ser otra, lo cual es absurdo.
Y así, como las cosas no han podido ser producidas por Dios de ningún otro modo ni según ningún otro orden, y que esto sea verdad se sigue de la suma perfección de Dios, ninguna sana razón, ciertamente, podrá persuadirnos de que creamos que Dios no ha querido crear todas las cosas que son en su intelecto con aquella misma perfección con que las entiende. Mas dirán que en las cosas no hay perfección ni imperfección algunas, sino que aquello que hay en ellas en cuya virtud son dichas perfectas o imperfectas y buenas o malas, depende tan solo de la voluntad de Dios. Y que, por ello, si Dios hubiera querido podría haber hecho que lo que ahora es perfección fuese suma imperfección, y al contrario21. Pero esto no sería otra cosa que afirmar abiertamente que Dios, que entiende necesariamente aquello que quiere, puede hacer en virtud de su voluntad que él mismo entienda las cosas de otra manera. Y esto (como acabo de mostrar) es un gran absurdo. Por ello puedo responderles volviendo contra ellos mismos su propio argumento de este modo. Todas las cosas dependen de la potestad de Dios, de manera que para que las cosas pudieran ser distintas, la voluntad de Dios debería ser también necesariamente otra. Sin embargo, la voluntad de Dios no puede ser otra (como hemos mostrado de modo evidentísimo a partir de la perfección de Dios). Luego las cosas tampoco pueden ser de otra manera. Confieso que esta opinión que somete a todas las cosas a una cierta voluntad indiferente de Dios y que sostiene que todas las cosas dependen de su beneplácito, se aparta menos de la verdad que la de quienes sostienen que Dios lo obra todo en razón del bien. Pues estos parecen poner fuera de Dios algo que no depende de Dios y a lo que Dios atiende en su operar como a un modelo, o a lo que tiende como un cierto objetivo. Lo que, ciertamente, no es otra cosa que sujetar a Dios al hado, cosa más absurda que la cual nada puede sostenerse acerca de Dios, de quien ya hemos mostrado que es la primera y la única causa libre tanto de la esencia de todas las cosas como de su existencia. Así pues, no hay motivo para que malgastemos el tiempo refutando este absurdo.
PROPOSICIÓN 34
La potencia de Dios es su esencia misma. [77]
DEMOSTRACIÓN
Pues de la sola necesidad de la esencia de Dios se sigue que Dios es causa de sí (por la proposición 11) y (por la proposición 16 y su corolario) de todas las cosas. Luego la potencia de Dios por la cual él mismo y todas las cosas son y operan, es su esencia misma. Q. E. D.
PROPOSICIÓN 35
Todo lo que concebimos que está en la potestad de Dios, es necesariamente.
DEMOSTRACIÓN
Pues todo lo que está en la potestad de Dios debe (por la proposición anterior) estar comprendido en su esencia de manera que se siga de ella necesariamente y, por tanto, es necesariamente. Q. E. D.
PROPOSICIÓN 36
Nada existe de cuya naturaleza no se siga algún efecto.
DEMOSTRACIÓN
Todo lo que existe expresa la naturaleza de Dios, o sea, su esencia, de un cierto y determinado modo (por el corolario de la proposición 25). Esto es (por la proposición 34), todo lo que existe expresa la potencia de Dios, que es causa de todas las cosas, de un cierto y determinado modo. Y así (por la proposición 16), debe seguirse de ello algún efecto. Q. E. D.
