uno contempla las realidades y las posibilidades que atraen afecto y deseo; toda camaradería con Cristo, el Mediador, también empieza en la mente, con conocimiento de su amor inmortal y su vida resucitada presente; toda obediencia empieza en la mente, con el reconocimiento de la revelación concerniente a su propósito y voluntad. Llama a considerar —a pensar, eso es, y de esa manera obtener la verdad de Dios clara, primero en la cabeza de uno y luego en el corazón de uno— son, por consiguiente, básicos para la instrucción de Baxter. La calidad considerablemente didáctica, intelectualmente demandante, que esto les imparte a sus escritos es, desde su punto de vista, una necesidad. Es la mente la que debe entender y dirigir.
La segunda perspectiva es la unidad de la vida humana ante el Señor. Dios nos hizo para cumplir simultáneamente dos grandes mandatos: amar a Dios en su ser trino, lo cual la parte 1 del Directorio nos enseña a hacer, y amar a nuestro prójimo como nos amamos a nosotros mismos, a lo que nos llevan las partes 2 a 4 sobre nuestras responsabilidades en el hogar, la iglesia y la comunidad. Observe, por cierto, que el amor al prójimo, lo cual después de todo, es una forma de caridad, tiene que empezar en el hogar; este es el énfasis bíblico y de la Reforma. La familia es la sociedad principal de la humanidad, y aquellos que no aprenden a amar y servir a sus prójimos en el hogar: cónyuge, hijos, siervos, se quedan hipócritas y discípulos falsos sin importar cuánto se esfuercen para servir a los demás en la iglesia y más allá de esta. ¡Lo primero es lo primero!
La tercera perspectiva es la centralidad de la eternidad. El cielo y el infierno son realidades, y la grandeza del alma humana consiste parcialmente, por lo menos, en el hecho de que nunca dejaremos de existir; sin embargo, debemos habitar eternamente en uno u otro de estos destinos. El propósito de la vida es descubrir y seguir el camino al cielo, por medio de la conversión y la santificación en fe, esperanza y amor. Al suplicarles a sus oyentes y lectores que tomaran la eternidad seriamente, a pensar frecuentemente en ella, y así, a apresurarse para obtener la gloria celestial, Baxter seguramente dijo una palabra que los cristianos de hoy, inclinados al materialismo y a la mundanalidad hasta decir basta, necesitan verdaderamente escuchar. El devocional pujante y de mayor venta que se menciona antes, el cual lanzó a Baxter a la prominencia en 1650, y que ha sido ligado a su nombre desde entonces, El descanso eterno de los santos, insiste en este tema con gran énfasis, y su escritura evangelística y pastoral de allí en adelante nunca se perdió de vista.
Consejero para los cristianos en depresión
Para los puritanos, como un cuerpo, la buena vida era la vida devota, y la vida devota era un producto del pensamiento: pensamiento sobre la infraestructura de las obligaciones (deberes) que Dios ha establecido en su Palabra, pensamiento sobre el perdón comprado con sangre y la aceptación por la que viven los cristianos, pensamiento sobre las promesas misericordiosas de Dios, pensamiento sobre los medios y los fines, y pensamiento sobre la gloria de Dios como el objetivo verdadero de toda vida creada. La instrucción puritana en el comportamiento y las relaciones era, por lo tanto, primera y principalmente un asunto de enseñarle a la gente a pensar (o, para usar su palabra regular para esto, a considerar): eso es, reflexionar sobre cómo servir y complacer a Dios en respuesta a la verdad y la gracia que él ha dado a conocer en la creación, en Cristo y a través de Él. Es aquí, sin embargo, tal como los puritanos vieron claramente, donde surgieron los problemas. Claro está, ellos sabían, de la misma forma que lo sabía y lo sabe casi todo mundo en el mundo occidental, que cada ser humano es una unidad psicofísica, en la que el cuerpo y la mente, aunque distintos, son actualmente inseparables, y cualquiera de los dos puede dejar su huella funcionalmente sobre el otro, para bien o para mal. Hay un problema aquí; los factores físicos llevaban a una medida de desequilibrio mental, eso era lo que los puritanos etiquetaban como melancolía. Aunque diagnosticado de manera diferente, aún permanece con nosotros hoy día.
