te pase a ti antes de decir esas cosas.
–A mí me parece que estás empezando a arrepentirte.
Mike se sintió tentado de confesarle su angustia, pero las cosas habían ido demasiado lejos.
–Pensaba que sería más fácil. Pensaba que casarse solo consistía en llegar a tiempo a la iglesia y no perder los anillos.
–Puedes dejarme esos detalles a mí. En cuanto al resto… –Cal miró su reloj–. Es casi la hora de comer. ¿Por qué no vas a buscar a Willow y os tomáis la tarde libre para dedicaros a… lo que más os guste?
–No tengo tiempo. Voy a estar alejado del negocio durante un mes –contestó Mike. Aunque no iba a seguir siendo «el negocio», sino «su negocio». Se conformaría y aceptaría dirigir el periódico. Y su padre firmaría los papeles de cesión en cuanto la tinta del registro civil se hubiera secado.
–¿Mike?
Llevaba una hora esperándolo, terminando el artículo sobre la residencia para huérfanos, haciendo cosas de última hora… Intentando imaginar cómo iba a hablarle sobre el trabajo que le habían ofrecido.
Dejar el periódico sería como una patada para Mike y su padre. Tendría que ir a Londres todos los días y no siempre podría volver a casa por la noche. Aunque cuando el director del Globe se enterase de que estaba punto de casarse, quizá no seguiría interesado en ella…
–¿Qué pasa, Willow? –preguntó Mike entonces, levantando la cabeza de la calculadora.
–Nada. No pasa nada.
Willow no esperó respuesta. Lo que hizo fue salir del edificio. Su coche estaba en el taller y Mike se había ofrecido a llevarla a casa de Crysse. Obviamente, lo había olvidado y ella prefería caminar antes de interrumpir su historia de amor con la calculadora. Eso era lo que pasaba cuando una se enamora de un contable.
Willow apretó la correa del bolso. Daría un paseo para olvidarse del constructor y de las incesantes preguntas de su madre sobre los detalles de la boda. Le daba igual el color de las cintas en los bancos de la iglesia o si habría rosas suficientes. En un mundo en el que hay niños que nunca han tenido vacaciones y nunca las tendrían a menos que alguien como Emily Wootton lo hiciera posible, ese tipo de cosas no eran más que tonterías.
Pero ir andando fue un error. Llevaba zapatos nuevos y después de caminar un kilómetro tenía una ampolla en el talón. Si cojeaba en la iglesia, su madre la mataría. Aunque eso resolvería todos sus problemas de un tirón. La otra opción era tomar el autobús. Cuando llegó a la parada, apoyó su peso sobre el otro pie y esperó.
–¿Puedo llevarla a alguna parte, señorita?
Willow no pudo evitar que le diera un vuelco el corazón al escuchar la voz de Mike. Cuando se volvió, lo vio con su flequillo color miel cayéndole sobre la frente mientras le abría la puerta del jeep negro.
–Mi madre me ha dicho que no suba nunca al coche de un extraño –contestó, consciente de las miradas de envidia de las mujeres que había en la cola del autobús–. Creí que estabas demasiado ocupado.
–Y lo estoy. Y tengo un dolor de cabeza espantoso. Por eso se me había olvidado que tenía que llevarte a casa de Crysse.
–Espero que la despedida de soltero mereciera la pena.
–No estoy seguro.
La despedida de soltero no había sido divertida. Ni todo el alcohol del mundo, ni las bromas de Cal y sus amigos habían conseguido hacerle olvidar el lío en el que se había metido.
–Por favor sube, Willow –insistió, observando los rostros expectantes que observaban el pequeño drama.
–¿Cómo sabías que no había pedido un taxi?
–Estabas enfadada –contestó Mike. Y no podía culparla–. Si yo hubiera estado enfadado, también habría ido andando.
–Pues habrías cometido un error –murmuró Willow, entrando en el coche. Estaban llamando demasiado la atención y no le hacía gracia–. Me ha salido una ampolla en el pie.
–Oh, pobrecita. Ven aquí –murmuró Mike, olvidando a los espectadores. Cuando la tomó en sus brazos, ella apoyó la cabeza en su hombro como un gatito–. Lo siento mucho.
Cuando se apartó un poco para mirarla, los ojos azules de Willow lo hicieron desear haber escuchado a Cal y haberse tomado la tarde libre para estar con ella en la cama. Hasta el día siguiente.
–¿Tienes que ir a casa de tu prima?
–Me temo que sí. Tenemos que ensayar la entrada y a una de las damas de honor se le ha descosido el vestido. Además, quedan tarjetas por escribir…
–¿Sabes una cosa? –la interrumpió él.
–¿Qué?
–Si hubiera sabido antes en la que nos estábamos metiendo, no te habría pedido que te casaras conmigo.
–Créeme, si yo lo hubiera sabido te habría dicho que no –replicó ella. Por un segundo, Mike vio un brillo extraño en sus ojos azules. Casi como si deseara que hubiera sido así–. Estoy intentando tomarme esto como una visita al dentista. Es angustioso, pero después…
No terminó la frase, como si esperase que Mike lo hiciera por ella: «Pero después todo es maravilloso» o algo así.
–Ponte el cinturón –dijo él, sin embargo, antes de arrancar y perderse entre el tráfico.
Cualquier cosa mejor que pensar en aquel «después» tras un escritorio, en una oficina, llevando la contabilidad de un periódico.
–Me han ofrecido un trabajo, Crysse.
–¿Qué clase de trabajo? –preguntó su prima, sin levantar la mirada de un dobladillo descosido–. ¿No será en el Evening Post? Aunque, la verdad es que trabajar con tu marido no es muy buena idea. Veinticuatro horas al día de felicidad es más de lo que cualquier mujer puede soportar. Aunque yo no esté en posición de juzgar eso.
–La verdad es que casi nunca veo a Mike en la oficina. Además, no es el Evening Post. No podría trabajar para un periódico rival. ¿Recuerdas que envié mi currículum al Globe?
–¿El Globe? Pero eso fue hace meses. El año pasado, antes de conocer a Mike. Creí que te habían dicho que no estaban interesados.
–No. Me dijeron que se pondrían en contacto conmigo y acaban de hacerlo. Tienen un nuevo editor y un suplemento en la edición de los viernes y quieren que me una al equipo.
Crysse clavó la aguja en la tela de raso.
–A ti todo te sale bien.
–¿Cómo?
–Nada –murmuró su prima–. Felicidades.
–¿Qué te pasa?
–Nada –contestó Crysse, encogiéndose de hombros–. Todo. Estoy celosa de ti.
–¿Celosa?
–Lo sé. Es horrible, pero no puedo evitarlo –se disculpó su prima, poniéndose colorada–. Tú lo tienes todo. Un novio por el que se moriría cualquier mujer, un hombre que cree en el matrimonio, una boda que va a salir en los periódicos, una casa fabulosa cortesía de tu suegro… y sin embargo no dejas de quejarte. Cualquiera diría que no quieres casarte con Mike.
–No… –empezó a decir Willow. Quizá se había quejado para que Crysse la hiciera reír, para que le diera la vuelta a las cosas y le hiciera ver lo feliz que debería sentirse–. No estaba quejándome tanto, ¿no?
–Mucho. Y encima te ofrecen el trabajo con el que siempre habías soñado –siguió Crysse. Willow observó con horror que los ojos de su prima se llenaban de lágrimas–. Y yo qué tengo, ¿eh? Llevo cinco años con Sean, cinco años. Y sigue sin querer casarse. Estoy a punto de cumplir los treinta y quiero un hogar,