las emociones. En cambio, la práctica informal consiste en prestar atención a los pensamientos, las sensaciones, los estados de ánimo, los motivos para hacer o no hacer algo; en estar despiertos y abiertos, del mejor modo posible y lo más frecuentemente que podamos, a cada instante de la vida. La lista de los objetos de atención es muy larga y en el programa de ocho semanas se refleja en las tareas correspondientes a cada etapa: estar conscientes de lo que comemos y cómo lo hacemos, a las experiencias agradables y desagradables, a las reacciones habituales. Como dice Kabat-Zinn, la octava semana es, en realidad, el resto de la vida; un trabajo que no termina mientras estemos vivos.
La historia, tal como él la cuenta, es que en el otoño de 1979 se reunió con los directores de tres consultorios del centro médico donde trabajaba, que reaccionaron muy positivamente a su proyecto de ofrecer el programa como parte de los servicios ambulatorios y comenzaron a referirle pacientes que no estaban respondiendo bien al tratamiento y que probablemente no tenían mayores posibilidades de mejorarse si seguían en lo mismo. En un comienzo, trabajaba en salas prestadas, pero eso no impidió que se corriera la voz y el programa se llenara de pacientes. Entrar en una de esas salas era viajar a otro planeta, a otra dimensión de la realidad sin alejarse de su contexto médico y, de partida, se les aclaraba a los participantes que se enfrentaban a un cambio drástico en su estilo de vida, a un enorme desafío. Kabat-Zinn define esa modalidad como “medicina participativa”, en la que el paciente no es un mero receptor pasivo y colabora en su propia sanación reconociendo que el cuerpo y la mente están estrechamente unidos. La actitud ante las dolencias se conecta entonces con el respeto por las propias limitaciones, con la ampliación del horizonte, con una mirada más abierta y personal.
Concretamente, el programa consiste en una instrucción guiada de meditación, ejercicios de desarrollo de la percepción, escaneo del cuerpo y práctica de yoga “con atención plena”. Durante las ocho semanas que dura el curso, y además de las sesiones grupales, los participantes dedican por lo menos 45 minutos al día a aplicar lo aprendido, combinando los distintos aspectos del programa en varias proporciones, pero sin haber oído hablar de iluminación ni de espiritualidad, porque lo que se pretende es simplemente ayudarles a darse cuenta que son más que el dolor o la ansiedad que sienten, más que el cáncer o cualquier otra enfermedad que tengan, desde la concentración en el presente. A partir de ahí, se los invita aplicar la toma de conciencia a todos los aspectos de la vida, lo que en la mayoría de los casos permite entender que las sensaciones, incluso las más desagradables, van y vienen, son impermanentes como se dice en el budismo.
Más que nada, el éxito del programa se debe a los estudios científicos que empezaron a multiplicarse y que hoy suman muchos miles. Sin esa validación, al que el creador del método atribuye gran parte de los avances que se han dado, es probable que hubiera quedado como un intento más lleno de buenas intenciones. El mismo Kabat-Zinn ha publicado muchos artículos, algunos de ellos escritos a dos o más manos, sobre la relación entre la mente y el cuerpo y, específicamente, sobre el aporte de mindfulness al tratamiento de múltiples problemas de salud.
Desde el comienzo del programa, se ha comprobado científicamente que la meditación y un estricto aprendizaje de la técnica tiene múltiples efectos positivos, entre otros relacionados con el control de la presión arterial, el refuerzo del sistema inmunológico, la psoriasis, el cáncer de próstata y de mama, los trasplantes de médula, las adicciones y distintas formas de ansiedad como el estrés postraumático. Según las investigaciones realizadas en los primeros años en el Centro de Medicina de la Universidad de Massachusetts, un 75 % de los pacientes atendidos registraron un alivio “moderado a significativo” de sus dolencias. Y cuatro años después de tomar el curso, más del 90 % seguía meditando. Todo esto en respuesta al trabajo con los recursos internos que pueden sacarse a la superficie como un agua subterránea; con la capacidad de aprender, de crecer, de mirar el mundo con otros ojos.
