Valerie Parv

Secretos sin fin


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razones para anhelar las atenciones de un hombre.

      La imagen de la cama deshecha de Sam invadió su pensamiento y se obligó a recordar que se había acostado con su hermanastra, dejándola embarazada, para luego negar que el bebé era hijo suyo. A pesar de eso, le costaba concentrarse, y se preguntó si Ellen había sentido lo mismo.

      No resultaba difícil imaginar lo ocurrido. Sam era uno de esos hombres que atraían a las mujeres como un imán, pero Haley no tenía intención de caer en sus garras.

      Se dijo que probablemente el divorcio tuvo causas justificadas. Ellen, siempre bondadosa, había aceptado la explicación de que él y su mujer eran incompatibles, pero Haley hubiera indagado más. «¿Adicto al trabajo o mujeriego? ¿Ataques infundados de celos?». No estaba dispuesta a considerar que la culpa fuera de su ex mujer; eso la llevaría a sentir lástima de él, como le ocurrió a Ellen.

      Por el bien de Joel, tenía que mantener la mente clara. La mejor manera de hacerlo era pensar en él como La Bestia que nunca se convertiría en príncipe. En otro caso, lo habría hecho cuando Ellen le contó lo del niño, pero los había rechazado a ambos.

      –Yo diría que tu hijo es muy importante en esta discusión, si vas a cuidar de mi casa cuando esté de viaje –apuntó él, interrumpiendo su pensamiento.

      –Te equivocas –dijo ella–. Yo solo he venido a entrevistarte para conocer tus requisitos, no a ofrecerme para el trabajo.

      –¿Por qué no? No eres la asistente habitual de Miranda. ¿Qué ha ocurrido con esa guapa pelirroja de la risa contagiosa? Donna, ¿no?

      –Sustituyo a Donna durante su luna de miel. Se fugó con un cliente –explicó ella. Aunque le daba igual que encontrara atractiva a la asistente de Miranda, sintió satisfacción al darle la noticia. Él arqueó las cejas y comprendió que lo había sorprendido. Si Donna le gustaba, se tenía bien empleado que hubiera huido con otro, se merecía una dosis de su propia medicina. Sin embargo, también la embargó una sensación sospechosamente parecida a los celos; debía ser toda una experiencia ser objeto de su pasión.

      –¿Va a volver? –preguntó él.

      –Volverá dentro de unos días, con su marido –aclaró ella, haciendo énfasis en «marido» y preguntándose si Sam no se rendía nunca.

      –¿Qué ocurrirá contigo cuando regrese?

      Haley comprendió que había malinterpretado su interés. Había creído que Donna le interesaba lo suficiente como para que no le importara su estado civil, siempre y cuando volviera. Pero parecía que se interesaba por ella; un interés que Haley no deseaba ni necesitaba, aunque le produjo un agradable cosquilleo.

      –Ella recuperará su puesto y yo volveré a mi trabajo.

      –Y, ¿cuál es?

      –Soy asesora informática para pequeñas empresas que no cuentan con programadores a tiempo completo. Organizo sus oficinas y sus ordenadores para que obtengan la máxima eficacia –no quería hablar de sí misma, pero él no le daba otra opción–. Ahora, podríamos…

      –Deja que piense un minuto –se frotó la barbilla pensativamente. Aunque, a juzgar por el olor a loción que emanaba, se había afeitado esa mañana, tenía el pelo tan negro que una sombra oscurecía su mentón, dándole cierto aire de pirata–. Dotes de organización y empleada de Miranda. Podrías ser justo la persona que necesito. Mi asistente personal se marchó a Zimbawe hace un mes. Yo tenía que cumplir con una fecha de entrega, y no he tenido tiempo de reemplazarlo.

      –Miranda entendió que necesitabas a alguien que cuidara de la casa –apuntó ella, comprendiendo la razón del caos del despacho.

      –Es cierto, me voy de gira para presentar el nuevo libro. Pero sería una gran ayuda si esa misma persona pudiera organizar mi despacho mientras estoy fuera.

      –En cualquier caso, yo no puedo tomar esa decisión –protestó ella, mirando la lista de preguntas que había sacado del maletín. No estaban siguiendo el guión de Miranda en absoluto.