APÉNDICE
Con esto he explicado la naturaleza de Dios y sus propiedades, como que existe necesariamente; que es único; que es y actúa en virtud de la sola necesidad de su naturaleza; que es, y de qué manera, causa libre de todas las cosas; que todas las cosas son en Dios y de Él dependen, de manera que sin Él no pueden ser ni ser concebidas; y por último, que todas las cosas han sido predeterminadas por Dios, mas no en virtud de la libertad de su voluntad, o sea, de un beneplácito absoluto, sino en virtud de la naturaleza absoluta de Dios, o sea, de su infinita potencia. Además, ahí donde se ha presentado la ocasión he tenido el cuidado de remover los prejuicios que pudieran impedir que se percibiesen mis demostraciones. Mas como no quedan aún pocos prejuicios que también podrían, y pueden, impedir al máximo que los hombres puedan comprender la concatenación de las cosas del modo como la he explicado yo, he pensado que merecía la pena someterlos aquí [78] al examen de la razón. Y puesto que todos los prejuicios que trato de indicar aquí dependen de este solo, a saber, de que los hombres suponen comúnmente que todas las cosas naturales, como ellos mismos, obran por un fin, e incluso sostienen como cierto que el mismo Dios dirige todas las cosas hacia algún fin cierto, pues dicen que Dios ha hecho todas las cosas para el hombre y al hombre para que le rinda culto a Él, consideraré por ello solo este, buscando primero la causa por la que la mayoría asiente a este prejuicio y por la que todos son tan propensos por naturaleza a asumirlo. Después mostraré su falsedad y también de qué modo han surgido de él los prejuicios a propósito del bien y del mal, el mérito y el pecado, la alabanza y el vituperio, el orden y la confusión, la belleza y la deformidad, y acerca de otras cosas de este género. Sin embargo, deducirlo de la naturaleza de la mente humana no es de este lugar. Aquí será suficiente con que tome como fundamento lo que todos deben reconocer, a saber, que los hombres nacen ignorantes de las causas de las cosas y que todos tienen el apetito de buscar lo que les es útil, cosa de la que son conscientes. Pues de aquí se sigue, primero, que los hombres opinan que son libres, ya que son conscientes de sus voliciones y de su apetito y ni en sueños piensan en las causas, de las cuales son ignorantes, por las que son dispuestos a apetecer y a querer. Se sigue, segundo, que los hombres lo obran todo por un fin, a saber, por lo útil, que apetecen, de lo que resulta que solo ansían siempre saber las causas finales de las cosas que se llevan a cabo y, en cuanto las oyen, se quedan tranquilos, pues ya no les queda causa ulterior de duda. Si no pueden oírlas de otro, no les queda nada por hacer sino volverse sobre sí mismos y reflexionar acerca de los fines a los que suelen determinarse ellos en casos similares. Y así, juzgan necesariamente acerca del ingenio ajeno a partir del ingenio propio. Además, como encuentran dentro y fuera de ellos mismos no pocos medios que conducen en no poca medida a conseguir lo que les es útil, como por ejemplo los ojos para ver, los dientes para masticar, las hierbas y los animales para alimentarse, el sol para iluminar, el mar para criar peces22, ello ha hecho que consideren a todas las cosas naturales como medios para su utilidad. Y como saben que esos medios han sido encontrados, mas no dispuestos por ellos, han tenido así una causa para creer que hay algún otro que ha preparado esos medios para que ellos los usen. Pues después de haber considerado las cosas [79] como medios no han podido creer que se hayan hecho a sí mismas, sino que han debido concluir, a partir de los medios que ellos mismos suelen prepararse, que se da algún o algunos rectores de la naturaleza, provistos de una libertad humana, que han cuidado de todo y que todo lo han hecho para su uso. Y puesto que nunca habían oído nada acerca del ingenio de aquellos, debieron juzgar de él a partir del suyo propio, y así han sostenido que los dioses lo dirigen todo para uso del hombre, para así cautivar a los hombres y ser tenidos por ellos en el más alto honor. De donde resulta que todos, según su ingenio, hayan excogitado diversos modos de rendir culto a Dios para que Dios los prefiriese sobre los demás y dirigiese toda la naturaleza al uso de su ciego deseo y su insaciable avaricia. Y así, este prejuicio se ha trocado en superstición y ha echado raíces profundas en las mentes, lo que ha sido la causa de que cada cual se haya esforzado al máximo por entender y explicar las causas finales de todas las cosas. Pero mientras intentaban mostrar que la naturaleza nada obra en vano (o sea, que no sea útil para los hombres), no parecen haber mostrado ninguna otra cosa sino que la naturaleza y los dioses deliran como los hombres. Te ruego que veas en qué ha parado la cosa. Entre tantas ventajas de la naturaleza, han debido hallar no pocas desventajas, como las tempestades, los terremotos, las enfermedades, etc., y de estas sostuvieron que ocurrían porque los dioses23 estaban airados por las injurias hechas a ellos por los hombres, o por los errores