e infligir una grave derrota a los musulmanes en 1543 en la región del lago Tana. La muerte del Gragn durante el enfrentamiento hizo que su ejército se retirara hacia Harar.
Pero el debilitado reino permaneció bajo la amenaza de los turcos, la insurrección de los judíos falashas en el Simien y la expansión de los oromo del sur hacia tierras cristianas. Zarsa Dengal (1563-1597) recompuso un ejército y logró restaurar la autoridad imperial sobre todo el territorio abisinio, que entonces abarcaba la mayor parte de Eritrea, Tigray y vastas zonas de Welo, Gojam y Choa.
Libres de la amenaza islámica, a lo largo del siglo XVII, los etíopes se vieron confrontados con los insidiosos planes de los misioneros católicos. Los jesuitas españoles desembarcaron tras los soldados portugueses y se esforzaron por devolver a la Iglesia etíope al seno de Roma. Uno de ellos, el padre Pedro Páez (natural de Olmeda de las Fuentes, Madrid), especialmente influyente, logró convertir al emperador Za Dengal (1603-1604) al catolicismo. Lo asesinaron poco después. El rey Susenyos (1607-1632) reiteró su sumisión al Papa y trató de convertir a sus súbditos al catolicismo. Esto provocó una insurrección popular, promovida por el clero ortodoxo, que obligó al soberano a abdicar en favor de su hijo Fasilides.
Esplendor y decadencia de la dinastía gondariana (1632-1855)
Tras renegar de su bautismo católico, Fasilides (1632-1667) restauró la fe tradicional y expulsó a los jesuitas del país. A partir de ese momento, la desconfianza hacia los occidentales, y en particular hacia los misioneros, fue constante.
A diferencia de sus predecesores, que trasladaron la corte en base a los conflictos, el monarca decidió establecer su capital en la ciudad de Gondar. Este estilo de vida sedentario atrajo a artesanos y artistas y dio inicio a una era de intensa actividad cultural. Al abrigo de sus imponentes castillos con ricas bibliotecas, la ciudad se convirtió en un centro de erudición, arte y música.
El asesinato del rey Iyasu en 1706 anunció el declive de Gondar. Durante siglo y medio, las luchas fratricidas, la expansión de los oromo y sus intrigas en el seno del poder real debilitaron el reino, que se dividió en diferentes poderes locales. Este período, conocido como la Era de los jueces por la anarquía que precedió al establecimiento de la realeza entre los israelitas, duró hasta 1855.
Restauración de la monarquía y fracaso del imperialismo europeo
Los años de disturbios favorecieron el ascenso de Kassa Hailu, hijo de un gobernador de la provincia de Quarra. Educado en un monasterio, Kassa perfeccionó su vocación como estratega militar luchando en las guerras que asolaban el país, y después se convirtió en una especie de forajido (shifta). Reunió gran número de adeptos a su alrededor y derrotó una a una a las dinastías locales, hasta la más poderosa en Choa, donde Menelik, futuro soberano, se convirtió en su prisionero.
Lo nombraron rey en 1855 con el nombre de Teodoro II (1855-1869) y se esforzó por reformar y modernizar el país, a pesar de la resistencia de la población y, en particular, la Iglesia, a quien pidió importantes contribuciones económicas. Ambicioso y autoritario, Teodoro acabó perdiendo la cabeza. En 1886, ofendido por no tener una respuesta de la reina Victoria a su petición de participar en una campaña contra los musulmanes, tomó como rehenes a diplomáticos británicos. Esta vez la respuesta no se hizo esperar y, en 1868, un ejército de 32 000 hombres, bajo el mando de lord Napier, asoló el país. Teodoro, sabiéndose perdido, terminó suicidándose. Tras nuevas disputas de sucesión, el ras de Tigray se hizo con el trono bajo el nombre de Yohannis IV (1872-1889). Gran diplomático, obtuvo la lealtad de sus oponentes más peligrosos, entre ellos Menelik, rey de Choa.
Durante su reinado, Yohannis trabajó para repeler las incursiones egipcias, así como para contener los objetivos colonialistas de los italianos, ingleses y franceses que se habían instalado en Somalia. Pero la amenaza que determinó su destino llegó desde Sudán. Tras haber repelido a los ingleses, los mahdistas sudaneses (o derviches) amenazaron a Gondar. Yohannis resultó mortalmente herido mientras combatía contra esta secta musulmana.
