Juan Alvarez Guerra

Viajes por Filipinas: De Manila á Albay


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       Juan Alvarez Guerra

      Viajes por Filipinas: De Manila á Albay

      Publicado por Good Press, 2019

       [email protected]

      EAN 4057664185655

       CAPÍTULO I.

       CAPÍTULO II.

       CAPÍTULO III.

       CAPÍTULO IV.

       CAPÍTULO V.

       CAPÍTULO VI.

       CAPÍTULO VII.

       CAPÍTULO VIII.

       CAPÍTULO IX.

       CAPÍTULO X.

       CAPÍTULO XI.

       CAPÍTULO XII.

       CAPÍTULO XIII.

       CAPÍTULO XIV.

       CAPÍTULO XV.

       CAPÍTULO XVI.

       CAPÍTULO XVII.

       CAPÍTULO XVIII.

       CAPÍTULO XIX.

       NOTAS

       Índice

      Quietismo.—Fiebres termométricas.—D. Francisco.—Una carta y una visita.—Proyectos de viaje.—El Sorsogon.—Fisonomía del capitán.—Cubierta del Sorsogon.—Faenas de levar.—En marcha.—Bandera de saludo.—Bahía de Manila.—Naig.—Bataan.—Primer almuerzo.—Luís.—Monomanía francesa.—Dos mestizas y un fraile.—Razas.—Gustos y aficiones.—El puerto y la isla.—Cavite y San Roque.—Enriqueta y Matilde.—Costas de Tayabas.—La oración de la tarde.—Francés y vicol.—Fuegos artificiales.—Discreteos.—El cementerio protestante.—Promesa.—Sueño.—¡Fondo!—Tierra de Albay.

      Son las cuatro de la tarde del tres de Octubre de 1879 … 37° marca el centígrado, y doscientas y pico de muertes acusa la fúnebre estadística de la última semana, siendo originadas en su mayor parte por una fiebre que los médicos llaman no sé cómo, ni me importa, pero que yo le doy el nombre de fiebres termométricas, pues be observado que en casa donde un doctor aplica un termómetro, hay una baja en la vida, un pedazo de mármol menos en los talleres de Rodoreda, y una página más en los registros trienales de Paco.

      El alquiler de cualquiera de los cuartos de los tres pisos que tiene la barriada de mi respetable Sr. D. Francisco, exige un pago adelantado de tres años; si al cabo de ese tiempo no se renueva el inquilinato, se hace el desahucio á golpe de piqueta, sin que nadie tenga derecho á quejarse, puesto que el casero, por boca de la Gaceta, tiene la magnanimidad de conceder un plazo de veinte días.

      ¿Por qué se llamará Paco al campo-santo? Pregunta es esta á la que jamás han podido darme contestación.

      Mientras hago estas observaciones, espanto los mosquitos, rompo el varillaje de un paypay y empapo de sudor dos pañuelos.

      Ha pasado un cuarto de hora y el calor es insoportable.

      Mi bata, que para ser un completo caballero solo le falta haber nacido en una cuna más alta, me alarga una carta, cuyo contenido me anuncia una espera en la visita de un amigo.

      Del recibo de la carta al taconeo de mi amigo medió una hora larga, hora que no puedo datar en mi diario de trabajo, pues la despilfarré con la prodigalidad propia de un millonario, ó de un escéptico de veinte años.

      Mi amigo, que se anunció con un resoplido digno de mejores pulmones—pues el pobre no los tiene muy sanos—tomó sillón y alientos.

      —¿Has recibido mi carta?

      —Sí.

      —¿Presumes á qué vengo?

      —No.

      —Pues vamos al grano. ¿Quieres acompañarme á un viaje?

      —¿Por mar ó por tierra?

      —Por mar.

      —Pero ¡hombre! tú estás empecatado. Es la época de los baguios. El Comercio no duerme por observar las burbujas del Pasig, La Oceanía mira de reojo á su vecino de enfrente, y el Diario profetiza, por boca de no sé quién, que el tifón está poco menos que soplando en los aldabones de la puerta de Santa Lucía, y piensas en viajitos por mar. Vaya, vaya, tú estas malo y tratas de contagiarme.

      —Pero, en fin, ¿me acompañas ó no?

      —Te lo diré cuando contestes á varias preguntas: ¿Adonde vamos, ó mejor dicho, adonde piensas que vayamos?

      —Vamos—dijo mi amigo con todo el entusiasmo de un touriste de pura raza—á la cuna del abacá, á la tierra de los volcanes, á dormir dos noches á la falda del Mayon, á pisar la boca de su cráter, á ser posible; á Albay, en fin.

      —¿Quién manda el vapor? Pues presumo no pensarás en barco de vela.

      —El barco se llama Sorsogon y lo manda X. Conque ¿te decides ó no?

      —Te repito que cuando contestes á todas mis preguntas lo haré á la tuya. Deseo saber de dónde es el capitán, su edad, estado, carácter, circunstancias de su mujer, sí es casado, si tiene suegra, hijos, fortuna y….

      —Quién es el sastre que lo viste y qué come, ¿no es verdad? Ni que esto fuera una oficina de policía ó una expendeduría de pasaportes. Ya estoy acostumbrado á tus genialidades, y como quiera que conozco perfectamente al capitán, puedo decirte es andaluz, joven, de buen humor, casado, su mujer es guapa y lo hace completamente feliz; tiene un chiquitín muy mono, algunos miles de pesos y no conoció á su suegra.

      —¿Cuándo sale el vapor?

      —El sábado cinco á las nueve de la mañana.

      —¡Quico!—grite á mi criado.—Ten todo listo para embarcarnos el sábado de madrugada.