Helen Bianchin

Boda de sociedad


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para cada día hasta el día de la boda –declaró con inusitada franqueza.

      –Pues que Teresa reajuste esos compromisos.

      –¿Y si no quiere? –preguntó Aysha con verdadero interés.

      –Le dices que he organizado una escapada a la playa por sorpresa, y que ya tengo los billetes de avión y el alojamiento reservado para pasar el fin de semana.

      –¿Y los tienes?

      Sonreía en parte por la broma al responderle:

      –Llamaré para hacer las reservas en cuanto lleguemos a mi apartamento.

      El resplandor de su mirada fue directamente al corazón de Aysha.

      –Ya me darás las gracias.

      Atravesaron juntos el salón y, al pasar por el mostrador de recepción, el maître indicó obsequiosamente que ambos coches les aguardarían a la puerta.

      Allí estaban cuando llegaron a la puerta principal del hotel. Aysha fue detrás del Mercedes durante todo el recorrido por el centro de la ciudad, siempre en dirección este, hasta que llegaron a Rose Bay, al edificio de su ático.

      Entraron en el aparcamiento subterráneo y ella dejó su coche en la plaza inmediata a la de Carlo; luego caminaron juntos, en amistoso silencio, hacia los ascensores. Cuando, al cabo de unos minutos, entraron en el lujoso vestíbulo del apartamento, Aysha pensó que la verdad era que no les hacía ninguna falta una casa.

      Las cortinas estaban abiertas, y la vista del puerto desde aquella altura era magnífica. Un fantástico paisaje de luces, las de los edificios de la ciudad, las farolas, los anuncios de neón, del que disfrutar a través del ventanal que ocupaba una pared completa.

      Lo oyó entre tanto descolgar el teléfono y encargar los billetes de avión y las reservas de hotel para el siguiente fin de semana.

      –Podríamos vivir aquí –murmuró al acercársele Carlo por detrás.

      –Claro que podríamos –dijo él, rodeándole la cintura y haciendo que reclinara la espalda contra él.

      Aysha sintió cómo apoyaba el mentón sobre su cabeza, sintió el calor de su aliento que jugaba con su pelo, y no pudo evitar un leve escalofrío al descubrir los labios de él en el delicado hueco de debajo del lóbulo. Estuvo a punto de cerrar los ojos para creer que aquello era auténtico. Que se trataba de amor, no de deseo.

      Un gemido brotó y quedó ahogado en su garganta al recorrer él el borde de su cuello con los labios, la lengua, convertidos en instrumentos eróticos con los que jugaba a acelerar su pulso. Llevó una mano a su pecho, buscando el punto más sensible, y la otra la extendió en la parte baja de su vientre.

      Aysha sentía el impulso de exigirle que fuera más deprisa, que le quitara la ropa mientras ella le arrancaba la suya hasta que no quedara barrera alguna entre los dos. Sentía el deseo de que la levantara en sus brazos, de hundirse contra él, de agarrarse a él mientras la llevaba a cabalgar como nunca en su vida.

      Pero había en él demasiado control. Ni siquiera en la cama perdía del todo el dominio de sí mismo, como le sucedía a ella. Había momentos en los que tenía ganas de gritar que, aunque aceptara a Bianca como parte importante de su pasado, ella era su futuro. Pero no se atrevía a decir esas palabras. Seguramente, porque temía oír su respuesta.

      En ese momento, se volvió hacia él, abrazándolo, buscando su boca, entregándose por completo al fuego de la pasión. Carlo captó su apremio y, sin esfuerzo aparente, la tomó en brazos y la trasladó al dormitorio.

      Aysha iba soltándole los botones, le desabrochó el cinturón, y lo despojó de la camisa. Le lamió los pezones, que estaban duros, y luego los mordisqueó, mientras Carlo le iba quitando la ropa. Oyó luego dos golpecitos, al caer los zapatos de él contra el suelo, seguidos por sus pantalones.

      –Espera –dijo con su voz grave y algo ronca, mientras ella le acariciaba las costillas, su plano estómago, y seguía bajando–, ¿así que quieres jugar, eh?

