encima de todo, deseaba hacer la voluntad de su Padre (cf. Hebreos 10:7).
Veamos, finalmente, cómo encajan la propiciación y la reconciliación. Dicho simplemente, son causa y efecto. La muerte de Cristo aparta la ira de Dios. ¿Y cuál es el resultado? ¡Somos reconciliados con Dios! El efecto de la obra de Cristo es establecer la paz entre Dios y su pueblo adoptado (reconciliación). La obra misma es la obra de la propiciación.
Los sacrificios del Antiguo Testamento ilustraban la obra de Cristo. El sacerdote tomaba un cordero, por ejemplo, y lo mataba para quitar los pecados del pueblo. ¿Por qué lo hacía? Porque Dios estaba airado con el pueblo porque no guardaban su ley. El sistema de sacrificios ilustraba cómo algún día Dios apartaría su propia ira, reconciliando a su pueblo consigo mismo. Los israelitas…
[no] estuvieron firmes en su pacto. Pero él, misericordioso, perdonaba la maldad, y no los destruía; y apartó muchas veces su ira, y no despertó todo su enojo. (Salmo 78:37-38)
Los endurecidos corazones de Israel contrastaban enormemente con la misericordia de Dios, pero esa misericordia tuvo un coste para Dios. “Él hizo propiciación por sus iniquidades”. El salmista no nos dice cómo lo hizo Dios, pero fuera como fuera, lo hizo teniendo en mente una propiciación mayor que cualquiera que hubiera recibido Israel en los tiempos del Antiguo Testamento. El escritor de Hebreos nos recuerda que “la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados” (Heb. 10:4). Todos –hombres, mujeres y niños– necesitaban mucho más que eso. Y recibieron mucho más en Jesucristo, la propiciación por nuestros pecados.
Es necesario que nos detengamos para adorar a Dios por la verdad contenida en estos tres términos: redención, reconciliación y propiciación. No son palabras vacías. Son palabras que reúnen en sí gran parte de la verdad contenida en la muerte de Jesucristo.
Dios nos salvó del pecado, de Satanás y de nuestra esclavitud a su propio sistema de justicia con un alto costo. Mirando la muerte de Cristo desde ese ángulo, la llamamos redención. ¡Debemos adorar a Dios por esta gran verdad!
Con amor y bondad infinitos, Dios estableció la paz entre sí mismo y los pobres pecadores y nos adoptó en su familia. Visto de esta manera, llamamos a la muerte de Cristo nuestra reconciliación. ¡Aquí también hay un llamado a adorar a Dios!
Cuando no teníamos nada que ofrecer para apartar la ira de Dios, el propio Dios la quitó de nosotros a través de Cristo. La muerte de Cristo fue la propiciación de cada creyente. ¡De pronto, la ira desapareció! No es extraño que Pablo dijera: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gálatas 6:14). ¿Podemos decir otra cosa?
La muerte de Cristo por los pecadores es un hecho, y lo más probable es que nadie que haya leído hasta aquí lo dude. La adoración, sin embargo, es la obra de un corazón cambiado. No quiero terminar este capítulo sin antes hacerle una pregunta: ¿Todo lo que he escrito hasta este momento es mero academicismo para usted?
Si su respuesta es “sí”, permítame exhortarle a volverse de su pecado y confiar en el gran Salvador de quien he escrito. Confíe en él para ser salvo del poder y las consecuencias de su pecado. Ríndase a él y él lo recibirá. Le aseguro que adorar a Dios por la muerte de Cristo le parecerá la cosa más natural del mundo.
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