Julie Cohen

El amor de sus sueños


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latir, ella dejó de respirar. Le pareció que se le hacía un nudo en la garganta y no podía hablar. Sólo podía pronunciar la única sílaba que tenía sentido para ella entonces.

      Jack.

      Era como si volviera a tener catorce años, atrapada por esos ojos marrones en el pasillo del instituto cuando él se dignaba a mirarla. Y ella sentía entonces que le temblaban las rodillas, le sudaban las manos y el estómago se le encogía.

      Él había tomado toda su profesionalidad, todo su control y hecho que desaparecieran con sólo una mirada.

      –¿Por qué no se ha puesto gordo o calvo? –protestó Kitty en voz alta.

      Pero no, estaba mejor que nunca. Y había algo más, algo que no podía olvidar, algo que aún hacía que sus rodillas temblaran, algo que había pasado entre ellos y que iba mucho más allá que una simple mirada en el pasillo del instituto. Porque ahora los dos eran adultos y las señales que se habían cruzado eran señales de adultos.

      Puramente sexuales.

      A pesar de lo claro que era el traje que llevaba, se apoyó en un viejo coche y una ola de calor la invadió de nuevo. Cuando Jack la miró a los ojos sintió mucho más que atracción. Incluso más que simple lujuria.

      Era como si hubieran hecho el amor allí mismo, en medio del vestíbulo del viejo cine. Incluso había sentido las manos de Jack en su cuerpo, acariciándola y haciendo que alcanzara cotas de placer que nunca antes había sentido. Había sentido su cálida y húmeda boca recorriendo su piel. Hasta lo había podido imaginar dentro de ella, llenándola de vida y pasión.

      Y aún podía sentirlo. Kitty cerró los ojos e inclinó hacia atrás la cabeza. Era una sensación poderosa y demoledora. Y muy excitante. Sentía su propia ropa acariciándola de una forma de la que antes no había sido consciente. Todo su cuerpo era una zona erógena esperando ser satisfecha.

      Kitty se acarició el cuello y pensó en cómo sería si Jack la tocara así. No pudo evitar pensar en lo que habría hecho si él se hubiera acercado un poco más y la hubiera besado.

      Pero sabía que tenía que escapar. Tenía mala suerte pero no era tonta. No iba a caer rendida a sus pies. Era el chico que le había roto el corazón en el instituto y el hombre que podía levantar o hundir su carrera con sólo tomar una decisión.

      Era la persona que representaba todo lo que ella temía.

      Kitty abrió lo ojos de golpe y toda la sensualidad que la había embargado se esfumó, dejándola avergonzada. Recordó que algunas de las expresiones que había usado con Jack habían sido propias de una colegiala, de alguien de quince años. Le habían bastado diez minutos con él para perder la compostura.

      Pero no tenía alternativa, no podía permitirse renunciar a ese proyecto. Lo necesitaba y estaba claro que no iba a poder evitar a Jack. Así que iba a tener que intentar ser lo más profesional posible y no dejar que Jack la convirtiera en una adolescente nerviosa y hormonal.

      –No dejaré que Jack Taylor me convierta en una adolescente nerviosa y hormonal –prometió en voz alta–. Soy una mujer adulta de veintisiete años. Los chicos ya no me afectan así –añadió enderezándose y retirándose el pelo de la cara.

      Pero después se agachó detrás del Volkswagen en el que estaba apoyada porque Jack Taylor acababa de doblar la esquina frente a ella.

      Había estado corriendo y lo hacía con la misma agilidad que hacía todo. Era perfecto. Todo menos su personalidad. Y ahí estaba ella, odiándose por estar escondida tras un coche, con su traje más caro, tacones altos y rezando para que no la hubiese visto.

      Decidió arriesgarse y mirar. Jack estaba en la acera. Mirando hacia el aparcamiento con su mano sobre la frente a modo de visera.

      Comenzó a andar encorvada. Se sentía ridícula, quería salir de allí pero no sabía cómo. No podía llegar hasta su Mercedes sin ser vista o sin que su traje sufriera las consecuencias de arrastrarse por el suelo. Era un traje muy caro.

      Miró de nuevo y tuvo suerte. Jack había echado a correr en dirección contraria y aprovechó para ir hacia su coche deprisa. Se metió en él sin perder un segundo y salió pitando del aparcamiento, dejando dos marcas en el pavimento al salir marcha atrás a toda prisa.

      Fue en dirección contraria a su casa durante unas cuantas manzanas, pero lo prefería antes que arriesgarse a pasar al lado de Jack. Cuando paró en el primer semáforo en rojo se echó un vistazo. Sus medias tenían varios agujeros que se había hecho al arrodillarse en el suelo. La falda estaba muy sucia y uno de los zapatos tenía una marca marrón.

      Todo aquello era ridículo, pero no pudo evitar sonreír.

      –Estás muy equivocada Kitty –se dijo en voz alta–. No eres ninguna adulta y aún no sabes cómo tratar con chicos.

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