estaba tan contento que saltó sobre ella dos veces, y Audrey iba a regañarle cuando oyó una voz que le decía sorprendida:
—¿Mamá?
Ella se giró y allí estaba Andie, con un helado de chocolate en la mano, con expresión de no poder creer lo que estaba viendo. Estaba con Jake Elliott, uno de sus amigos.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó Andie en tono acusador.
Ella no supo cómo decírselo, a pesar de haber imaginado aquella conversación cientos de veces.
—He encontrado trabajo en Highland Park. Voy a vivir allí.
Andie parecía horrorizada. Se le dilataron las pupilas y los ojos se le llenaron de lágrimas, retrocedió.
—No puedes hacerme eso —susurró.
Jake se puso a su lado, para reconfortarla, y Audrey se alegró de que su hija tuviese a alguien en quien apoyarse, aunque también estuviese en contra suya.
—Pues ya está hecho.
—¿Cómo has podido? —preguntó Andie, sacudiendo la cabeza—. ¿No crees que ya has hecho suficiente para arruinarme la vida?
Audrey no supo qué decir, pero no tuvo que decir nada porque, en ese momento, Tink la salvó. Debía de haber sentido la tensión, y gruñó a Andie y a Jake.
—Tink, no —dijo ella.
El animal la miró y dejó de gruñir, pero se quedó a su lado por si lo necesitaba.
—¿Crees que puedes volver a mi vida así, sin más? —inquirió Andie.
No, sólo había pensado en estar cerca, por si en algún momento su hija la necesitaba.
—Sólo he sacado al perro a pasear, Andie. No tenía ni idea de que estuvieses aquí. ¿Cómo iba a saberlo? Hacía dos meses que no te veía.
—¿Por qué has tenido que venir aquí, donde vivo yo? Bueno, pues no va a funcionar. Hagas lo que hagas, no funcionará —le advirtió Andie, y se marchó.
Tink ladró con todas sus fuerzas, contra el enemigo.
—No —intentó explicarle Audrey—. Es mi niña. Mi pequeña.
Y se quedó allí, viendo cómo Andie se metía en su coche y desaparecía. Luego, se dejó caer en un banco al lado de la heladería, temblando, con el perro apoyado en su regazo, gimiendo de nuevo, sin entender lo que le pasaba, pero queriendo serle de ayuda.
Capítulo 3
ANDIE seguía temblando cuando entraron en el camino que llevaba a su casa, en la que vivía con su padre. Jake había intentado calmarla, pero sin éxito.
Estaba demasiado furiosa.
Además, prefería estar sola. De todos modos, sabía que no podía contar con nadie.
Después de lo que su madre había hecho el otoño anterior, sabiendo que todo el barrio hablaba de ella, ¿cómo se había atrevido a volver?
Salió del coche y dio un portazo, luego, se secó las lágrimas. El coche de su padre no estaba en el camino, lo que significaba que no estaba en casa, como de costumbre. Sí había otro coche, el de su joven, estirada y rubia novia.
«¡Estupendo!», pensó.
Si sus padres hubiesen aguantado dos años más, ella ya habría estado en la universidad y no le habría importado. ¿Cómo iba a soportar otro año y medio más viviendo con su padre y la Barbie? Y, encima, con su madre en el barrio…
Entró en la casa por el garaje y estaba casi en su habitación cuando se dio de bruces con el nuevo amor de su padre. La Barbie llevaba puesta una bata, zapatillas de casa y una porquería de color verde en la cara.
La rubia resopló enfadada al verla.
—Pensé que eras Richard —dijo.
—¿A estas horas? ¿Cuándo lo has visto llegar tan pronto? Tiene que trabajar mucho, para pagarte todos los caprichos. El coche nuevo, tus tratamientos de belleza, Barbie.
Ella le sonrió con dulzura, como diciéndole que no iba a librarse de ella tan fácilmente.
Y Andie se dijo que le daba igual. Entró en su habitación, se tumbó en la cama y descolgó el teléfono para llamar a su padre.
—Por favor, responde, por favor —susurró—, sólo esta vez.
Pero respondió, cómo no, su secretaria, que accedió a concederle una audiencia con su padre. Por esa vez.
—¡Papá! —gimió Andie—. Me ha pasado algo horrible. Me he encontrado con mamá en la heladería. ¡Me ha dicho que va a vivir en Highland Park!
Él rió.
—Andie, tu madre no podría permitirse vivir allí. A no ser que…
«A no ser que haya encontrado otro hombre que la mantenga», pensó.
Pero no lo dijo, no era necesario.
—Dice que ha conseguido un trabajo —le explicó Andie.
—¿De qué? No sabe hacer nada.
—Ya lo sé.
Entonces… ¿La había mentido su madre? Eso no era nuevo.
—No soportaría tenerla aquí —sollozó—. Ahora que las cosas habían empezado a calmarse. ¿Puedes llamarla y decirle que se marche, por favor? Dile que, si de verdad me quiere, se vaya.
—Yo… Espera, Andie. Tengo otra llamada…
—Papá, ¡por favor!
—Lo siento.
—No. Díselo. Prométeme que lo harás.
Pero él ya había colgado.
Andie colgó también. Cómo no, su padre no podía hablar con ella porque tenía otra llamada más importante. Estaba acostumbrada a que no le dedicase más de cinco minutos al día, a veces, a la semana. Había vuelto a vivir a la casa familiar, pero en realidad no estaba allí. Estaba tan poco como antes de que se separase de su madre.
Y ella estaba sola.
Audrey no tenía muchas cosas que llevarse.
Se había marchado de su casa tres meses antes, sólo con una maleta y una bolsa de viaje pequeña. Y había llegado a casa de Marion hacía dos meses, con lo mismo. En el tiempo que había pasado allí sólo había acumulado cosas que le cabían en dos cajas, que ya estaban en su coche. Cerró la maleta y miró a su alrededor. Sintió algo parecido al pánico.
—Venga, venga —le dijo Marion abrazándola por la cintura—. No te pongas así. Ya es hora. Y vas a estar bien.
—Me alegra que alguien piense así —contestó ella apoyando la cabeza en su hombro—. No sé cómo darte las gracias —añadió, con un nudo en la garganta.
—No, por favor. Ésta es una casa alegre. Te lo dije cuando llegaste. Me ha encantado tenerte aquí. Te echaré de menos. Puedes llamarme y venir a verme cuando quieras. De hecho, me dolería mucho que no lo hicieras. Pero es hora de salir del nido, cariño. Tienes que continuar con tu vida. Yo sé mucho de estas cosas. Y nunca me equivoco. Estás preparada.
Audrey se irguió y luchó por no llorar.
—No pensé que nadie fuese a darme otra oportunidad, y tú…
—No, no. Si quieres agradecérmelo, ayuda a alguien a seguir adelante. Así es como quiero que me lo agradezcas.
—Está bien. Lo haré —le prometió, mirando a su alrededor—. Voy a echar de menos este lugar.
Marion le sonrió.
—Estás preparada para marcharte,