puede identificar el motivo de su malestar, difícilmente pueda ser la llave directa que aliviaría la angustia.
Por su parte, las crisis de angustia pueden conllevar cuadros de alteración psíquica, como los distintos tipos de fobias (incluso lo que actualmente se denomina “ataque de pánico”).
Distinta es la tristeza, sentimiento que se puede llegar a confundir con la angustia pero que, sin embargo, no llega a percibirse como un “agujero en el alma”. Es un estado de decaimiento aunque identificable con una situación o elemento particular. Sobre la angustia, en cambio, muchas veces se desconoce su origen así como su persistencia.
En posteriores capítulos, al introducirnos sobre los vínculos interpersonales y el maltrato, mencionaremos algunas manifestaciones emocionales predominantes. Entre ellas, deberíamos hacer hincapié en el concepto “agresividad”.
La agresividad es producto de un alto nivel de energía que tiende a desplegarse hacia el afuera (agresión física, verbal o actitudinal) o bien incluso haciendo implosión dentro del propio organismo (síntomas y enfermedades). En realidad, toda manifestación agresiva tiende a dañar a otro y, en consecuencia, a uno mismo.
Las tendencias hostiles tienden a expresarse en alguna u otra medida. La autoagresión será uno de los pivotes para analizar lo punitivo que hay en uno mismo, sea enfermando o bien utilizando la autocrítica y las manifestaciones melancólicas.
Si la idealización es un modo de lectura de la realidad subjetiva, la confrontación con la realidad objetiva tiende a manifestarse por medio de otras emociones y sentimientos.
Podríamos esbozar la idea de que uno no ve sino lo que puede ver. Cuando algo que esperamos y deseamos que ocurra finalmente no llega a concretarse, puede surgir el sentimiento de desilusión. La desilusión se enlaza con otro sentimiento que es la frustración. Al percibirse, uno puede bien aceptarlo dolorosamente, o bien intensificar otros sentimientos que luego se convertirían en hostilidad.
Si la desilusión puede conducir al sentimiento de frustración y éste a su vez al enojo, el modo en que todo ello se llegue a expresar estará supeditado al esquema triangular ya señalado, es decir, dependiente de la estructura de la personalidad, la reiteración del sentimiento de frustración en el tiempo y la influencia del contexto en el cual ocurre.
Las fantasías y la realidad. Un último concepto a introducir de modo esquemático, sumando a lo que veníamos esbozando sobre ilusión/desilusión, es el que refiere al campo de la imaginación y la producción de fantasías.
Por medio de la fantasía vamos tejiendo nuestros vínculos con la realidad y el entorno. Son aquellas ensoñaciones que nos permiten ensayar, una y otra vez, conductas y actitudes para con el mundo que nos rodea o bien en referencia a nuestro propio mundo interno.
La fantasía puede tanto adelantarse a los hechos (imaginándonos una situación dada) o bien reconstruir de múltiples formas lo que pudo haber sido en un momento anterior.
Puede bien ser aquello que anhelamos o bien con dolor seguimos recordando. Construye imaginariamente lo que nos gustaría que aconteciera en nuestras vidas, nos alejaría de alguna realidad dolorosa y hasta imposible, y nos otorgaría cierta cuota de placer sin límites.
La fantasía, podríamos resumir, es aquel guión imaginario que construye el sujeto, independientemente de su lazo con la realidad. Existen fantasías conscientes y fantasías inconscientes. Evidentemente existirán fantasías confesables así como otras muchas que uno guardará cual tesoro en su propio mundo interior. Tendrán un papel preponderante en la interrelación con el mundo.
Reiteradas veces podemos descubrir cómo en un momento dado nos “colgamos” y nos sumergimos en esa “navegación virtual” sin saber siquiera por dónde estamos yendo. El encadenamiento de imágenes, que pueden o no ser conexas, nos extrae del contexto y del tiempo, llevándonos a lugares inesperados. Es como cuando muchas veces solemos decir: “Me quedé con la mente en blanco”, o “estoy pensando en nada”.