Ante esta noticia, el rey de Choa, que ansiaba el título supremo desde hacía mucho, se autoproclamó monarca bajo el nombre de Menelik II (1889-1911). De mutuo entendimiento, el soberano firmó el Tratado de Wuchale con los italianos, ya muy arraigados en Eritrea. Pero una interpretación divergente del texto llevó a Menelik a revocarlo en 1893, lo que bastó para despertar las ambiciones expansionistas de Italia, que reclamaba Tigray y exigía un protectorado sobre Harar. Sin apocarse, el rey reunió un ejército de 120 000 hombres y se enfrentó a los italianos en Adua en febrero de 1896. Contra todo pronóstico, Adua fue el escenario de la primera victoria de un ejército africano sobre un ejército occidental.
La soberanía y la independencia de Etiopía fueron reconocidas oficialmente. Durante los diez años siguientes, Menelik amplió sus territorios hacia el sur, dio al país sus fronteras actuales, construyó su nueva capital, Adís Abeba, y modernizó el país. Al tiempo que el ferrocarril comenzaba a extenderse desde Yibuti, la red de carreteras se amplió, las escuelas, los hospitales y los bancos se multiplicaron, y aparecieron la electricidad y el teléfono.
Tras la muerte de Menelik, su nieto, Iyasu 1913-1916), llegó al poder. Considerado demasiado cercano a los musulmanes e impopular entre la Iglesia y la nobleza por las reformas que emprendió, se le acusó de haber negado la fe cristiana antes de ser excomulgado y depuesto.
Nombrada reina, Zauditu, hija de Menelik, se vio obligada a compartir el poder con el ras Tafari, hijo del ras Makonnen, gobernador de Harar y primo de Menelik. Deseoso de situar a Etiopía en la escena internacional, Tafari abolió la esclavitud y consiguió la entrada de su país en la Sociedad de las Naciones (SDN) en 1924, lo que, en teoría, la debía proteger de las ambiciones coloniales europeas.
Mitos e historia
La historia etíope es rica en leyendas, milagros y profecías, así como mitos fundadores que explican el nacimiento y la razón de ser de estructuras religiosas y políticas. Esta abundancia se debe a la profundidad temporal de la historia etíope: los vestigios monumentales de Axum, por ejemplo, han sido reutilizados y reinterpretados tanto por los reyes etíopes como por la Iglesia, y algunos bloques monumentales, ubicados dentro de los muros de la iglesia de Santa María de Sion, sirvieron como asientos en la coronación de los gobernantes. El hecho de que hayan coexistido muchas culturas también ha contribuido al intercambio de ritos y leyendas. Finalmente, las culturas cristiana y musulmana impusieron sus modelos, pero incorporaron muchas de las tradiciones de los pueblos que sometieron y asimilaron. Así, es posible que las numerosas historias en las que las vacas o los toros desempeñan un papel espiritual y simbólico tengan su origen en las culturas pastorales y no en un trasfondo cristiano común. Por último, el hecho de que la historia se haya transmitido, por un lado, a través de los textos en lengua ge’ez —lengua que sigue siendo impenetrable para la gran mayoría— y, por otro, que se haya transmitido oralmente en amárico, lengua compartida por todos, ha creado diferentes niveles de comprensión del pasado. Hay muchos intercambios entre la historia escrita y la oral, pero lo que está claro es que solo la tradición oral podía permitirse transmitir los elementos más oscuros de la historia oficial. Así, pasarán varios siglos antes de que se escriba la parte oculta de la historia del rey Fasilides. Este gobernante, conocido por restaurar la fe ortodoxa y fundar la ciudad de Gondar, también está asociado con algunas leyendas sangrientas y escabrosas. Una de ellas es digna de Las mil y una noches: con el cuerpo cubierto de vello tupido, Fasilides satisfacía sus deseos carnales cada noche con una mujer que mataba por la mañana, hasta que un día, conmovido por la oración de la más pobre de las esclavas de su castillo, comenzó a buscar su redención y construyó puentes sobre los principales ríos que rodean a Gondar para que su pueblo lo alabara y salvara con sus oraciones.
Así pues, comprender y escribir la historia a distintos niveles resulta, a veces, difícil. Al visitar iglesias y yacimientos históricos es habitual que el clero, los guías locales y los residentes compartan los aspectos legendarios y milagrosos de su historia antes que datos objetivos, que requieren un conocimiento real de la historia y la cultura para ser entendidos.
Reinado de Haile Selassie (1930-1974)
Cuando murió la emperatriz en 1930,