Para los occidentalistas, Rusia había de tomar de Occidente elementos como su administración, sus reformas sociales o su laicismo para desarrollar su «misión histórica», mientras que los eslavófilos entendían que los males de Rusia venían de su alejamiento de sus fuentes espirituales: la Iglesia ortodoxa, la sumisión al zar, etcétera.
[7] En adelante, me referiré a las dos versiones de la «segunda parte» como a los dos «torsos», para simplificar, aunque hay que tener en cuenta que en realidad son más (véase el apartado «Una nueva edición de Almas muertas»).
[8] En realidad, ni siquiera sería omnividente, pues a menudo manifiesta que las circunstancias le impiden verlo todo; por ejemplo, cuando dice no saber el dinero que tiene Chichikov en el cofrecito porque éste se abre y se cierra a toda prisa (véase p. 145).
[9] Simon Karlinsky defiende, no obstante, que el sádico ascendiente que ganó Matviei sobre Gogol pudiera estar en relación con la confesión del escritor al pope de sus inclinaciones homosexuales, en el último encuentro personal que mantuvieron en la casa del conde Tolstoi (finales de enero de 1852). La «medicina» que Matviei debió de prescribirle habría sido un ayuno que en realidad era una dieta de hambre, abstinencia de sueño y constante oración; lo que le llevaría a la muerte (véase 1976, pp. 273 ss.). En todo caso, Karlinsky defiende a su vez que el pope habría sido el último amor del escritor.
[10] No obstante, no falta alguna opinión clemente con los Fragmentos. Mierieskovskii, sin ir más lejos, dice lo siguiente: «Piénsese lo que se quiera de este libro, es indudable que algunas de sus partes revelan la auténtica personalidad humana, el rostro vivo de Gogol; no tal como sus amigos o sus enemigos habrían querido verlo sino como era en realidad. Gogol sabía desde hacía tiempo que estaba solo; pero sólo entonces comprendió toda la profundidad de su aislamiento» (1986, p. 86). Otro de los defensores es Robert Maguire, quien plantea que Gogol consideraba los Fragmentos como su obra más importante y que, de hecho, era tan revolucionaria como las Almas muertas amada por Bielinskii, con la diferencia de que Fragmentos lo era en un modo que el crítico ruso no aceptaba. En opinión de Maguire, la importancia y la trascendencia de la carta de Bielinskii ha provocado el asentamiento de una opinión que denosta los Fragmentos, afirmando así de paso la teoría bielinskiana de los dos Gogols: el gran artista y el pésimo pensador, una teoría que habría tenido verdadero éxito en la crítica contemporánea a la obra gogoliana, pero que ya habría empezado a ser puesta en entredicho por Chiernichievskii, quien vería Almas muertas y Fragmentos como dos obras en relación orgánica (véase Maguire, pp. 447-451).
[11] Jliestakov es el personaje central de Rievisor; un truhán que se aprovecha de que las autoridades de la ciudad le confunden con un agente del zar.
[12] Tampoco hay que pensar, como señala Nabokov, que Gogol estuviera los últimos diez años de su vida tratando de hacer una obra para la Iglesia. «Lo que intentaba en realidad era escribir algo que agradase a la vez al Gogol artista y al Gogol monje» (1997, p. 124). Es decir, quería hacer algo semejante a lo que hacían los pintores renacentistas italianos... Ahí es donde cobra especial relevancia la observación de Luis de Lázaro a la que aludía en el prefacio; el hueco que representaría la carencia de Renacimiento será decisivo para entender la deriva que adopten la estética y las artes rusas.
[13] Más adelante, analizaremos esa cuestión con mayor detenimiento.
[14] Susanne Fusso plantea que el capítulo 2, en el que aparece Manilov, está traspasado por el lenguaje y la estética del sentimentalismo propio de V. A. Sukovskii, personaje con el que tendría algunas concomitancias (1993, pp. 76-79).
[15] Como ocurrió con el Jliestakov de Rievisor, también este personaje dará origen a un término ruso: «manilovismo». Con ello, Gogol parece ver corroboradas sus reflexiones sobre la precisión de la palabra rusa (véase pp. 195-196).
[16] Karlinsky destaca la notable presencia de viudos, viudas y personas solas en la obra.
[17] Susanne Fusso apunta numerosos paralelismos entre estos dos personajes: 1) donde Korobochka, a Chichikov le ofrecen una extraordinaria variedad de raros pastelillos; donde Nosdriov, un no menos variado surtido de licores; 2) donde Korobochka, le despiertan las moscas que asaltaban su cara; donde Nosdriov, le pican muchos mosquitos; 3) Korobochka le cuenta que ha estado soñando con el demonio; Nosdriov le cuenta que había soñado que lo azotaban (véase 1993, p. 27).
[18] Lotman (véase 1997, pp. 654-655) refrenda esa idea desde la perspectiva espacial. Mientras que personajes como Korobochka, Sobakievich o Pliuskin tenderían a «contraerse», a cerrar el espacio en torno a ellos mismos, Nosdriov tendería (como Rusia) a ampliar sus horizontes constantemente, tanto los de su imaginación como los de sus posesiones (ante la vacilante crítica de su cuñado Misuyev, véase p. 162).
[19] A partir de la tesis de la homosexualidad de Gogol, a Karlinsky le salen las cuentas bastante bien; el híper-heterosexual Nosdriov, la hija del gobernador, Korobochka y las dos damas «agradables», que lideran la posición femenina (es decir todo el mundo no-hombre y no-homosexual), colaborarían para provocar el hundimiento social del héroe de la obra, Chichikov (véase 1976, pp. 231-232).
[20] A lo largo de la obra, Gogol reproducirá ad infinitum la idea de que existe poca concordancia entre lenguaje y realidad, lo que se plasma en una prosa en la que resulta frecuentísimo mostrar el desfase entre lo que se piensa y lo que se dice o hace. Un ejemplo antológico de esto es el desternillante párrafo en el que Pavel Ivanovich se presenta ante el terrateniente Pliuskin habiendo de elegir sus palabras cuidadosamente para que unos elogios convencionales no se tropiecen ridículamente con una realidad monstruosa (pp. 206-207). Sólo los campesinos (aunque no todos) aparecen utilizando un lenguaje sin trampa. Ello le llevará al autor a hacer el aludido excurso sobre la precisión de la palabra rusa y la permanencia de sus significados. No obstante, esa palabra tendrá «el poder de hacer más que simplemente comunicar la verdad o la falsedad o de influenciar al que escucha. Se trata de una visión de un tipo de lenguaje que no sólo dice la verdad sino que la crea» (Lahti, p. 153).
[21] No hay que perder de vista el detalle de que Sielifan llama «Bonaparte» al caballo moteado (aspecto negativo de la personalidad de Chichikov), pues más tarde, en el capítulo 10, cuando las autoridades de la ciudad traten de explicarse quién es Chichikov habrá una voz que afirme que podía tratarse de Napoleón (véase p. 289).
[22] Esto ocurrirá sobre todo en la «segunda parte». Por otro lado, el autor plasmará su pretensión de que el alma de Chichikov vaya mejorando en esa continuación de Almas muertas también recurriendo a la idea platónica del carro y poniendo en boca de Sielifan un reproche a su amo por no haberse dado cuenta de cambiar el caballo manchado, que tantos quebraderos de cabeza le da (véase p. 376).
[23] Esto tiene también