En verdad, constantemente estamos produciendo imágenes de escenas sobre lo que nos pasó, lo que nos está pasando, así como lo que tendremos que atravesar en un futuro inmediato. Son, por decirlo de manera simple, las “películas” que nos armamos ante cada situación que requirió o bien requiere de una decisión y una posterior acción.
Esto se pone en juego tanto en lo estrictamente personal (propia imagen, padecimientos, dolores, etc.) como en lo “público” (encuentros con un otro en entrevistas o salidas, en lo que se dijo o no se dijo, etc.). Podríamos decir que frecuentemente las fantasías nos ayudan a planificar y esclarecer lo que deseamos alcanzar, mientras que otras tantas sólo nos remueven hechos transcurridos o errores que se han llegado a suceder en un determinado accionar sin, por supuesto, estimular una salida satisfactoria.
Muchas de estas producciones imaginarias terminarán incluyéndose luego dentro de la producción onírica (el soñar) y serán manifestadas, de manera original o deformada, en aquellos puntos que han quedado sin resolver.
Esta sintética descripción del plano de la fantasía nos servirá para abordar con mayor exactitud lo que verdaderamente ocurre cuando de vínculos interpersonales se trata.
Lo que pensamos sin decirlo, lo que sentimos cuando nos han hablado mal, lo que percibimos de nosotros mismos viéndonos agradables o desagradables, lo que esperamos del accionar del otro, sus respuestas o su indiferencia, etc., son todas creaciones imaginarias que, reitero, pueden tanto contribuir como obstaculizar el vínculo establecido o el que al menos se intenta entablar.
Las experiencias de los primeros años de vida y los rasgos de personalidad, así como la influencia de los contextos en los cuales el sujeto se halla inserto, confluyen en esto que intentamos introducir y es lo referido al porqué del maltrato y la agresividad como modos de interacción entre pares.
5. Vinculación con la dinámica escolar
Todos estos conceptos descriptos, como dijimos, son puestos en juego dentro de todo vínculo interpersonal. ¿Cómo? Lo graficaremos con los siguientes ejemplos.
Imaginemos una situación conformada por una docente y sus alumnos: ellos no “hacen caso” a lo que la docente les está pidiendo. Hay mucho “alboroto” dentro del aula y algunos no obedecen las órdenes de “terminar de molestar”, ubicarse en sus asientos y prestar la debida atención.
Veamos, en este caso, lo que podría estar aconteciendo desde el propio docente. ¿Qué aspectos generales podrían ser puestos en juego?
a) La estructura de personalidad y los propios rasgos que hacen que ella pueda ser más o menos reactiva, se exprese ante ellos de una determinada forma (tipo de léxico, ironía, gritos), muestre capacidad de espera, control, firmeza, etcétera.
b) Sus experiencias anteriores y la reiteración de situaciones similares a la que acontece en ese momento. De acuerdo con ellas, su reacción será de diferente modo.
c) Sus fantasías y pensamientos latentes, esto es, qué pensará y sentirá mientras ocurre ese “desorden” (“No puedo más, me quiero ir, los voy a matar, me tienen cansada, no sé más qué hacer”, etcétera).
d) En interacción con los puntos anteriores, su nivel (umbral) de tolerancia, el cual varía de acuerdo con su experiencia de vida, la situación personal en la que se encuentre, la frecuencia que tienen dichas alteraciones en el aula, etcétera.
e) Su capacidad de autocrítica (“En qué me estoy equivocando” o bien “me excede”) o su tendencia de poner afuera (proyectar) los conflictos que subyacen en el aula, expresando quejas sobre el grupo de revoltosos que le ha tocado este año, el sistema escolar y la falta de pautas claras desde la cúpula directiva, etcétera.
f) Sus temores latentes, principalmente en el hecho de llegar a ser “descubierta” por los demás (docentes, secretaría, personal directivo e incluso los mismos chicos) por su “falta de dominio y autoridad” en el aula.
g) Ante situaciones desbordantes continuas, llegar al replanteo de su elección profesional.
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