      –Pero yo sí, y si decido que eres la persona adecuada para el puesto, Miranda no lo discutirá. Sabe que pago bien –mencionó una cifra que Haley sabía superaba con creces las tarifas habituales de Miranda. Incluso después de descontar su comisión, la cantidad restante resolvería muchos de sus problemas.

      No resolvería el principal: que Sam era el padre de Joel. Pero trabajar para él le daría la oportunidad de descubrir muchas cosas que contarle a su hijo cuando llegara el momento. Hubiera sido preferible que Joel conociera a su padre y tuviera contacto regular con él, pero eso no ocurriría mientras Sam negara su paternidad.

      Haley sabía demasiado bien lo que era crecer sin conocer al propio padre. Aún no entendía como su madre, la mujer más alocada del mundo, había conseguido casarse con un estricto profesor de historia y tener una hija. Se habían separado cuando ella tenía seis años, y su madre se casó con un entomólogo tan excéntrico como ella. En ese momento, ambos estaban en algún lugar de la selva amazónica, buscando mariposas para un proyecto de él. La última vez que había visto a Greg y a su madre fue cuando volvieron a Australia para el funeral de su hija.

      Su madre se quedó para ayudarla, pero tras un par de semanas había organizado tal caos que Haley decidió que se apañaría mejor sola. Con cariño, pero con firmeza, animó a su madre a que volviera a la selva a reunirse con Greg. Sospechaba que a su madre le encantó obedecerla. Se querían, pero llevaban vidas muy diferentes.

      Haley había salido a su verdadero padre, el organizado de la familia. Ellen, que había heredado el talento de Greg para crear desorden, siempre se había burlado de ella porque sabía dónde lo tenía todo. Haley intentó ayudar a su hermana a organizarse, pero nunca duraba mucho.

      –Aceptémoslo, he salido a mi padre, y tú al tuyo –decía Ellen, alzando los brazos con desesperación. Y Haley admitía que era verdad. Aunque no había tenido mucha relación con su padre mientras crecía, sí la suficiente como para saber lo ordenado que era. En su adolescencia intentó conocerlo mejor, pero incluso a ella la superaba su meticulosidad. Se ganaba su desaprobación solo con llegar cinco minutos tarde a una cita; era incapaz de imaginarse su reacción si, por ejemplo, se hubiera manchado de comida o utilizado los cubiertos incorrectos. Siempre había tenido cuidado de no hacer nada así, pero no podía relajarse en su compañía.

      Aunque su padre se había esforzado por cumplir sus expectativas, sus encuentros siempre pecaron de rigidez e incomodidad. Le dolía que su padre supiera más sobre Isabel Tudor que sobre Haley Glen, pero tuvo que resignarse porque eso no cambiaría nunca. Lo único que tenían en común era su amor por el orden.

      –Siento no poder darte lo que deseas, ni poder comunicarme contigo –le había dicho él tras uno de esos encuentros–. No tengo ni idea de cómo ser un buen padre. Estarás mejor sin mí.

      Ella había llorado durante dos días y después decidió aceptar la verdad y seguir adelante con su vida. Estaba orgullosa de lo que había conseguido: empezar a comprar un apartamento y establecerse como trabajadora autónoma. Pero eso no paliaba los momentos de tristeza en los que se preguntaba qué había en ella para que a su padre le costara tanto quererla. Deseaba algo mejor para Joel, e intentaría por todos los medios que no lo asolaran esos momentos de tristeza. Aunque significara trabajar para Sam.

      Por lo que llevaba visto, no era fácil hacerlo cambiar de opinión, y parecía empeñado en que cuidara de su casa. No quería perjudicar a Miranda, así que decidió aprovechar la oportunidad para cumplir su objetivo. Pero antes tenía que asegurarse de que él no aceptaría otra opción.

      –¿Podemos, al menos, cumplir con las formalidades? –le preguntó.

      –Adelante –dijo él con tono satisfecho–, siempre y cuando el nombre que aparezca al final de esa larga lista de preguntas sea el tuyo.

      Haley comenzó a preguntar y a puntear respuestas, incómoda al descubrir que él le interesaba tanto por sí misma como por el bebé. Cuando cerró la carpeta, él sonrió y ella se desmoronó.