nombres nos enseñan que Satanás no es una fuerza maligna impersonal. Posee todos los rasgos de personalidad, como intelecto (2 Corintios 11:3), emociones (Apocalipsis 12:17), y voluntad (2 Timoteo 2:26). También se utilizan pronombres personales al referirse a él (Mateo 4:1-12). Al ser una persona, es moralmente responsable ante el Señor (Mateo 25:41). Es por eso que el Nuevo Testamento lo describe como orgulloso, rebelde, sin ley y difamador, por lo que es llamado mentiroso, engañador, tergiversador e imitador.
El Nuevo Testamento revela a Satanás como el gobernante de una hueste de ángeles caídos (Mateo 25:41), y como la cabeza de un ejército bien organizado de agentes espirituales. Términos como principados, potestades y gobernadores de las tinieblas de este mundo indican rangos en el ejército de Satanás (Efesios 6:12). Por medio de estos rangos de demonios, Satanás, como un general competente, reúne su información y lleva a cabo su programación a través de todo su reinado de oscuridad mundial. Satanás y sus demonios llevan a cabo su actividad diabólica, malvada, entre la gente del mundo que no reconoce a Cristo como Señor (Marcos 4:15; Juan 8:44; Colosenses 1:13). Con tentaciones que van desde el ascetismo hasta el libertinaje y de la teología intelectual a un craso ocultismo, ciega sus mentes, busca evitar que crean únicamente en Cristo para su salvación, y lucha por mantener su lealtad hacia él (2 Corintios 4:4; Lucas 8:12). Por ello estos seguidores humanos son llamados “los hijos del malo” (Mateo 13:38), sus “ministros” (2 Corintios 11:15), y “los hijos del diablo” (1 Juan 3:10).
Posesiones demoníacas
En algunos casos, Satanás y sus demonios se introducen en sus seguidores y los controlan tanto que se involucran en una “posesión demoníaca”. Lucas 8:30 describe a un hombre poseído por legión porque “muchos demonios habían entrado en él”. Particularmente, previo a la muerte y resurrección de Cristo, a Satanás y sus demonios les fue permitido ejercer espantosos, poderosos y evidentes ataques sobre los cuerpos y mentes de algunas personas. Dios permitió ese poder en parte para que la gente pueda reconocer profundamente su necesidad de un Salvador, y que el poder de Cristo para salvarlos fuera mostrado prominentemente. Las posesiones demoníacas pueden producir ceguera (Mateo 12:22), parálisis (Hechos 8:7), convulsiones (Lucas 9:39), paroxismos (Marcos 9:17, 20, 26), autodestrucción (Marcos 9:22), fuerza sobrehumana (Marcos 5:4), disociaciones de personalidad (Marcos 5:6-10), conocimiento especial para identificar a Jesús (Marcos 5:7), o falta de salud y comportamiento extraño (Lucas 8:27; Mateo 17:15). Todo ello muestra que no hay aflicciones, mentales o físicas, que Satanás y sus demonios no quieran traer a la gente. El factor común en todo lo anterior es la destrucción, porque Satanás es el destructor. Los autores de los Evangelios tienen cuidado en diferenciar la actividad demoníaca de varias enfermedades físicas (Mateo 4:24; Lucas 4:40-41).
Satanás se opone amargamente a Dios y busca alienar a todos de Él; por lo mismo, Satanás también entabla una guerra intensa contra los seguidores de Cristo (Lucas 8:33; 1 Corintios 7:5). Dado que cada creyente está investido por el Espíritu Santo y pertenece a Jesús, ningún creyente puede ser endemoniado (1 Corintios 6:19). Juan afirma lo anterior al decir que Jesús que mora en nosotros, es mayor que Satanás, que está en el mundo (1 Juan 4:4). Sin embargo, Satanás influenció tanto el pensamiento de Pedro que Jesús tuvo que decirle firmemente a Pedro: “¡Apártate de mí, Satanás!” (Mateo 16:23). En Lucas 22:31 leemos que Satanás quería zarandear como a trigo a todos los discípulos para probarlos. Apocalipsis 12:10 dice que Satanás busca acusar a los creyentes ante Dios.
