se hayan observado.
Pero, a la inversa, ¿no existe un impulso o una tendencia a informarse en toda escucha? ¿Acaso no siempre participa el oído de un trabajo de inteligencia [intelligence], como se dice en inglés?
Si se revelara que la escucha y el espionaje se mezclan inextricablemente en sus historias respectivas, sería difícil decidir al respecto, fijar el número, circunscribir la acción o la pasión de los espías, escuchas insignes, en la Biblia o en cualquier otro lugar. Pues sin mencionar siquiera los eventuales problemas de traducción, la simple inspección penetrante, así sea muy atenta, de las acepciones literales que los designan y los esclarecen (“espía”, “agente secreto”, “soplón”, “sicofante”, “indicador”, “chivato”, “espión”) ya no bastará para hacer salir a los topos de grandes oídos disimulados en las galerías de textos y de archivos de todo tipo. ¿Se puede incluso pensar que los primeros oyentes —Adán y Eva— no estaban lejos de adoptar una postura de espías cuando —tras caer en falta al probar del “árbol de la ciencia del bien y del mal”— se esconden y parecen espiar ansiosamente “el ruido de los pasos” —o “la voz”,[15] según las versiones— del Eterno, quien camina por el jardín en el ocaso?[16] La primera escucha humana —la audición edénica o adámica— en todo caso, retomando las palabras de Barthes en un ensayo que habrá que releer, se orienta “hacia los índices”.[17]
Evidentemente sólo puedo soñar y especular sobre esos primeros oídos fantásticos y fantasmáticos. Por el contrario, una operación informativa bien dirigida a través de las redes etimológicas del nombre de código escucha me da muchos otros motivos de conjetura.[18]
De esta manera, el Diccionario de la Academia francesa, en 1694, da para el verbo escouter la acepción: “oír con atención, prestar oídos para oír”. Pero extrañamente el sustantivo escoute no designa la simple y neutra acción correspondiente a ese verbo; significa (subrayo): “Lugar desde donde se escucha sin ser visto”. La escucha, en su historia francesa al menos, habrá designado en un principio los puestos y avanzadas donde había que esconderse para percibir lo que se decía. O, además, por aposición de valor adjetival, habrá nombrado al que practica la vigilancia auditiva: el mismo diccionario menciona que una hermana escucha es “la religiosa designada como asistente de otra que va al locutorio, a fin de escuchar lo que se dice en la conversación”.
Esos viejos sentidos emparentados, que innegablemente hacen de la escucha un asunto de espías, se han mantenido ramificándose hasta muy tarde, excluyendo cualquier otro. En el artículo “Escucha”, la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert se complace lacónicamente en esto: “en Arquitectura, se le llama así a las tribunas con celosías en las escuelas públicas, donde se colocan las personas que no quieren ser vistas” (el subrayado es mío). Y el gran Larousse del siglo xix indica también, después de haber citado la definición precedente de la Academia, otros usos similares que parecen acercar aún más la escucha a una actividad de información:
Lugar cerrado, en un convento, desde donde puede seguirse el oficio sin ver ni ser visto.
Mil. Pequeñas galerías en las minas donde puede escucharse si el minero enemigo trabaja y avanza. // Centinelas colocados en estas galerías para seguir el trabajo del enemigo.
En primer lugar, y con certeza, la escucha habrá sido, en su etimología francesa, un asunto de topos.
Sobreescucha y diafonía
Bajo escucha:[19] se dice de alguien —un político, criminal, periodista indeseable o muy entrometido— a quien hay que vigilar, espiar, en resumen, poner o colocar bajo escucha.
No obstante, en una sola palabra esta vez, la sobreescucha podría entenderse como una intensificación de la escucha, como su forma hiperbólica, llevada a la incandescencia, a su punto más extremo y más activo. En resumen, la sobreescucha sería como un sinónimo forjado para la hiperestesia auditiva,[20] es decir, como una suerte de superescucha superlativa.
Por otra parte, sobreescucha parece ser un calco literal de esa maravillosa expresión inglesa: overhearing.
