Lori Foster

A merced de la ira - Un acuerdo perfecto


Скачать книгу

han seguido, pero voy a necesitar un par de minutos para despertarla.

      Otra voz, profunda y dulce, se oyó por el interfono, pero Priss no entendió lo que decía.

      –Sí –contestó Trace–. Lleva mucho tiempo fuera de combate.

      ¿Fuera de combate? Intentó pensar, pero le dolió la cabeza. La camioneta avanzó lentamente y se detuvo debajo de una sombra.

      Poco a poco, a medida que fue despejándose la niebla, los recuerdos se agolparon en su cabeza.

      Habían ido a un garaje. Habían desayunado. Había hablado con Trace, él la había besado…

      Había bebido agua.

      Ay, Dios.

      ¡Trace la había drogado!

      ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? ¿Qué le había hecho él? Intentó hacer un repaso de su cuerpo, pero aparte del aturdimiento, todo parecía en orden.

      Tuvo que hacer un esfuerzo para ocultar que estaba despierta, para no abalanzarse furiosa sobre Trace.

      ¿Dónde estaban y qué pensaba hacer con ella? Sintió que se acercaba a ella. Aspiró su olor, le oyó decir:

      –No pasa nada, pequeño. Seguro que necesitas un descanso. ¿Verdad? Aunque te has pasado casi todo el viaje durmiendo.

      Estaba hablando con Liger. Priss sintió pasar junto a ella la cola peluda del gato y empezó a asustarse. No permitiría que Trace ni cualquier otra persona hiciera daño a Liger. En realidad era absurdo pensarlo porque Trace había querido proteger al gato, pero ¿cómo iba a fiarse de él después de haberla engañado para que bebiera el agua cargada con somníferos?

      –Madre mía –dijo otra voz fuera de la carretera–. ¿Seguro que eso es un gato doméstico?

      –Sí, y además muy cariñoso –la puerta del conductor se abrió–. No seas miedica, Chris. Es dócil como un corderito.

      Un hombre se rio.

      –Dámelo. Voy a ver qué les parece a las chicas de Dare.

      El asiento se movió bajo ella.

      –Pero ten cuidado. No quiero que se asuste de ellas.

      –Vaya, sí que eres grande, ¿eh, muchacho?

      Liger respondió con un dulce maullido y el hombre se rio otra vez.

      –Descuida, Trace, cuidaré bien de él.

      Priss reconoció el nombre de Dare. Había oído a Trace hablar por teléfono con alguien llamado así. Pero ¿quién era Chris? ¿Y sus chicas? ¿Dónde la había llevado Trace y por qué? Al menos sabía que no pensaban hacer daño al gato. Oyó a Chris hablando con Liger y haciéndole carantoñas para que se calmara. Y le había parecido bastante sincero cuando le había dicho a Trace que cuidaría de él.

      Así pues, su gato estaba a salvo… pero ¿y ella?

      Aunque tenía aún los miembros abotargados y la cabeza rellena de algodón, movió despacio la mano y se desabrochó el cinturón de seguridad. Consciente de que Trace estaba mirándola, mantuvo los ojos cerrados. Él tocó su mejilla, le movió la mandíbula y el mentón.

      –¿Priss? –sus dedos eran tan cálidos, tan suaves…–. Vamos, cariño, ya has dormido bastante.

      ¿Cariño? ¿Cómo se atrevía?

      Priss reaccionó sin previo aviso. Levantó el puño velozmente, directo hacia la nariz de Trace, pero en el último instante él se volvió y ella le golpeó en el ojo izquierdo. Trace se echó hacia atrás, maldiciendo. Priss levantó los pies, pegó las rodillas al pecho y le propinó una patada en el esternón.

      Él cayó hacia atrás por la puerta abierta de la camioneta. Veloz como un rayo, Priss abrió la puerta de su lado, pero tenía las piernas tan débiles que cayó de bruces al suelo. Con el corazón acelerado, se levantó y, tras echar una última ojeada a Trace, dio un salto adelante… y chocó con algo sólido como una roca. Retrocedió tambaleándose. Unos brazos de acero la rodearon y la apretaron con fuerza.

      Priss comenzó a forcejear como una loca, intentando soltarse. Utilizó todos los métodos de escapada que había aprendido, pero no consiguió desasirse lo más mínimo. Enseguida llegó Trace.

      –Suéltala, Dare.

      Sin una palabra, el hombre que la sujetaba abrió los brazos y Priss acabó aplastada contra el pecho de Trace.

      –No pasa nada, cariño –dijo su voz baja y melodiosa en tono de disculpa–. Tranquila, nadie va a hacerte daño.

      El latido frenético de su corazón se aquietó. Por razones que no pudo entender, se sintió… segura. Era de Trace de quien había intentado escapar, de Trace, que le había puesto algo en el agua. Y sin embargo, mientras la sujetaba y la mecía en sus brazos, le había hablado con cariño, en tono casi de remordimiento.

      Priss lo empujó, intentando contener las lágrimas de nerviosismo. No se desasió del todo porque aún necesitaba que la sujetase, pero se apartó lo suficiente para poder mirarlo a la cara. Su ojo izquierdo había empezado a hincharse y a ponerse morado. Priss se alegró de ello.

      –Me has drogado.

      –Sí –acarició su pelo–, y lo siento, pero no tenía elección.

      Priss notó de pronto que tenía el pelo suelto y enmarañado alrededor de los hombros. ¿Qué había sido de su goma?

      –¿Que no tenías elección? –lo miró con indignación y, sintiéndose más estable, le apartó las manos a golpes–. Claro que la tenías.

      –No, no la tenía –dijo alguien tras ella.

      Priss se giró y estuvo a punto de caerse otra vez. A menos de un metro de ella había un hombre muy corpulento. Pero no fue su tamaño lo que le asustó. A fin de cuentas, estaba acostumbrada a Trace. Aquel era un poco más alto, pero no más imponente. Fue su forma de cernerse sobre ella lo que la alarmó. Tenía poco más de treinta años, el cabello castaño muy corto y ojos de un azul eléctrico.

      Parecía peligroso. Igual que Trace.

      Sintió un nudo en la garganta y retrocedió hasta chocar con Trace. Él la rodeó con sus brazos tranquilamente y juntó las manos sobre su vientre.

      –Priss, este es mi buen amigo Dare.

      Dare inclinó la cabeza.

      –Trace no desvelaría nunca mi posición, como yo no desvelaría la suya. Usted es una desconocida, señorita, y por aquí no nos gusta correr riesgos.

      ¿Por aquí? ¿A qué se refería, a su situación exacta o a su oficio?

      Dare no parecía hostil, pero sí un poco enfadado. Aun así, Priss no se asustó: Trace la estaba rodeando con sus brazos.

      –Trace me conoce bastante bien. Me ha visto prácticamente desnuda.

      Dare miró a Trace. Ella le oyó suspirar y sintió que se encogía de hombros.

      –Órdenes de Murray.

      Su amigo asintió, comprensivo.

      ¡Comprensivo! ¿Cómo demonios podía entender eso, el muy capullo?

      –Y también me hizo una fotografía medio desnuda –Priss frunció el ceño, furiosa–. Con su estúpido móvil. ¡Y todavía la tiene!

      Dare levantó la ceja derecha, pero no dijo nada. Trace se puso tenso tras ella.

      –Maldita sea, Priss…

      Ella, cada vez más envalentonada, se desasió para volver a encararse con Dare.

      –Tan bien me conoce tu amiguito que me ha registrado de arriba abajo dos veces.

      Dare levantó también la otra ceja.

      –Si eso es cierto…