La palabra melancolía, que hoy día es simplemente un sinónimo de tristeza, era en el siglo XVII un término médico. Proviene de dos palabras griegas que significan “bilis negra”. La teoría era que el cuerpo humano contenía cuatro “humores” en diferentes proporciones; especialmente: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. Una de estas, al ser predominante, determina el temperamento (otro término técnico en aquellos días) de cada persona; es decir, la calidad de la conducta y disposición de uno. Una persona podía ser sanguínea (abundar en sangre: optimista, emprendedora y responsable de trabajar demasiado), o flemática (tranquila, objetiva, apática, y quizá fría), o colérica (impetuosa, agresiva, y a veces, explosiva), o melancólica (sombría, pesimista, propensa a huir asustada, sufre de desesperación, fantasías destructivas). 7 La mente observadora y analítica de Baxter, la que le sirvió para desenvolverse por un tiempo como el doctor principiante de Kidderminster, lo equipó para enfocar y describir a la melancolía con precisión sobre la base de la interacción pastoral y observacional de primera mano. Su descripción puede resumirse como sigue:
La melancolía, según Baxter la percibía, era una realidad psicofísica, una “enfermedad de locura… de la imaginación”8 que podría ser causada porque el cuerpo estaba decaído (tristeza que proviene de su bazo”),9 o por la sobrecarga o fatiga excesiva de la mente, o quizá, por ambas cosas juntas. Sus síntomas eran reconocibles en muchos puntos como distorsiones de las ideas y los ideales puritanos que impregnaban la cultura. Estos incluían temores descabellados: centrados en el infierno, descontrol en la mente y el corazón; además, impresiones engañosas de escuchar voces, ver luces brillantes, sentir roces y ser impulsado a blasfemar o cometer suicidio. Las pesadillas eran frecuentes. Los melancólicos característicamente no podían controlar sus pensamientos; eran incapaces de dejar de desesperarse por todo o de empezar una disciplina de agradecimiento y regocijo en Cristo, o de concentrarse en algo que no fuera su propia desesperanza y la certidumbre sentida de condenación. Ellos cultivaban la soledad y la pereza; pasaban horas sin hacer nada. Insistían en que los demás no los comprendían y que ellos no estaban enfermos, sino que eran realistas acerca de sí mismos, y resultaban neciamente obstinados en el tema de tomar medicamentos.
El tratamiento que Baxter, como pastor, recomendó se reduce a nunca dejar que los melancólicos pierdan de vista el amor redentor de Dios, la oferta gratuita de vida en Cristo y la grandeza de la gracia en cada punto en el evangelio; no intentar practicar el “deber secreto” de la meditación y la oración por cuenta propia, sino orar en voz alta y acompañado; cultivar la comunidad cristiana alegre (“no hay júbilo como el júbilo de los creyentes”),10 evitar el ocio y hacer buen uso de un médico capaz, un pastor perceptivo y otros mentores y amigos cristianos y fieles, para recibir apoyo, guía y la sanidad.
En dirección a la evaluación
La medida de nuestra apreciación del ministerio de Baxter a los cristianos deprimidos será seguramente el alcance al que vayamos con su punto de vista del hombre, el pecado y la gracia. No hay conflicto en que la teología puritana era genéricamente reformada, y la teología reformada era (y es) genéricamente agustina, y la teología de Agustín era genéricamente paulina y joánica, sobre la base de una visión de la Escritura como una verdad divina acreditada, sin alteraciones e invariable. Tanto Pablo como Juan insisten en la perversidad radical del corazón humano caído, y la calidad igualmente radical del cambio interior que el Espíritu Santo efectúa cuando lleva a la persona a una fe salvadora en el Señor Jesucristo. Sintonizándose con las imágenes de Ezequiel del nuevo corazón y nuevo espíritu (Ezequiel 36:26),11 Pablo habla de este cambio como una nueva creación (2 Corintios 5:17),12 y Juan lo describe, tal como lo hizo Jesús mismo, como un nuevo nacimiento (1 Juan 2:29-3:9,13 vea también Juan 3:3-12).14 Los pastores puritanos como un cuerpo, al igual que Baxter, veían a todos como sujetados natural y profundamente por el pecado: es decir, rebeldía, soberbia contra Dios y egocentrismo. Tomaron como incumbencia propia presentarles a los pecadores la verdad sobre Jesucristo, el Salvador, y la realidad de Cristo mismo, el Señor resucitado, vivo y presente; para hacerles un llamado para responder a las buenas nueva de la gracia; y para guiar a la gloria a los fieles que respondieron al entrenarlos en un discipulado lúcido e incondicional