la estaba observando desde el otro lado del restaurante.
Mimi miró en la dirección en la que estaba saludando su amiga e, inmediatamente, sintió cómo el vello se le ponía de punta. Al otro lado de la sala, con un mechón de cabello oscuro cayéndole por el rostro, un traje oscuro que se ceñía a un cuerpo tonificado y muy atlético, estaba Bautista Caine.
El corazón de Mimi pareció detenerse.
Al ver que él avanzaba, se sintió desfallecer. Al andar, lo hacía con un contoneo natural, que parecían afirmar una seguridad en sí mismo y un descaro que ella no había poseído jamás. Bueno, tal vez brevemente cuando estaba detrás de la cámara. Incluso en un lugar como aquel, repleto de personas seguras en sí mismas y muy atractivas, él era con mucho el más guapo de todos con su cabello y ojos oscuros, casi negros y unos rasgos que mezclaban perfectamente su ascendencia inglesa y argentina.
Además de su presencia física, el impacto que había producido en el restaurante se debía también a lo que los directores se referían como «presencia», una cualidad mítica, elusiva e intangible que atraída sin remedio las miradas de todos los que le rodearan.
A Mimi le pareció que tardaba una eternidad en llegar a la mesa. Algunos de los comensales lo conocían y querían saludarlo. Mimi sintió que el pulso se le detenía cuando una famosa actriz de Hollywood se puso de pie y le besó en ambas mejillas a pesar de que Bautista no parecía estar muy impresionado.
Por supuesto que no. Aquel era su mundo. Más importante aún, no era el de Mimi. Por muchos almuerzos que compartiera con esa clase de personas, nada iba a cambiar ese hecho.
Dos años atrás, emocionada por la increíble sensación de que el objeto de sus deseos adolescentes se hubiera fijado por fin en ella, se había permitido creer que sus mundos podrían unirse sin ningún daño colateral.
Ya sabía que no era así. El cambio de actitud de Bautista había sido humillante y devastador. Por supuesto, su corazón no había sido el órgano más implicado en aquel particular encuentro.
Eso había provocado que la humillación para Mimi fuera completa. Aunque en lo más profundo de su ser podría haber estado esperando una declaración de amor, lo que ella le había ofrecido era sexo. Algo simple, sin ataduras, algo de lo que poder alejarse sin mirar atrás.
Y él la había rechazado.
Mimi había acudido por voluntad propia a su dormitorio, ansiosa, esperanzada, casi convencida de que podría conseguirlo. Sin embargo, lo único que había conseguido era demostrarse a sí misma que, como siempre, estaba aspirando a algo fuera de sus posibilidades.
–Basa.
–Philip.
Mimi observó en silencio cómo los dos hombres se abrazaban.
–No, no te levantes, Lissy –le dijo Basa a su hermana mientras la besaba en ambas mejillas.
Entonces, Mimi sintió que el cuerpo se le tensaba cuando él, por fin, se volvió hacia ella.
Mimi lo miró en silencio. No era justo.
No era justo que él fuera tan guapo. Quería odiarle. Necesitaba odiarle, pero no podía tratarle como el ser despreciable que era cuando el envoltorio era tan hermoso.
Sin embargo, ella no era una muchacha enamorada viviendo en un mundo de fantasía. Ya no había excusa para sentirse tan nerviosa por un hombre que la había tratado tan mal.
–Vaya, si es la pequeña Mimi Miller –dijo suavemente–. En carne y hueso.
Ella sintió que el pulso se le licuaba entre las piernas. La voz de Bautista era la guinda del pastel. Su voz era cálida y profunda, como sonaría el chocolate si este pudiera hablar.
Basa se inclinó sobre ella. Mimi pudo aspirar el delicado aroma de su colonia cuando los labios de él le besaron las dos mejillas. La respiración pareció cortársele cuando él se sentó a su lado, estirando las largas piernas en su dirección de tal manera que ella tuvo que recoger rápidamente las suyas bajo la silla para evitar que se tocaran.
Bautista la miró fijamente durante un instante y, entonces, sus oscuros y burlones ojos se prendieron en los labios de Mimi. Inmediatamente, ella sintió un hormigueo en la piel y los pezones se le irguieron contra la tela del vestido de un modo que deseó poder agacharse debajo de la mesa para esconderse.
Con un nudo en la garganta, vio como él se reclinaba en su asiento y se volvía a mirar a Alicia.
–Bueno, ¿qué me he perdido, hermanita?
Ella sacudió la cabeza.
–El almuerzo entero, prácticamente. Se suponía que tenías que llegar aquí a la una.
Bautista sonrió.
–Y yo te envié un mensaje para advertirte que llegaría tarde –replicó mientras deslizaba la mano por encima de la mesa para agarrar la mano de su hermana y apretársela afectuosamente–. Siento haberme perdido el almuerzo, pero bueno, parece que aún llego a tiempo para el postre.
Bajó las larguísimas pestañas y miró significativamente al bizcocho borracho de Mimi, que ella aún ni había tocado.
–Toma. Para ti –dijo ella sonriendo secamente mientras empujaba el plato sobre la mesa hacia él. Le habría gustado tirárselo a la cara.
–Gracias –comentó él. Cuando agarró el plato, los dedos rozaron suavemente los de Mimi–. ¿No os parece esto muy civilizado?
Los dos se miraron a los ojos. La imperturbable mirada de Bautista provocó un escalofrío en la espalda, porque parecía que estaban teniendo una conversación privada y mucho menos civilizada.
Sin percatarse de la tensión, Philip se inclinó hacia delante para buscar un camarero.
–¿Te apetece un café con eso?
Basa levantó la mirada del postre y asintió.
–Podría matar por un expreso.
Philip miró a Mimi.
–Sí, por favor –respondió ella sonriendo, aliviada por fin. Al menos el café significaba que aquella tortura terminaría pronto y ella podría escapar de la penetrante mirada de Basa.
–En ese caso, cuatro expresos.
–En realidad, ¿podrían ser dos? –sugirió Alicia mientras le daba a su prometido un codazo en las costillas–. Tenemos que reunirnos con tu tía, ¿es que no te acuerdas?
–¿Sí? –preguntó Philip sin comprender. Entonces, la mirada se le iluminó y asintió lentamente–. Ah, sí. Es verdad. Vamos a reunirnos con… mi tía.
Basa hizo un gesto de desesperación con la mirada.
–Muy sutil, chicos.
Entonces, miró a Mimi y le dedicó una larga y lenta sonrisa que volvió a dejarla a ella sin respiración.
–Mi hermana probablemente te ha dicho que me ha invitado a venir para que pueda convencerte de que hagas una película de su boda, pero, en realidad, fue solo una excusa. Cree que tenemos que hablar a solas tú y yo. Ya sabes, para aclarar el ambiente sobre la historia compartida de nuestras familias.
Mimi parpadeó. De ninguna manera.
Estuvo a punto de decir las palabras en voz alta. De hecho, había empezado a abrir la boca para hacerlo cuando Basa la interrumpió.
–Y creo que tiene razón –añadió–. Después de todo, las bodas son un paso hacia el futuro. Sin embargo, si tú preferirías no…
Basa la miró fijamente, desafiándola para que se atreviera a negarse. A su lado, Alicia la miraba también, pero sus ojos eran dulces y esperanzados.
–Por favor, Mimi. Los dos sois mis personas favoritas de todo el mundo y sé que te preocupa lo que ocurrió entre tu familia y la mía y que por