suave del cansancio. Hoy hace un mes, un eterno y breve mes, desde que sentada en el escritorio atendí el teléfono.
El martes 30 de octubre de 2018, parecía un día normal. Después de desayunar, voy al escritorio y me dispongo a trabajar.
A las 9.17 h, suena el teléfono:
—¡Hola, Hugo!
—Silvia, ¿estás preparada? Tengo que darte una mala noticia.
—¿Qué pasó? ¡Decí!
—¿Estás preparada para recibir una mala noticia?
—Sí, ¿qué es?
—Huguito murió.
—No, no, no. ¿Cómo fue? ¿Qué pasó?
—Fue un accidente, en Chicago.
—Vení a casa y te explico mejor.
—No puedo, no puedo.
—Entonces te voy a buscar.
Repetí la palabra ¡No!, ¡No!, ¡No!, infinidad de veces, aun sabiendo que ese suceso irreversible no se conmovería por mi voz, ni tampoco por el deseo de una madre desesperada, ante una súbita tragedia.
No sé cómo, ni porque razón, con toda la ropa puesta, me senté en el suelo de la ducha. Recogí mi cuerpo, todo lo que pude. Dejé correr el agua sobre mí y me puse a llorar. Vi fluir mi propia alma, que por alguna irreflexión ya no tenía cabida en mi cuerpo. Me sentí amputada. Dejé de ser yo. Lloré por esos dos años sin verlo, por cada día que lo extrañé y quise verlo, por cada día que sentí su risa, o su voz diciéndome “ma”.
No recuerdo cuánto tiempo pasó, pero aún en estado estuporoso me encontré sentada frente al padre de Huguito y sus hermanas, Carla y Franca.
Nos sentamos, los cuatro, alrededor de una mesa. Me llegaba la información por medio de ellos. Estaban todos ahí y sin embargo los sentía lejanos, como envueltos en una nube y las conversaciones se transformaban en ruido blanco.
Recibimos diferentes versiones de lo sucedido en Chicago.
Huguito formó parte de la delegación francesa del Instituto Nacional de Ciencias Aplicadas (INSA), de Lyon, al Congreso de Tribología que se realizó en Chicago, en la última semana de octubre de 2018.
El día 28 de octubre de 2018 Huguito dio una conferencia, a las 3 p. m.
¿Qué había pasado? Algunos mails hablaban de la caída sobre él de una columna, otros de que quiso saltar un espacio vacío y cayó. Otra versión, de un chofer mexicano que se comunicó con mi hija, decía que el cuerpo fue encontrado dentro de un contenedor. Cada versión era incompleta, perturbadora y nos generaba una desconcertante inquietud. Algunas versiones se fueron diluyendo con las horas y no se repitieron en los días siguientes.
¿Cómo llegó la noticia a la familia? Se preguntarán y responderé que la noticia llegó a través de un investigador de la Universidad de Lyon, que conociendo el Facebook de Huguito, dedujo quién sería una de sus hermanas y la contactó. No es la forma habitual.
La policía de Chicago no se contactó con nosotros en ningún momento. El cónsul de Paraguay en Washington se comunicó, posteriormente, con nosotros y nos habló de lo sucedido, refirió que la policía de Chicago le habló del accidente sufrido por un ciudadano paraguayo y que la investigación estaba en curso.
Aceptar la pérdida de un hijo, de manera inesperada, es algo impensable y difícil de asimilar. La ley natural nos lleva a considerar que siempre moriremos primeros nosotros, los padres, y así aseguramos la protección de nuestra descendencia. No siempre es así. Anthony Hopkins, en una de las primeras escenas de la película Premonición (Solace) dice: “Ningún padre debería sobrevivir a su hijo”, y así también yo lo siento.
En búsqueda de respuestas deambulamos, desorientados. Al tercer día, en espera de poder viajar para traer a Huguito nos hacíamos preguntas e intentamos que las contestaran las personas que compartieron el último día de vida de nuestro hijo. Escribí a un integrante del grupo de trabajo, que estuvo presente en Chicago, compañero de habitación de Huguito en el hotel Ambassador de Chicago. La respuesta fue que las preguntas debían ser canalizadas a través del profesor Daniel Nelias, vocero autorizado por INSA-Lyon.
Desde la muerte de mi hijo, hasta obtener la visa para poder viajar y traer su cuerpo, pasaron seis largos días.
Expongo el texto enviado:
“Buenas tardes, Bilel, soy la madre de Hugo Checo Silva,
necesito saber algunos detalles de las últimas horas de mi hijo.
Viajaremos a Lyon, en breve. Con Huguito no estaba ni su tarjeta de crédito ni su billetera. Sí su celular y el reloj.
¿Fue usted su compañero de dormitorio?
Le agradezco tenga la humanidad de contestar, gracias.
Silvia Silva”.
Y el texto recibido:
“Buenos días (soy Alejandro traduciendo las palabras de Bilel). Desde mi vuelta a Francia me comunicaron que fuera Daniel Nelias el que contestara todas las preguntas relacionadas con Hugo. No me gustaría equivocarme diciendo algo que luego no sea completamente cierto. Lo siento por todo. Hugo está en todo momento en nuestros pensamientos y oraciones.
Ánimo”.
Daniel Nelias es el director del Laboratorio de Mecánica de Contacto y de Estructuras (LaMCoS), perteneciente al Instituto Nacional de Ciencias Aplicadas de Lyon (INSA), situado en la ciudad de Villeurbanne, Lyon, Francia. Huguito fue contratado por INSA- LaMCoS, con quien mantenía un contrato de trabajo hasta el 31 de enero de 2019.
Si bien Daniel Nelias es un profesor de elevado prestigio, no era la persona que había compartido las últimas horas de vida con mi hijo, y por lo tanto, no podía trasmitir esa vivencia, a la cual me refería. La consideré una áspera e indiferente respuesta, a una familia que había perdido de forma inesperada, en plena juventud, a un ser querido y muy valorado.
Si no había nada que ocultar, ¿por qué no contarle a la madre algo tan apreciado como las últimas horas de vida de su hijo? ¿Por qué el protocolo para decirle a una madre lo que es normal que pregunte? ¿Por qué se equivocarían al contar lo que pasó? ¿Podría equivocarse y dar una versión diferente la persona que compartió con él? Leí y releí el mail y al final pensé: “Ese mail habla solo, dice más de lo que la persona que escribió pretendió decir”. Entonces es cuando aparece el interrogante: ¿se tenían que ajustar a un formato preestablecido? Y ¿de ahí nace el miedo a la equivocación de la información? Esa actitud no merece ningún calificativo adicional. Esa era la postura de INSA-LaMCos, Lyon, quienes contrataron, y para quienes trabajó Huguito, los tres últimos años de su vida.
Así, entre nuestro dolor y la indiferencia de otros, creció dentro de mí un sentimiento que me permitía llorar por momentos, pero, también, apuntalaba mi voluntad de verdad y justicia.
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