó su madre entusiasmada–. ¡Te acaba de llamar alguien que quiere contratarte! Y, ¿a que no adivinas para dónde?

      Su pulso se aceleró. Había iniciado su negocio como diseñadora de interiores en Maine seis meses atrás y ésa era la primera llamada de interés que conseguía.

      –¿Dónde?

      –¡Te va a encantar! Ha comprado el cine Delphi y lo está restaurando.

      –¡Sí! –gritó Kitty dando un salto en el aire.

      El cine Delphi era el edificio más elegante de Portland. Nunca había sido una cinéfila pero siempre le había gustado el Delphi, desde pequeña. Parecía un palacio desvencijado, el tipo de sitio donde podría encontrar a un príncipe azul. Quizá a un príncipe azul también un poco deslustrado pero un príncipe azul al fin y al cabo.

      Ya no tenía ese tipo de sueños. Pero, desde su vuelta a Maine, se había parado a admirar el cine en ruinas cada vez que pasaba por allí. Había sido descuidado durante años pero aún conservaba su elegante estilo art decó. Restaurar un sitio así era el sueño de cualquier decorador.

      Parecía que su suerte podía empezar a cambiar.

      –Dijo que estaría esta tarde en el cine y espera que puedas pasarte –le dijo su madre–. He anotado su número por si quieres llamarlo.

      –¡Es genial, mamá! ¿Cómo se llama? –le preguntó mientras volvía a la oficina del vendedor.

      –Taylor.

      Se quedó parada en mitad del aparcamiento. Recordó que a Jack Taylor le encantaban las películas. Pero no podía ser.

      –¿Qué?

      –Taylor, se llama Taylor.

      –¿Y su nombre de pila?

      –No lo recuerdo. Me ha parecido encantador.

      Era la primera oportunidad real que tenía en su nuevo negocio y desde su divorcio. No podía creer que su cliente pudiera ser…

      –¿Cómo se deletrea?

      –Lo he anotado como T, A, I…

      –¿Estás segura de que no se escribe con «y» griega?

      –Bueno, no lo sé. A mí me sonó de la otra forma. Pero ¿qué más da? Es el trabajo que has estado esperando.

      Sí, ese trabajo parecía un sueño. Pero Jack Taylor era su peor pesadilla. Era el chico del que había estado enamorada en el instituto, el que pisoteó su corazón y la humilló enfrente de todo el colegio durante el baile de fin de curso. Era la única persona en el mundo a la que no quería volver a ver en su vida.

      Llevaba seis meses viviendo en la ciudad donde había crecido y no se había encontrado con él durante ese tiempo. Eso le hizo pensar que quizá se hubiera ido a otro sitio. Portland era una ciudad pequeña y pensaba que en ella no había suficientes mujeres para tener satisfecho a Jack.

      Aunque pensándolo mejor, Kitty decidió que en el mundo no había mujeres suficientes para mantenerlo contento. Tenía más novias y aventuras que pelos en la cabeza.

      Eso si no había cambiado desde sus tiempos en el instituto. Y no creía que lo hubiera hecho. Era rico, atractivo y lo suficientemente encantador como para que las féminas cayeran rendidas a sus pies. Igual que le había pasado a ella trece años antes.

      –¿Cariño? ¿Quieres el número? Así puedes preguntarle tú misma cómo escribe su apellido.

      La voz de su madre hizo que regresara a la realidad y se dio cuenta de que estaba en medio de un aparcamiento retorciendo entre sus dedos un mechón de su pelirrojo cabello mientras agarraba con fuerza el teléfono en la otra mano. El vendedor de coches la miraba por la ventana. Se imaginó que la habría visto saltar de alegría segundos antes. Pero eso ya no le importaba. Si tenía trabajo, no tendría que deshacerse de su coche. Podría hablar con el banco y reorganizar el pago de sus deudas de algún modo…

      –Mamá, tengo la agenda en el coche. Te llamo dentro de un minuto para que me des el teléfono del señor Taylor, ¿de acuerdo? Además, necesito hablar con alguien antes.

      Kitty metió el móvil de nuevo en el bolso y entró en el despacho. El hombre no se molestó en levantarse al verla pasar.

      –He decidido no vender mi coche, señor Dawson –le dijo tomando las llaves que estaban sobre la mesa–. Perdone las molestias.

      Se quedó tan sorprendido que Kitty no pudo evitar sonreír al salir de allí. Su suerte estaba cambiando por fin. El cine Delphi era un gran paso.

      Salió deprisa hasta su coche, tenía ganas de llamar a su madre y conseguir ese teléfono pronto. Quería ese trabajo. Por el dinero y por sí misma. Había tenido éxito en California pero su matrimonio con Sam había sido un fracaso. Se suponía que volver a Maine debería haberle servido como nuevo comienzo. Quería probar que podía valerse por sí misma. Pero hasta el momento no había sido capaz de conseguirlo y sus ahorros estaban desapareciendo.

      Estaba convencida de que toda su vida dependía de que consiguiera ese trabajo y lo hiciera bien. Un cine era un trabajo muy importante. Era como un escaparate para su talento que le proporcionaría más trabajo en el futuro.

      Llegó al coche con una amplia sonrisa en la cara. Llevó la mano al bolso para abrirlo pero vio que la cremallera ya estaba abierta. Se le borró la sonrisa, metió la mano y vio que el bolso estaba vacío.

      –¡No!

      Miró