ver que Dare esbozaba una sonrisa, Priss cerró los puños y tensó el cuello.
–¿Por qué no…?
–¿Se puede saber qué está pasando aquí? –preguntó de pronto una voz de mujer.
–Mierda –masculló Trace en voz baja.
–Molly –dijo al mismo tiempo Dare en tono de advertencia.
Al levantar la vista, Priss vio a una mujer de aspecto corriente y grandes pechos, de estatura media y cabello castaño. Miraba a los hombres con enfado y vestía camiseta rosa, vaqueros y chanclas.
Una mujer como ella.
Presintiendo que en ella tenía a una aliada, Priss dio dos pasos adelante, pero Trace la agarró del brazo.
–No, nada de eso –le dijo, y Priss no pudo soltarse por más que tiró–. Cálmate, ¿quieres? –le dijo Trace casi al oído–. Estás complicando las cosas.
La mujer torció más aún el gesto. Dare echó a andar hacia ella.
–Vuelve adentro, Molly –dijo–. Luego te lo explico.
¡Y un cuerno! Priss no quiso perder aquella oportunidad y gritó:
–¡Ayúdame, Molly! Trace me drogó para traerme aquí y Dare me ha sujetado cuando he intentado escapar –y antes de que Trace pudiera amordazarla, añadió–: ¡Y otro tipo me ha robado a mi gato!
La mujer se quedó boquiabierta. Luego cerró la boca con firmeza y levantó la mano para hacer detenerse a Dare. Él bajó la cabeza y empezó a refunfuñar. Molly miró a su alrededor y luego señaló a su derecha:
–Chris tiene a tu gato. Es un buen chico, no te preocupes por eso.
Priss miró y, efectivamente, vio a un hombre sentado en la hierba, a la sombra de un gran árbol, no muy lejos de la camioneta de Trace. Tenía a Liger en su regazo. A su lado, tumbados sobre la hierba, había dos hermosos labradores meneando la cola. Liger se dejaba agasajar por el hombre y los perros como un rey ante su corte.
–Esas son mis chicas –dijo Dare–. Tai y Sargie. Son muy cariñosas, así que no te preocupes por el gato, si es que a ese monstruo se le puede llamar gato.
–No es un monstruo –repuso ella con vehemencia–. Liger es un gato muy tierno.
–¿Tiene uñas?
–Desde luego que sí, pero solo araña cuando es necesario.
Trace seguía sujetándola. Chris parecía un vagabundo que acabara de despertarse. Llevaba una camiseta andrajosa, iba descalzo y sus pantalones cortos dejaban ver sus piernas peludas.
Priss comprendió que debía dominarse.
–Supongo que Chris es quien va a ocuparse de Liger.
–Chris se ocupa de casi todo por aquí –contestó Dare.
–Se le dan bien los animales, Priss –Trace acarició con los pulgares sus brazos y Priss estuvo a punto de estremecerse–. No hay por qué ponerse histérica.
Priss volvió a enfurecerse al oírle. Le lanzó una mirada fulminante.
–¿Histérica?
Antes de que pudiera decir nada más, Molly apareció a su lado.
–Hola, soy Molly. Creo que he oído a Trace llamarte Priss.
Priss la miró.
–Sí.
Molly se limitó a sonreír.
–¿Por qué no entras conmigo y bebes algo?
–¿Eres amiga de Trace?
–Sí.
¿Y quería que aceptara algo de beber?
–¿Qué pasa, es que tengo cara de tonta?
Molly sacudió la cabeza, desconcertada:
–No te…
–Ya os lo he dicho: me drogó.
Molly miró a Trace.
–Molly –dijo de nuevo Dare.
Ella lo hizo callar con un ademán.
–Sí, ya lo sé. Esto es alto secreto y Trace es un hombre de honor, así que sea lo que sea lo que ha pasado, tiene que haber un motivo. Ya lo sé.
Priss los miró con enfado a los tres.
–Pues yo no.
–Vamos a charlar un rato, cosas de chicas, nada más –le prometió Molly a Dare–. No voy a sonsacarla ni a contarle nada.
–¿Nada de qué? –preguntó Priss.
Molly siguió sonriendo. Estaba muy guapa cuando sonreía.
–Nada que ellos… –señaló a Dare y a Trace con la cabeza–, consideren peligroso para nuestra seguridad.
–¿Como qué, por ejemplo? –insistió Priss.
–Nombres completos, eso siempre está prohibido.
–Entonces, ¿no se llama Trace Miller?
Molly titubeó y luego dijo:
–Claro que sí.
Claro que no, o Trace y Dare no habrían soltado un suspiro a coro al oír su respuesta.
–¿Algo más?
–Nuestra localización, claro, que hay que mantener en secreto al menos hasta que sepan que pueden fiarse de ti. Y, por lo que sé, para eso primero tienes que casarte con alguno de ellos.
Priss se puso colorada sin saber por qué.
–¿Eso fue lo que hiciste tú?
Molly sonrió de oreja a oreja.
–Sí. Dare es mi marido.
–Molly –dijo otra vez Dare, exasperado.
–Vamos, Dare –dijo Molly con un ademán–, ¿qué crees que puede hacer con esa información?
–Eso depende de lo bien relacionada que esté, de a quién conozca y de qué esté tramando.
Mientras marido y mujer discutían, Priss miró a su alrededor y vio una enorme finca rodeada por una altísima valla y protegida por rejas y medidas de seguridad ultramodernas.
–Caray, este sitio es una fortaleza.
–Claro –Molly volvió a mirarla–. Los chicos tampoco quieren que hable de qué se traen entre manos. No es que lo sepa, de todos modos, así que aunque tengas muchos contactos no pierdas el tiempo conmigo. Normalmente sé tan poco como tú ahora mismo.
–No sé tan poco –contestó Priss–. Sé que Trace se ha infiltrado en la organización de Murray.
Dare se quedó quieto y Trace se frotó la cara.
–Murray, por cierto, se dedica al tráfico de mujeres. Es un auténtico cerdo, por si no lo sabías.
Dare se acercó de pronto a Molly y la rodeó con el brazo. Priss vio un extraño destello en la mirada de Molly, aunque ella intentó ocultarlo. ¿Un mal recuerdo?
¡Qué interesante!
Así que Molly estaba metida en aquello de algún modo. ¿Era ese motivo suficiente para que Trace fuera tras Murray? Tal vez, aunque Priss no creía que se tratara únicamente de eso.
–También sé que Trace trabaja con Dare.
Nadie confirmó ni negó su afirmación.
–Y sé que, teniendo en cuenta lo que cuesta mantener todo esto, deben de tener una empresa que dé muchos beneficios. Y es lógico pensar que, si ganan tanto dinero, es porque son muy buenos en lo suyo y que su oficio requiere todas estas