Оливия Гейтс

Puro placer - No solo por el bebé


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el único que había estado al tanto de su relación.

      Siempre que habían salido con Mikhail, Maksim había tenido la sensación de que Cali había conectado con su amigo mejor que con él. Había sentido un poco de celos ante lo fácilmente que habían hecho amistad.

      Por otra parte, estaba seguro de que no había existido ninguna atracción entre ellos. Habían conversado y habían reído juntos, pero nunca habían actuado como si se hubieran gustado de forma más íntima.

      –¿Cómo iba a olvidarlo? –replicó Caliope, sin comprender–. Aunque desapareció de mi vida al mismo tiempo que tú, me gusta pensar que era mi amigo.

      –Lo era –afirmó él.

      Cali lo miró horrorizada al escucharlo usar el tiempo pasado.

      –Murió en el accidente –declaró Maksim.

      Ella hizo una mueca, como si le hubieran dado un golpe, y al momento se le llenaron los ojos de lágrimas.

      –Pero ¿no fuiste tú quien tuvo el accidente? –preguntó Cali, confusa.

      –Sí, así fue –afirmó él, apretando los dientes–. Yo sobreviví.

      Ella alargó la mano hacia él, ofreciéndole el consuelo que necesitaba, mostrándole su confianza sin hacer más preguntas.

      Tomando su mano temblorosa, con el pecho henchido de emoción por aquel sencillo y significativo gesto, Maksim se sentó a su lado.

      –Mikhail amaba los deportes de riesgo. Cuando yo no podía convencerle de que no hiciera algo, me unía a él –explicó Maksim–. Me sentía mejor si no lo dejaba solo, pues pensaba que podría ayudarlo si algo salía mal. Durante años, todo fue bien. Mikhail era meticuloso con las medidas de seguridad, y tengo que admitir que todas las actividades que realizaba eran muy emocionantes. Además, compartir con él esos momentos nos hacía estar más unidos. Hasta que un día, cuando nos lanzamos en paracaídas, el mío no se abrió.

      Cali tomó una bocanada de aire, con los ojos llenos de terror. Lo miraba expectante, nerviosa, esperando el resto de la historia que había cambiado la vida de él para siempre y había supuesto el final de Mikhail.

      –Mikhail se acercó para ayudarme. No podíamos usar ambos su paracaídas, pues no podía con el peso de los dos. Yo le grité que me soltara, que no se preocupara. Sin embargo, él me agarró y abrió su paracaídas.

      Cali le apretó la mano con fuerza.

      –Se aferró a mí con las piernas y no me soltó. Lo malo fue que nuestro peso nos hizo caer demasiado deprisa y nos desviamos del punto de aterrizaje, dirigiéndonos hacia un bosque. Yo sabía que ambos moriríamos, si no en el aterrizaje, al estrellarnos contra esos árboles. Entonces, me zafé y lo solté, rezando porque, al librarse de mi peso, él pudiera maniobrar y recuperar el rumbo. Intenté abrir mi paracaídas una vez más y, de pronto, se abrió. Al instante, choqué contra la copa de los árboles. Y perdí el conocimiento.

      Maksim hizo una pausa, reviviendo la agonía por lo que había sucedido después. Mientras, Cali había dejado de llorar y lo miraba con ojos aterrorizados y respiración entrecortada.

      –Cuando recuperé la conciencia, estaba todo oscuro. Estaba desorientado y agonizaba de dolor. Tenía las dos piernas rotas, como supe después, y heridas por todo el cuerpo. Tardé un rato en darme cuenta de que estaba en la copa de un árbol. Me dolía tanto el cuerpo al moverme que quise quedarme allí a esperar la muerte. Lo único que me dio ánimos para intentar bajar fue la necesidad de comprobar que Mikhail estuviera bien.

      »Tenía el teléfono roto, así que ni siquiera podía esperar que alguien nos localizara mediante la señal GPS. Solo podía esperar que Mikhail estuviera bien o, al menos, mejor que yo y que su móvil funcionara. Tardé toda la noche en bajar del árbol. Cuando amaneció, lo vi tumbado en un pequeño claro a unos pocos metros, medio cubierto por su paracaídas, retorcido en una posición que dejaba claro que…

      A Maksim se le cerró la garganta por aquel recuerdo insoportable. Entonces, Cali lo abrazó con todas sus fuerzas, sumergida en sollozos.