To overhear es una actividad a la que se entregan particularmente varios personajes de Shakespeare: espían, paran la oreja para escuchar lo que, próximo o lejano, siempre se encuentra a la distancia de un secreto.[21] Así, en el Sueño de una noche de verano, Oberón declara que es invisible y que va a oír por casualidad (overhear) una conversación.[22] Pero, ante todo, es en Hamlet[23] donde encontramos una grandiosa puesta en escena de la sobreescucha como indiscreción auditiva.
El motivo es anunciado desde las primeras palabras del espectro: “Escúchame” (mark me), dice en efecto a Hamlet antes de revelarle que “todo oído danés (the whole ear) / Está engañado burdamente así / Con una historia falsa de [su] muerte”.[24] El espectro (ghost) del padre, quien por cierto murió por el veneno vertido “en los portales de [su] oído” (in the porches of my ears), pide que su hijo lo escuche; es decir, literalmente quiere que lo marque o que lo note: mark me. Y ese mismo verbo, esa misma marca verbal designará más tarde la manera en que Polonio querrá vigilar el comportamiento de Hamlet ante Ofelia: “Detrás de una tapicería; / Espiemos su encuentro” (mark the encounter), dice a la reina y al rey.[25] Y de esta forma, como “legítimos espías” (lawful espials), “viendo sin ser vistos” (seeing unseen), se disponen a sobreescuchar la conversación de los amantes desdichados.[26]
Pero como la entrevista no ha dejado entrever ningún indicio convincente, Polonio propone que, después de la obra dentro de la obra, dejen a Hamlet solo con su madre, a fin de que se confíe a ella:
polonio: Y yo me situaré, con vuestra venia, / Donde pueda escuchar (in the ear) su conferencia entera.[27]
Mientras tanto, durante el espectáculo que los actores realizan a petición de Hamlet, éste encarga al fiel Horacio vigilar las reacciones del usurpador que mató a su padre: “te suplico que observes a mi tío”, le dice.[28] De modo que nosotros, que miramos la obra dentro de la obra —se llama The mousetrap, “la ratonera”—, también nos disponemos a ver a un espectador —Horacio— espiando a otro —el rey—. La puesta en abismo de la observación corresponde al enclave narrativo: la vigilancia del oyente real atrapado en ese teatro dentro del teatro es precedida por el encuentro entre Hamlet y Ofelia, vigilados a su vez por Polonio y el soberano; después sigue la entrevista de Hamlet con la reina a quien, de igual manera, se la pone bajo escucha.
En efecto, al rey que ha perdido compostura al asistir a la representación de su crimen, Polonio dice:
Milord, [Hamlet] va hacia los aposentos de su madre. / Me esconderé tras los tapices / Para oír lo que digan (hear the process)… / Es conveniente que junto a una madre, / Pues por naturaleza tienden a ser parciales, / Alguien de más (some more audience than a mother) oiga por añadidura esa conversación (should o’erhear the speech of vantage)”.[29]
Escuchar así, “por añadidura”, escuchar duplicando la escucha de otro, también es —como lo sugiere el inglés— oír más y mejor: más, con una posición ventajosa (of vantage). Y también es oír con anticipación, como espía que se sitúa en la avanzada o en la vanguardia de lo que sucede para prevenir lo que viene. En este sentido —y según una aparente paradoja—, la sobreescucha, la escucha adicional que se suma por añadidura, también apunta enseguida a una preescucha: como sucedió con los espías de Jericó, está en juego una prevención auditiva de lo que se trama.
En resumen, Hamlet podría inscribirse en la colección infinita de las historias de espías. Es decir, de topos, según el sobrenombre otorgado al espectro cuando desciende del escenario para repetir como eco las palabras de su hijo. “El espectro grita bajo el escenario” (ghost cries under the stage), indica la didascalia antes de que Hamlet, que subraya la ubicuidad del fantasma paterno (hic et ubique),[30] se dirija a él en estos términos:
hamlet: Bien dicho, viejo topo (old mole), / ¿puedes cavar la tierra tan aprisa? / Notable zapador (worthy pioneer).[31]
El espectro, como