      Capítulo 2

      CARLO le sujetó los brazos y deslizó sus manos hasta abrazar los hombros de Aysha mientras posaba los labios en el vulnerable hueco de la clavícula. Su tenue perfume lo incitaba a recorrer la sensible piel del límite del cuello, saborearla, pellizcarla apenas con los dientes, percibiendo a cambio el ligero espasmo con el que el cuerpo de Aysha reaccionaba a sus caricias. Era una amante generosa, apasionada, con una entrega a la aventura y al juego que él encontraba sumamente atractiva.

      Siguió explorando con los labios la curva de uno de sus pechos, para acabar succionándolo, y, una vez degustado, pasar a estimular del mismo modo a su gemelo. Aysha se preguntaba si Carlo era consciente de lo que sus caricias despertaban en ella. Al pensar que podía tratarse de una técnica ensayada sentía un dolor insoportable. Que estuviera aplicando con ella el fruto de una larga experiencia…

      Le bastaría con una sola vez que sintiera que él temblaba de deseo… de ella, y nada más que de ella. Con saber que también ella podía hacerle perder todo autocontrol. ¿Era pedir demasiado, el aspirar a tener su amor? Él le había puesto un anillo, y pronto iba a darle su apellido. Quizá debería bastarle con eso.

      Pero quería ser para él mucho más que una compañera sexual satisfactoria, o una anfitriona perfecta, y, al mismo tiempo, oía dentro de sí una voz que recomendaba «Acepta lo que él esté dispuesto a dar, y agradécelo; un vaso medio lleno es mejor que un vaso vacío.»

      Cruzó las manos en la nuca de Carlo, y atrajo su cabeza hacia ella, excitándose con el contacto de su boca al pegarse a la suya. Hizo deslizar su lengua contra la de él, y luego realizó un círculo lento y amplio, antes de iniciar una danza exploratoria que era casi tan provocativa como el propio acto sexual.

      Con una mano Carlo sujetaba firmemente a Aysha por la nuca, mientras iba deslizando la otra por una cadera, hasta aferrar una nalga, y apretarla así con fuerza contra él. Ella lo deseaba ahora, duro y rápido, sin preliminares. Deseaba sentir su fuerza, sin barreras ni precauciones. Como si él ya no pudiera resistir ni un segundo más sin poseerla.

      El tacto ya familiar de sus dedos, explorando con delicadeza el centro de su feminidad, le arrancó un suspiro, al que siguió un torturado gemido cuando empezó a estimularla. Era desesperante que él tuviera un conocimiento íntimo tan exacto de cómo hacer enloquecer a una mujer.

      La boca de Carlo se apretó contra la suya, haciéndola moverse al mismo ritmo. Aysha se aferraba a sus hombros mientras sus dedos se adentraban en ella. Cuando ya creía que no iba a poder soportarlo más, se produjo una variación, y Aysha gritó, sin que el sonido llegara a salir de su garganta, al deslizarse Carlo dentro de ella en un único envite.

      El placer era exquisito, y le arrancó un murmullo de deleite, truncado al retirarse Carlo súbitamente, a la vez que la echaba sobre la cama. Sus labios se apartaron de los de ella, para dedicarse a recorrer su garganta, los delicados huecos de las clavículas, la carne suave y temblorosa de cada pecho, la concavidad del ombligo. Estaba claro qué perseguía, y Aysha sentía encenderse chispas en todas sus terminaciones nerviosas, a punto de convertirse en un incendio devorador. Ya había perdido parte del control de sus movimientos, y, aunque trató de decirle que se detuviera, las palabras brotaban tan roncas de su garganta que eran ininteligibles.

      Carlo era un maestro en el arte de dar placer. Sus dientes mordían, su lengua presionaba, con la suavidad o la insistencia precisas, en los puntos exactos, para llevarla al límite, y para mantenerla en él, hasta que fuera ella quien suplicara la consumación. Volvió a besarla en la boca, y Aysha se arqueó contra él al penetrarla con un único y rápido movimiento, inmediatamente seguido por otros, suaves y lentos al principio, que fueron aumentando en intensidad y profundidad, incendiándola de deseo por él.

      La piel de ambos ardía y estaba rociada de sudor, la sangre circulaba como azogue por las venas de Aysha. La unión iba más allá de lo físico: ella le hacía entrega de su corazón, de su alma, de todo