el emperador de Blefuscu, así como el retrato de tamaño natural de Su Majestad y algunas otras curiosidades de aquel país. Le di dos bolsas de doscientos sprugs, y le prometí que en llegando a Inglaterra le regalaría una vaca y una oveja preñadas.
No he de molestar al lector con la relación detallada de este viaje, que fue en su mayor parte muy próspero. Llegamos a las Dunas el 13 de abril de 1702. Sólo tuve una desgracia, y fue que las ratas de a bordo me llevaron uno de los dos carneros; encontré sus huesos en un agujero, completamente mondados de carne. El resto de mi ganado lo saqué salvo a tierra y le di a pastar en una calle de césped de los jardines de Greenwich, donde la finura de la hierba les hizo comer con muy buena gana, en contra de lo que yo había temido. Y tampoco me hubiera sido posible conservarlo durante tan largo viaje si el capitán no me hubiese cedido parte de su mejor bizcocho, que, reducido a polvo y amasado con agua, fue su alimento constante. El poco tiempo que estuve en Inglaterra, obtuve considerable provecho de enseñar mi ganado a numerosas personas de calidad y a otras, y antes de emprender mi segundo viaje lo vendí por seiscientas libras. A mi último regreso he encontrado que la casta ha aumentado considerablemente, especialmente los carneros; y espero que ello será muy en ventaja de la manufactura lanera, a causa de la finura del vellón.
Sólo estuve dos meses con mi mujer y mis hijos, pues mi deseo insaciable de ver países extraños no podía permitirme continuar más. Dejé a mi mujer mil quinientas libras y la instalé en una buena casa de Recriff. El resto de mis reservas lo llevé conmigo, parte en dinero, parte en mercancías, con esperanza de aumentar mi fortuna. El mayor de mis tíos, Juan, me había dejado una hacienda en tierras, cerca de Epping, de unas treinta libras al año, y yo tenía un buen arrendamiento del Black Bull en Fetter Lane, que me rendía otro tanto; así que no corría el peligro de dejar mi gente a la caridad de la parroquia.
Mi hijo Juanito, que se llamaba así por su tío, estaba en la Escuela de Gramática y era aún muchacho. Mi hija Betty —hoy casada y con hijos— aprendía entonces a bordar. Me despedí de mi mujer, mi niño y mi niña, con lágrimas por ambas partes, y pasé a bordo del Adventure, barco mercante de trescientas toneladas, destinado para Surat, mandado por el capitán John Nicholas, de Liverpool.
Pero la relación de esta travesía debo remitirla a la segunda parte de mis viajes.
Segunda Parte
Un viaje a Brobdingnag
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