Introducción
La cuenca del río Pilcomayo configura un ámbito territorial de gran complejidad. Aparte de constituirse en referencia limítrofe entre Argentina-Paraguay y Argentina-Bolivia, se intersectan allí en las últimas décadas procesos de expansión de la frontera agrícola y agropecuaria, un inusitado auge de la explotación minera gasífera e hidrocarburífera de gran impacto ambiental (desmontes, contaminación de los cursos de los ríos que componen la cuenca como así también inundaciones periódicas) e impactos diversos sobre la dinámica productiva y reproductiva de las comunidades rurales indígenas y campesinas asentadas en su territorio y cuyas economías domésticas se basan en gran medida en el usufructo de los recursos de la cuenca. Al mismo tiempo los países involucrados han desarrollado una Comisión Trinacional y otra Binacional de trabajo conjunto para el desarrollo de dicho ámbito socioterritorial.
El objetivo principal de este trabajo es analizar el campo de posibilidades y limitaciones de un conjunto diverso de proyectos y programas de Desarrollo desde una perspectiva socioantropológica. Se trata de indagar específicamente sobre el conflicto entre las dinámicas socioeconómicas y culturales de los pobladores y los modelos y políticas de desarrollo que se proponen vehiculizar dichos proyectos y programas, aportando al debate de la Antropología sobre las políticas de desarrollo en contextos de alta vulnerabilidad social y ambiental.
El enfoque que se intenta desarrollar recupera las evaluaciones de las investigaciones más recientes sobre políticas de desarrollo en ámbitos de alta vulnerabilidad social y ambiental, nuestras propias investigaciones anteriores (Trinchero, 1995, 2000, 2001, 2004) y los vínculos conflictivos entre Antropología y Desarrollo. El objetivo específico será realizar un análisis crítico en torno a ciertos proyectos de infraestructura considerando que la producción de infraestructura y la mayoría de los programas de intervención no logran los objetivos de sustentabilidad previstos respecto a la población involucrada ya que no incorporan como valor potencial las dinámicas productivas y reproductivas de las economías domésticas principalmente indígenas y campesinas. Por el contrario, la instrumentación de proyectos de inversión se enmarca en modelos abstractos de desarrollo que al instrumentarse generan condiciones propicias para el avance capitalista tradicional de la frontera agropecuaria y la especulación rentística, lo cual contradice objetivos explícitos que permanentemente se enuncian en torno al mejoramiento de la calidad de vida de los pobladores hacia los que teóricamente se orientan los proyectos.
El análisis propuesto se limitará a una breve caracterización de dichos proyectos e intervenciones teniendo en cuenta sus impactos en las poblaciones y comunidades indígenas asentadas en la parte argentina de la cuenca media y la baja (Chaco salteño y formoseño).
Antropología y desarrollo
Si el rol de la antropología clásica había sido estudiar las culturas en extinción (y contribuir a la museología de la modernidad), en la posguerra, el renacimiento de la confianza en los mercados y la pretensión hegemónica del American Way of Life, condujo a gran parte de los antropólogos al rol de persuadir a las “culturas tradicionales” de las bondades del capitalismo reemergente; o su contracara: buscar los mecanismos que operaban como “obstáculos” al desarrollo y, si sobrevivían problemáticas y/o resistencias, serían éstas achacadas a la persistencia de supuestas culturas tradicionales. La cuestión era entonces “inculcar las nuevas necesidades y persuadir a los pueblos a cambiar sus costumbres” (Erasmus, 1961: 297).
Ejemplos de este rol de ciencia sistémica asignada a la antropología sobran y no es necesario hacer aquí un recorrido por los mismos. Cientos de millones de dólares invertidos en América Latina y en el conjunto del los países denominados Tercer Mundo configuran un franco indicador de su importancia. Ya sea mediante la pretensión manifiesta de inculcar el “espíritu” capitalista a los campesinos (vg. el Proyecto Perú-Cornell que duró la friolera de quince años fracasando estrepitosamente) o bien directamente implicando a antropólogos en tareas contrainsurgentes (vg. el programa Camelot del Pentágono), la experiencia de aquella “antropología aplicada” no significó otra cosa que la expresión en América Latina de una antropología implicada en la reproducción de la hegemonía imperialista a escala mundial. Por un lado u otro, detrás de las políticas de asistencia, lo que asomaba como el problema no era ajeno al fantasma del comunismo hacia el cual las “grandes masas” supuestamente propenderían, dadas sus condiciones de extrema pobreza. De allí la necesidad de hacer docencia: había que inculcar a los pobres del mundo que el cambio debía suceder mediante la incorporación de las mayorías populares a las relaciones de la producción capitalista. El dualismo político-ideológico de la posguerra fría era el escenario en el que pretendía legitimarse tamaño esfuerzo desarrollista.
