yo no quiero vengarme, Jye; sólo quiero recuperarlo.
–¿Estás loca? El tipo se ha casado.
–En realidad, no –sacudió la cabeza–. No es un matrimonio de verdad. No se casaron en una iglesia y no duermen juntos.
–¿Te lo contó Carey? –la expresión de ella hizo que la pregunta fuera retórica–. ¿Y tú le creíste?
–Por supuesto. Brad no me mentiría.
–Claro. ¿Se te ha ocurrido que el sincero y viejo Brad podría estar intentando conseguir la tarta y comérsela también?
–No –dijo–. No conoces a Brad como yo.
–Te conozco a ti, Steff, y no estás hecha para el papel de amante. Por el amor del cielo, siempre has comparado la infidelidad con el asesinato; recuerdo que cuando salí con dos chicas al mismo tiempo lo llamaste «violación emocional». ¡Y eso que no me acostaba con ninguna! ¿De verdad crees que eres capaz de tener una aventura con un hombre casado y vivir contigo misma?
–Te lo repito, Jye, no está casado de verdad.
–Escucha, puede que no haya pasado por el altar, pero, pequeña, ¡casarse es casarse! Créeme, ¡a su esposa no le va a gustar tu intento de arrebatárselo! Sin importar los motivos calculadores que haya podido tener Carey para casarse con esa pobre mujer, te apuesto dinero contra donuts que el único motivo por el que ella se casó es porque se imagina enamorada de él.
–¡Oh, Jye, eres tan ingenuo! –lo absurdo de esa acusación lo dejó mudo, pero, por desgracia, Stephanie no sufrió ese problema–. Fue Karrie Dent quien en primer lugar le sugirió a Brad lo del matrimonio fingido –explicó–. Dio por hecho que él querría conseguir la dirección del departamento cuando éste quedó vacante y le pidió que la recomendara para ocupar su puesto. Cuando él le informó de que ni siquiera lo considerarían para el ascenso porque al padrino le gustaba que sus ejecutivos estuvieran casados, a Karrie se le ocurrió la idea de un matrimonio de conveniencia. Tenías razón con la evaluación que hiciste de ella, Jye –continuó–. Karrie es una mujer que sólo piensa en su carrera. El interés que tiene por Brad es sólo profesional, nada más.
–¡Tonterías! –replicó él–. Puede que tenga planes para su futuro profesional, pero también los tiene sobre Carey. Piensa en ello, Steff. Si sólo persiguiera el anterior puesto de él, le habría bastado con convencerlo de que se casara con alguien… –calló para dejar que las palabras surtieran su impacto–. Por lo que tú has dicho, se ofreció voluntaria al papel.
La duda nubló los ojos de Stephanie mientras se mordía el labio.
–¡Te equivocas! –exclamó con énfasis–. Karrie le dijo a Brad que no ponía objeción alguna a que tuviera relaciones durante su falso matrimonio, siempre y cuando fuera discreto.
–Imagino que eso también te lo contó Brad, ¿no es cierto? –gimió Jye.
–Sí, y le creo.
–Entonces se reduce a un cara o cruz entre proponerte a ti para el premio a la Señorita Ingenua del año o a él para un Oscar.
–Basta, Jye –imploró–. ¿No puedes ver que lo que tienen Karrie y él es sólo… un acuerdo de negocios? Un acuerdo temporal. Lo que yo siento por él es… –enderezó los hombros–. Bueno, de verdad creo que lo amo.
–¡Pues tu proceso mental apesta! –rugió, incapaz de contener la frustración–. Dios mío, Stephanie, ¿te oyes a ti misma? Estás ahí tratando de justificar tu participación en un asunto sórdido con un hombre casado. Bueno, cariño, si esperas que te dé mi bendición, tendrás que esperar mucho. ¡Puede que a mí no me interese el matrimonio, pero considero sagrado el de los demás!
–¡Deja de ser tan santurrón, Jye! ¡Te repito que no es un matrimonio de verdad!
–¡Si es legal… es real!