Satanás contra Cristo
El conflicto entre el diablo y la Semilla de la mujer fue el escenario central en la encarnación de la palabra. La venida de Jesucristo en el cumplimiento de los tiempos fue el más grande movimiento de Dios contra Satanás en la guerra espiritual. Jesús habló más sobre Satanás y los demonios que cualquier otro en la Biblia. Satanás y sus demonios liberaron su más grande furia contra Jesús, cuya humanidad libre de pecado motivó a Satanás a tentarlo de formas especiales. En el desierto de Judea, Cristo pasó del agua del bautismo al fuego de la tentación. Durante 40 días, Satanás atacó a Jesús con los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida. Tratando de tomar bajo su control la humanidad sagrada de Cristo (Mateo 4:1-11). Satanás tentó a Jesús hacia la independencia (4:3-4), la indulgencia (4:5-7), y la idolatría (4:8-10). Tentó a Jesús para que se alejara de la voluntad de su Padre, de la palabra de Dios y de la cruz. Su objetivo fundamental era hacer que la sustitución de Cristo no fuese necesaria, al ofrecerle la gloria sin la cruz, tal como le prometió a Eva gloria sin la obediencia a Dios.
Jesús se mantuvo firme, rechazando repetidamente a Satanás y sus demonios, haciéndolos huir primero de sí mismo y por consecuencia, de otras personas durante su ministerio público. Se comprometió en un ministerio de proclamación de libertad a los cautivos (Lucas 4:18). En su confrontación con los fariseos sobre la sanidad de un hombre poseído por demonios que estaba ciego y mudo, Jesús clarificó su intención de echar fuera a Satanás de la vida de las personas (Mateo 12:26). Jesús también liberó a una mujer que Satanás había mantenido atada por 18 años (Luc. 13:16).
En Getsemaní, Satanás liberó todos los poderes del infierno. Llevó a Jesús a ponerse de rodillas, arrastrándose como gusano y sudando sangre de tal forma que el Hijo de Dios clamó en agonía: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa” (Mateo 26:39) ¡Y qué heridas en el alma experimentó Cristo por las manos del instrumento de Satanás, Judas Iscariote! Con razón dijo a las fuerzas satánicas: “Más esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas” (Lucas 22:53).
El ataque satánico continuó en Gabata, donde Cristo fue forzado a usar una capa púrpura y una corona de espinos mientras era azotado, burlado, abofeteado y magullado. Finalmente, en el Gólgota, Satanás liberó todas las fuerzas del mal una vez más. Los toros de Basán cercaban el sufrimiento del Mesías (Salmos 22:12). Cada insulto se amontonó sobre Jesús; los brutales soldados, los crueles espectadores, y los egoístas sacerdotes y ancianos con la vestidura sagrada de su oficio involucrados en la burla satánica mientras Cristo colgaba de la cruz bajo el fuego de la ira de su Padre, rechazado por el cielo y la tierra, y atacado por poderes infernales. Su insondable grito de agonía resonó a través del oscuro reino de la naturaleza: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46).
En una ocasión, Lutero pasó una mañana completa tratando de comprender esta agonía, únicamente para levantarse de sus rodillas, confesando: “Dios desamparado de Dios; ¿quién puede comprenderlo?”. Y de hecho, esa verdad es incomprensible. Pero esto es lo que sabemos: Satanás fue derrotado en la cruz, de una vez y para siempre. En Hebreos 2:14 dice: “Él [es decir, Cristo] participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo”. Jesús habló de la cruz como una especie de exorcismo cósmico en Juan 12:31-32: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”. La victoria le pertenece a Cristo debido a su perfecta obediencia a lo largo de las más severas pruebas instigadas por Satanás.
A través de su vida, muerte, resurrección y ascensión, Cristo rompió el poder del opresor con una sola mano. Satanás perdió su sofocante gobierno sobre las naciones. El balance del poder fue regresado. En la era del Antiguo Testamento, había relámpagos de luz en la oscuridad. Pero ahora, en y por medio de Cristo, la luz amaneció. La luz permanente y la gloria de Cristo ahora sobrepasan los restos de maldad y oscuridad de Satanás.
Tras la resurrección y ascensión al cielo de Cristo, las posesiones demoníacas disminuyeron grandemente. El libro de Hechos registra algunos incidentes que generalmente se originaron cuando el Evangelio era llevado por primera vez a un lugar. Tanto Pedro como Felipe echaron fuera demonios en al menos una ocasión (Hechos 5:16; 8:7). Pablo liberó a una joven mujer de un demonio adivinador de la fortuna y echó fuera demonios en Éfeso (16:16- 18; 19:11-12). Pero las epístolas del Nuevo Testamento “aunque frecuentemente hablan de la oposición satánica contra la iglesia (Romanos 8:38-39; 1 Corintios 2:8, 15:24-26; Efesios 1:20-22, 3:10, 6:12; Colosenses 1:16, 2:15)” mencionan pocas posesiones demoníacas