Peter Szendy

Bajo escucha


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      También varios personajes de ópera sobreescuchan.

      En La flauta mágica de Mozart, Monostatos se esconde para escuchar lo que dicen la reina de la noche y su hija Pamina: “¿Madre? ¡He de escuchar (belauschen) lo que dicen!”, confiesa en un pasaje oral.[32] Por su parte, en Las bodas de Fígaro Cherubino se ve obligado a retirarse detrás de un sillón para que el conde no lo vea y presencia desde ahí la escena donde aquel trata de seducir a Susana.[33]

      A estos personajes espías, estos sobreescuchadores que se nos presentan en la ópera, les prestaría oídos de manera atenta. Intentaría captar lo que la música da a entender de su escucha: su acción o pasión como oyentes, pero también de su lugar o de su sitio en la obra cuando están a la escucha. De modo que también —como en Hamlet y en la situación descrita por Tou Mou— habrá un aumento de oídos, excedentes de escuchas en red.

      En suma, la sobreescucha parece llamar o convocar una suerte de polifonía proliferante de las escuchas: múltiples líneas de escucha —así como se habla de líneas telefónicas— que se articulan, se desdoblan, interfieren y a veces se embrollan. Por lo demás, la palabra inglesa overhearing también tiene ese sentido, más técnico o tecnológico: en el registro de la telefonía, designa lo que en francés se llama diafonía, a saber: una falla de transmisión por la transferencia de una señal, de un canal o de una pista a otra. Así pues, una superposición de voces, un parasitismo de la línea principal por otra secundaria. Como cuando se escuchan voces indeseables en el teléfono o una música parásita en una grabación.

      Escucha, sobreescucha, overhearing, diafonía: en esa Babel lingüística, en ese laberinto de archivos donde busco la palabra, la consigna, la palabra clave para nombrar lo que promete ser una campaña de información sobre las relaciones patentes o latentes entre escucha y poder, me encuentro en una suerte de encrucijada, desde la que se perciben varias pistas, que seguiré una por una, como un sabueso. O, algunas veces, de manera simultánea, enviando varios agentes a la vez.

      En su historia propiamente musical, la palabra diafonía —que poseía entre los teóricos griegos de la antigüedad el sentido de “disonancia” (en oposición a sinfonía, “consonancia”)— a partir del siglo ix se empleó como sinónimo de “polifonía” en los tratados medievales. Por una parte, si seguimos esa vía y tratamos de entender en el overhearing algo como una diafonía auditiva, será necesario investigar en qué podría consistir una escucha disonante. No la escucha de una disonancia, de un objeto musical en espera de una resolución en la consonancia, sino una escucha afectada en sí por la diaphonia. Es decir, también una escucha a dos voces (al menos), desdoblada, escindida en la cavidad misma de mi oído.

      Por otra parte, al traducir overhearing por sobreescucha, será necesario prestar oídos a las múltiples resonancias de esa palabra forjada en la silenciosa ambigüedad de su grafía. Pues un blanco, una pausa, un corte en su transmisión siempre pueden separar el prefijo de su radical o de su base. Ahora bien, cuando de alguien se dice que está bajo escucha, esta locución implica en general la interposición de un dispositivo técnico de captación y, con frecuencia, de grabación. Estar bajo escucha no sólo quiere decir que nos escuchen a escondidas, con el simple oído, como lo hacen Polonio, Monostatos o Cherubino. En ese sentido, la sobreescucha sería indisociable de la presencia de teletecnologías auditivas que no sólo suponen una distancia potencialmente infinita entre quien escucha y aquel a quien se escucha, sino que, la mayoría de las veces, también se acoplan a un instrumento de almacenamiento fonográfico.

      En ello hay dos rasgos que James Joyce había reunido en una de sus principales figuras de Finnegans Wake: Earwicker, cuyo nombre es una suerte de choque entre “perverso” (wicked), “cortapicos” (earwig) y “espionaje” (earwig-ging). “Earwicker”, escribe Joyce —y traduzco como puedo—: “esa mente-esquema, ese oído paradigmático, receptoretenedor como el de Dionisio” (Earwicker, that pattermind, that paradigmatic ear, receptoretentive as his of Dionysius; el subrayado es mío).[34] Earwicker está dotado de una facultad de recepción y de retención gracias a la cual puede compilar “una larga lista” de “todos los nombres injuriosos del que lo habían revestido”.[35] El espía Earwicker podría servir de emblema a esa sobreescucha donde la recepción a distancia también es, de entrada, retención archivada.