–¡No es espiritualmente real!
–Dame fuerzas –Jye alzó la vista al cielo en busca de una pista sobre cómo tratar a una mujer decidida a sabotear su cordura–. De acuerdo –decidió cambiar de táctica–. De acuerdo, finjamos que debido a tus estrechos conceptos de cómo debe ser un matrimonio de verdad, Brad Carey esté «técnicamente» libre. ¿Por qué, entonces, armas tanto revuelo por el asunto? Quiero decir, dado que lo quieres y él te quiere a ti, si no lo consideras «casado de verdad», ¿dónde demonios radica tu problema?
–El problema –repuso– es que todo el mundo sabe que Karrie no sale mucho, y Brad es tan agradable que siente que no está bien colocarla en una posición en la que, si alguien averiguara que él y yo nos veíamos, quedaría como una tonta.
–¡Pero si el tipo es un santo!
–Pero para mí no tiene sentido esperar hasta que Karrie empiece a salir con alguien –hizo caso omiso de su sarcasmo–. Santo cielo, Jye, ¡lo único que hace es trabajar! Está tan entregada a su carrera que los hombres a los que es probable que conozca son otros ejecutivos que, gracias al pensamiento medieval del padrino, estarán todos casados.
–Bueno, quizá tengas suerte y el chico que se encarga del mantenimiento de las fotocopiadoras se encapriche de ella –sugirió con tono seco.
–Imposible –repuso como si lo hubiera considerado–. Scott es gay. Lo sé porque el año pasado perdí casi todo un mes tratando de conquistarlo.
–¿Quisiste seducir al mecánico de las fotocopiadoras?
–Está muy bueno –se encogió de hombros–. ¡Cielos! Qué sentido del humor tan retorcido tiene… –antes de que él pudiera digerir ese comentario fascinante, ella continuó–: Mira, Jye, sé que no te gusta mucho la idea de que vea a Brad…
–¿Qué te hace pensar eso?
–¡Por favor, Jye! Necesito tu ayuda. ¿Al menos puedes escucharme? –unos enormes ojos azules grisáceos le suplicaron hasta que hicieron que pensara que era él quien se equivocaba.
«¡Maldita sea! ¿Cómo lo conseguía?», se preguntó, y se resignó al hecho de que probablemente estaría muerto antes de ser inmune a ello. Y a pesar de que le encantaría echarla de su despacho y olvidar que alguna vez habían mantenido esa absurda conversación, no podía, no cuando se la veía tan vulnerable; Steff y Duncan eran lo más próximo a una familia que jamás iba a tener. Si no podía darle su simpatía, al menos le debía dejarla hablar para descargar su problema.
–De acuerdo –dijo con voz cansada–. Te escucho. Pero en diez minutos tengo una reunión con Duncan y los chicos del departamento financiero, así que dispones de ocho para decir lo que quieras decir. Y no se te ocurra pedirme que te cubra el trasero –alzó la voz ante el gesto de ella de querer interrumpirlo– si el jefe llega a averiguar que te acuestas con un hombre casado.
–¡No me acuesto con él!
–¿No?
–¡Sólo he salido con él una media docena de veces!
–¡Demonios! Stephanie, prácticamente me dijiste…
–Cielos, Jye –quedó boquiabierta, con una expresión entre asombrada y dolida–. ¿Cómo puedes decir algo semejante? ¿Cómo puedes pensar siquiera que me metería en la cama con un chico que apenas conozco? ¿Cómo…?
–Quizá –cortó su insinuación de que él era el villano ahí– se debe a que acabas de contarme que tu objetivo inmediato en la vida es ser la amante de ese tipo.
–¡Jamás dije eso! –negó con pasión, desterrado ya su aspecto vulnerable.
–Pues es la impresión que recibí.
–Para tu información, el amor tiene algo más que sexo. En contra de tu experiencia personal, no todas las relaciones entre un hombre y una mujer son físicas.
–Es cierto, no todas –coincidió–. Algunas son simplemente