      Él aceptó su consuelo y dejó que las lágrimas brotaran también por de ojos. La abrazó, sintiendo su calidez.

      Y, aunque ella no le pidió que continuara, deseando ahorrarle aquellos agónicos recuerdos, Maksim no quería seguir teniendo ningún secreto con ella. Necesitaba que lo conociera tal cual era.

      –Al final, llegué hasta él, pero no pude hacer nada más que mantenerlo caliente y prometerle que lo sacaría de aquello. Pero él sabía que solo uno de nosotros saldría vivo de allí. Sigo furioso porque fuera yo y no él –confesó Maksim, sintiendo que los brazos de ella lo abrazaban con más fuerza–. Me dijo que había dirigido su paracaídas hacia mí, temiendo que me perdiera en el bosque. Me alcanzó antes de que yo chocara y se las arregló para parar mi golpe. Eligió morir para salvarme.

      Cali enterró la cabeza en su pecho, bañada en llanto.

      –Pero no murió enseguida. Tardó un día entero… Me quedé tumbado con él en mis brazos mientras caía la noche y volvía a amanecer. Cada vez que perdía la conciencia, creía que iba a morir al fin, pero luego volvía a despertar, con mi amigo entre los brazos. Estuve así cuatro días, hasta que un equipo de rescate dio con nosotros.

      Cali se encogió, temblando, mientras él la apretaba contra su pecho.

      –Llegué al hospital medio muerto y tardé meses en recuperarme. En cuanto he podido valerme por mí mismo, he venido hasta aquí.

      –Para seguirnos a Leo y a mí –adivinó ella, mirándolo con los ojos enrojecidos–. ¿Hace… hace cuánto tiempo sucedió el accidente?

      –Menos de un mes después de la última vez que estuvimos juntos.

      –Lo sabía –afirmó ella, apretándole el brazo–. Sabía que algo te había pasado. Por eso me volví loca cuando no me contestabas. Pero, cuando oí que tu empresa seguía en activo, pensé que me estaba engañando a mí misma.

      –Mis ayudantes tomaban las decisiones por mí. Mantuvieron en secreto mi estado crítico para que no cundiera el pánico entre los accionistas. Aunque ya sabes que la razón por la que no te respondía no fue el accidente. No tenía intención de responderte, pero esperaba con ansiedad tus llamadas, releía tus mensajes una y otra vez, de forma compulsiva. Hasta que un día, dejaste de llamar…

      Maksim había estado contando los días hasta la fecha de parto de Cali y, cuando ella había dejado de llamar, había adivinado que su hijo había nacido. Saber que Leonid y ella estaban bien había sido lo único que le había hecho mantener la cordura. Había tenido la esperanza de que ella siguiera llamándolo después de un tiempo y, al mismo tiempo, había rezado por que no fuera así. De todos modos, Cali no había vuelto a intentar contactar con él.

      –¿Qué podía decirte? Tú me preguntabas en tus mensajes si estaba bien. ¿Cómo iba a contestarte que no lo estaba y que nunca volvería a estarlo?

      –No todos los que han sufrido maltrato se convierten en maltratadores, Maksim –afirmó ella, mirándolo a los ojos con intensidad–. Nunca te has comportado como un trastornado, al menos, conmigo. ¿Cómo pudiste creer que ibas a convertirte en un monstruo, cuando tu comportamiento no daba señales de ello?

      –No podía arriesgarme –admitió él–. Pero ahora todo ha cambiado.

      –¿Porque te enfrentaste a la muerte y perdiste a tu único amigo? ¿Te hizo cambiar eso la opinión que tenías de ti mismo?

      Maksim meneó la cabeza.

      –No. Lo que me hizo cambiar fue el último día que compartí con Mikhail. Me dijo que no había arriesgado su vida por mí solo porque era mi amigo, sino porque yo era el único de los dos que tenía personas que dependían de mí… Leonid, tú y mi madre. Me hizo prometerle que no malgastaría la vida que me quedaba. Cuanto más pensaba en sus palabras durante mi recuperación, menor era mi temor a reproducir