      Breve historia de los grandes oídos

      (hacia la panacústica)

      La historia de Earwicker sería una larga historia, una vasta genealogía que se prolonga y ramifica hasta hoy. Sólo voy a detenerme en algunos momentos singulares.

      Para empezar, como lo sugiere Joyce mismo en su fugitiva alusión a Dionisio, hay una muy vieja “gran oreja” conocida con el nombre de Oreja de Dionisio[36] y descrita por muchos viajeros que han pasado por Siracusa. Hacia 1780, en sus cuadernos de viaje, Swinburne habla de una gruta en la que un conducto parece haber servido “para recopilar los sonidos que emanaban de los interlocutores situados de este lado y para encaminarlos hacia un tubo en una pequeña celda doble salediza, donde eran escuchados con mucha claridad”.[37] Después de haber examinado detenidamente el espacio, a Swinburne no le queda duda alguna sobre su empleo: fue concebido “intencionalmente como una prisión y un lugar de escucha” (a prison, and a listening place).[38]

      Un siglo antes de Swinburne, el padre jesuita Athanasius Kircher, en su Musurgia universalis,[39] también presenta esa mítica gruta de Dionisio el Tirano como un primer ejemplo de lo que llama una “ecotectónica” (es decir, una arquitectura de ecos) utilizada con fines de vigilancia auditiva. De la misma manera describe obra construida: no anfractuosidades naturales, sino palacios, edificios de todo tipo.[40]

brevehistoria

      Musurgia universalis, t. II, p. 305.

      En esos monumentos donde se montan tanto discursos como su captación a escondidas, las salas o habitaciones dedicadas al overhearing merecerían ciertamente, y conforme a la etimología francesa, el nombre de escuchas. Hay que notar que están situadas arriba y de manera saliente; los oídos se alojan en los áticos o en las buhardillas (eaves, en inglés, que deriva por cierto en eavesdropping, otro término para la vigilancia). Pensamos en el extraño y sobrecogedor relato de Italo Calvino intitulado “Un rey a la escucha” (Un re in escolto) donde el léxico arquitectural y el de la descripción fisiológica del oído se mezclan de manera calculada:

      El palacio es todo volutas, todo lóbulos, es una gran oreja en la cual anatomía y arquitectura intercambian nombres y funciones: pabellones, trompas, tímpanos, caracoles, laberintos; tú estás aplastado en el fondo, en la zona más interna del palacio-oreja, de tu oreja; el palacio es la oreja del rey.[41]

      Y para cerrar ese vocabulario arquitectaural, a esta lista quizás sólo le haga falta la “ventana oval”, por la que el “vestíbulo” comunica con la rampa timpánica.

      Esas arquitecturas, grutas o palacios, de alguna manera son las precursoras, en el plano acústico, de los dispositivos de vigilancia que Michel Foucault llamó panópticos, retomando la palabra usada, en 1787, por Jeremy Bentham en su proyecto para una Inspection-House.[42]

      Sea cual sea su función exacta —prisión, hospital, correccional o incluso escuela—, el edificio concebido según el plan expuesto por Bentham debe permitir una visibilidad total e incesante de sus ocupantes: “lo ideal, lo perfecto” —escribe— significaría que “cada persona”, “a todas horas”, estuviera “vigilada” (under the eyes) por los celadores.[43] Como de manera práctica esta condición es irrealizable, Bentham plantea procurar que a cada ocupante, teniendo “razones para creerse vigilado y [siendo] incapaz de tener pruebas de lo contrario”,[44] se le conduzca a imaginar (conceive) que es objeto de una vigilancia ininterrumpida.

      El plan panóptico de Bentham, como lo explica en su segunda carta, “Plan para el escenario de una penitenciaría”, consiste en un edificio circular: la habitación del vigilante ocupa el centro, las celdas de los prisioneros se sitúan en la circunferencia, separadas unas de otras por los radios del círculo.[45]