En 1991 Kabat-Zinn publicó su primer libro: Vivir con plenitud las crisis2 (Full Catastrophe Living: Using the Wisdom of Your Body and Mind to Face Stress, Pain, and Illness). El título en inglés, que podría traducirse literalmente como “Vivir toda la catástrofe”, está inspirado en una frase de Zorba, el protagonista de la novela de Nikos Kazantzakis Zorba el griego, en la que habla de la “total catástrofe” de la vida (“¡Mujer, casa, hijos, todo…!”). No se trata de una queja sino de una alusión a la complejidad de la vida y de lo inevitables que son todos sus problemas, tristezas, traumas, tragedias, ironías; en este caso, la frase prestada de ese intenso personaje se convierte en una referencia a toda la paleta de colores de la vida. La segunda parte del título deja bien en claro a qué se refiere el autor. Antes de adoptarlo, se le ocurrieron decenas de otras posibilidades, pero ese título se le volvía a aparecer una y otra vez, por estar convencido de que el ser humano se ve enfrentado a veces a la incertidumbre, al estrés, al dolor, a las pérdidas, al sufrimiento, pero también tiene un tremendo potencial de alegría, de amor y de conexión. “La catástrofe es todo eso; no solo lo negativo”.
El libro es un verdadero tratado, en el que no se presenta una única definición de la plena conciencia sino que se la describe desde distintos ángulos, porque según el autor todo el texto es una definición del concepto. También es un intento por describir las enseñanzas y la sabiduría budista sin mencionar en ningún momento la palabra dharma3. Una respuesta a todas las personas que alguna vez le pidieron que les explicara lo que aprendían sus pacientes en el curso de ocho semanas, que define como un intenso aprendizaje del arte de vivir conscientemente. Una guía para todo el que se interese por superar sus obstáculos y gozar de una mejor salud y un mayor bienestar. Muchos capítulos en los que se describe en detalle la práctica y se propone aceptar el cambio como lo único de lo que podemos estar seguros. Y que contiene hasta un calendario para ir registrando cada día situaciones agradables y desagradables, difíciles o estresantes, junto con la reacción física, las sensaciones y los pensamientos que provocan.
Lo que popularizó definitivamente el método fue la difusión, en 1993, de una serie de reportajes para la televisión del periodista estadounidense Bill Moyers, titulada Healing and the Mind (Mente y sanación), en la que también entrevista a médicos, neurocientíficos y practicantes de técnicas tradicionales chinas de curación. En uno de los episodios, Moyers habla con Kabat-Zinn y los participantes en un nuevo grupo de pacientes con dolor crónico, a los que acompaña durante las ocho semanas del curso. El episodio dura tres cuartos de hora y quizá sea la primera vez en que el término mindfulness se da a conocer masivamente. Allí se ve a Kabat-Zinn meditando con los pacientes, describiendo esa práctica que consiste simplemente en ser, enseñándoles ejercicios de yoga, hablándoles de cómo aceptar la incertidumbre. Desde entonces, millones de personas han visto el programa, la mayoría de ellas en los videos que comenzaron a venderse poco después.
Kabat-Zinn explica delante de la cámara que nunca antes se había intentado algo por el estilo y que quince años antes no se ofrecía nada parecido en ningún hospital. Los pacientes no son gente que se sienta atraída por el zen, los gurúes o la meditación. Son gente común y corriente que busca alivio para un problema físico; entre ellos hay un camionero, un carpintero con una grave lesión en la columna, una mujer con vih, empresarios y profesores afectados por un dolor que los acompaña día a día y ante el que se sienten impotentes. Ninguno ha meditado antes y ninguno entiende de qué les puede servir el curso, pero este biólogo —que no usa una bata blanca, sino pantalones y una polera o camisa y corbata— los va guiando con toda la calma que el método merece, con una cordialidad que es mucho más que paciencia y una actitud casi paternal.
Para desmitificar la meditación, el instructor le pasa un puñado de pasas a cada uno de los participantes, y les pide que las pongan en la palma de la mano y las miren como si nunca hubieran visto una pasa antes. A continuación, los invita a masticarlas estando plenamente conscientes, con mindfulness como se dice por primera vez en una institución médica tradicional. Sin dejar de estar muy atentos a las sensaciones del cuerpo, los pacientes tienen que masticar las pasas lentamente y saborearlas, a diferencia de lo que hacemos siempre, que es comer mientras hacemos otra cosa y luego tragar sin haber sentido el gusto de lo que apenas alcanzamos a probar. Ese comer en cámara lenta, les dice, ayuda a los pacientes a conectarse con el presente. ¿Por qué esa sensación tendría que ser menos crucial que ir manejando, hacer el amor o hablar con nuestros