Hacia inicios de la década de los años 70 del siglo XX, una de las políticas desarrollistas más impactantes hacia los espacios rurales del planeta ha sido la eufemísticamente denominada “revolución verde”. Recordemos someramente que dicha revolución fue el resultado de una evaluación de la pobreza mundial a partir de dos caracterizaciones complementarias: la presencia de escasez de alimentos para satisfacer la demanda de las mayorías y la existencia de estructuras de producción rural “atrasadas”. De acuerdo con este análisis, la política económica debía tender tanto hacia el incremento de la producción global como hacia el aumento sostenido de la productividad mediante la innovación tecnológica en el campo. Así, en los veinte años que trascurrieron entre los comienzos de la década del 70 y los noventa y mediante transferencias tecnológicas globales junto a políticas crediticias subsidiadas, la producción agrícola mundial se incrementó en un 360%. Una aceleración de la productividad alimentaria nunca alcanzado por la humanidad en un período tan breve.
Sin embargo, y a contrapelo de esta impresionante “oferta” alimentaria, la pobreza y las situaciones de hambruna generalizada a lo largo y ancho del planeta, lejos de decaer, se acrecentaron con una crudeza que ningún técnico se hubiera animado a presagiar (Trinchero, 1995: 10). Este pretendido intento de paliar las paupérrimas condiciones de existencia de las mayorías populares del mundo, dando absoluta preeminencia a políticas de fomento hacia las innovaciones tecnológicas de aplicación universal (entre otras, semillas híbridas, expansión de la soja como producción mundial, uso masivo de fertilizantes), resultó en impactos negativos de distinto tipo que aún hoy intentan ser soslayados. El primero de ellos que interesa señalar aquí es el de un nuevo movimiento de expropiación de las condiciones técnicas de producción para millones de campesinos en el mundo. Es que la introducción de híbridos “más productivos” desde el punto de vista del volumen producido por unidad de suelo concentró en manos de empresas trasnacionales el manejo de dichas tecnologías (a las que debe agregarse el uso de fertilizantes y plaguicidas. Estos “paquetes tecnológicos” a los cuales campesinos y pequeñas y medianas empresas debieron recurrir para la producción, si bien se mostraban más eficaces en el corto plazo, implicaron que los productores directos se vieran imposibilitados de producir sus propias semillas, incrementando su dependencia del mercado de insumos a la vez que cedieron gran parte del control del ciclo productivo.
El segundo impacto negativo es que el mencionado proceso de expropiación y agudización de la dependencia del mercado de insumos, condujo a la concentración en grandes empresas agrícolas y a la expulsión de pequeños campesinos del mercado y de sus economías domésticas aportando a un renovado flujo migratorio hacia las grandes ciudades y ciudades intermedias y, como se dijo, una agudización de los niveles de pobreza, hambre y exclusión social a la par de impactos ambientales que se expresan en un deterioro en la capacidad agronómica de los suelos principalmente por el uso masivo de agroquímicos y la escasa rotación de los cultivos motivada por la rentabilidad a corto plazo de determinados productos agrícolas. Este proceso ha sido la mostración más reciente que el discurso capitalista, referido a la modernización progresiva de la sociedad (el desarrollismo), es portador de una congénita incapacidad para formular políticas que tiendan al menos a paliar los problemas de la pobreza en el mundo. Cuestión que, paralelamente, ha dado lugar a un nuevo resquebrajamiento de su horizonte discursivo. Ya el informe del denominado Club de Roma en 1972 (que muy lejos estaba de sospechas de alineamiento