Ramón Bueno Tizón

Breviario de pequeñas traiciones


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arriba –dice el intérprete.

      El salón es amplio, muy iluminado, y en el centro hay una mesa larguísima cubierta por completo con un mantel blanco. Dafne se deja guiar por el itamae, que la ayuda a echarse con cuidado sobre la mesa, los brazos bien pegados al cuerpo. Estás completamente desnuda, te acabas de bañar con agua helada y jabón neutro. El itamae comienza a poner sushi y sashimi en los pechos de Dafne, el vientre, el sexo, los muslos. Tus pezones se endurecen, la comida está fría. ¿Cómo se te ocurrió aceptar esto? Qué roche, nunca has oído hablar de algo así. Varios hombres se acercan a Dafne. Hablan entre ellos, no entiendes lo que dicen. Todos son japonesitos. Cogen los bocados con los palillos, los remojan en salsa de soja y se los llevan a la boca. Tú sientes cosquillas, pero no te puedes mover, te quieres morir de la vergüenza pero ellos parecen no prestarte atención, siguen comiendo, qué estarán diciendo. La comida se acaba y el intérprete ordena boca abajo. Dafne lo mira. Esto no estaba previsto, pero no dices nada porque te están pagando un platal y te das la vuelta. El itamae vuelve a poner makis y rolls en la espalda de Dafne, en los hombros, en las nalgas. Qué tales pervertidos, quieren ver el tremendo culo de negra que tienes. Y así varias veces, varias vueltas. Estos hombres, todos son iguales. Tienen la mente retorcida, mujer.

      –No la abras aquí –Jorge Lenz se inclina junto a la cama y le extiende a Dafne una mochila negra, pequeña–. Entra al baño y sal cuando estés lista.

      Dafne cierra la puerta del pequeño baño de la habitación trescientos diez del Serenzza o del Heraldo. Cuando abres la mochila, por poco te caes. No puede ser. ¿Está loco este imbécil? Loco no es la palabra. ¿Qué es lo que se supone que debes hacer con esto? ¿Romperle el culo? Hubiese sido mejor azotarlo. ¿En serio quiere que te lo pongas? Ay, Dios. Dafne siente cómo la sangre le bulle nuevamente por toda la cara. Debes estar roja como un tomate, muchacha. Era lo último que te podías imaginar. ¿Quién lo diría, no? Tremendo rosquete, sí. Las cosas que tienes que ver. Pobre Dani, qué tal padre el que le tocó. Dafne deja la mochila en el suelo, se sienta sobre la tapa del váter con los brazos apoyados sobre las rodillas. Ay, Dani, si supieras. Dani, Dani. No le hagas esto a Dani, por favor. Vete de aquí, Valeria. Sal corriendo. Pobre Dani.

      2

      Valeria se sienta en posición de loto, blusa blanca, tirantes caídos. La tela ploma de la falda bien pegada a los muslos. Total, estás en quinto de media, ¿quién te va a decir algo? Debajo traes puesto un bicishort de licra para que los chibolos mañosos no te vean el calzón. El patio de secundaria del Lincoln, la zona de deportes. Segundo recreo. Valeria masca un chicle con la boca abierta. ¿Ya quieres sacar el puchito? No, todavía no. Daniela espera en silencio, las piernas juntas, las manos sobre los muslos. Te escucha muy atenta porque sabe que lo mejor recién está por venir. Como cuando en una fiesta ponen Total eclipse of the heart y Dani sabe que la van a sacar a bailar el lento. O como cuando conocen a unos chicos de otro colegio y Dani sabe que a ella le van a pedir su teléfono. Valeria la observa de pies a cabeza. Te gustaría ser tan bonita como Dani. Los ojos grandes y claros, el cabello lacio, la nariz pequeñita. No se ha bajado los tirantes; los lleva bien puestecitos, formando una H en el pecho y una X en la espalda. La insignia a la altura del corazón. Siempre tan proper, la Dani. Tan educadita. No fuma, no masca chicle y nunca se maquilla. Tampoco lo necesita. Valeria hace un globo con la boca, que revienta a los pocos segundos. Tus labios ya saben lo que es un beso. Los labios de Dani todavía no. Según ella, claro. ¿Cómo es posible que todavía no haya besado? Te está mintiendo, Valeria. Se hace la santa. Esas son las peores.

      –¿Alguna vez te han besado?

      La cama camarote vuelve a crujir y Valeria cree que en cualquier momento se viene abajo todo. Sientes tu corazón que palpita muy fuerte, la boca seca, la cabeza que te sigue dando vueltas. Mucho seco y volteado, ¿ya ves? María Gracia se echa al lado de Valeria, la mejilla izquierda recostada en el dorso de la mano, el brazo apoyado sobre la almohada. Muy cerca de tu hombro. ¿Alguna vez te han besado? Valeria se ríe, mira el reloj de Mickey Mouse en la pared, el póster de Madonna junto a la ventana. Quieres decirle que no, que sí, que no sabes. María Gracia acerca demasiado su cara a la tuya. Su aliento huele a cigarro, a vodka con naranja. Te agarras del edredón, lo arrugas haciendo puño. ¿Alguna vez te han besado?

      –Nos fuimos a su cuarto y dijimos que nos echaríamos a dormir. Su cuarto tenía una cama camarote y en la parte de abajo estaba durmiendo su hermana menor.

      –¿Fernanda?

      –Sí. Fernandita.

      Un camión hace sonar su bocina en la calle Matazango, luego se escuchan unos gritos de hombre. El chofer, seguramente. Valeria se levanta, vuelve a sentarse, cruza las piernas. Daniela te sigue clavando sus ojos, verdes o celestes, sabe Dios. Valeria mira hacia otro lado, hacia los cipreses enanos sembrados a lo largo de las paredes perimétricas del Lincoln, hacia los pabellones de mayólicas azules del Quiñones, el colegio vecino. Entonces recuerdas que Fernandita también había dejado de ir a clases. Sus padres se molestaron muchísimo y no les faltaba razón. Les echaron la culpa a los profesores. Dijeron que no cuidaban a los alumnos como era debido, sobre todo a las mujeres, y se las llevaron a las dos del Lincoln. Qué lecheras, sonríe Valeria. No digas eso, muchacha. La cosa es que desde ese momento no han vuelto a verlas, ni a María Gracia ni a Fernandita. Nadie sabe su dirección ni dónde estudian ahora. Dicen que están en Miami, con institutrices particulares. Eso sí debe ser mostro, ¿no?

      –María Gracia me dijo que me acostara en la parte de arriba, que ella iba a dormir en su sleeping bag. Yo subí, pero al rato María Gracia también subió.

      Valeria hace una pausa. Daniela es toda ojos, toda oídos. Que sufra, es una chismosa. No digas eso, es tu mejor amiga. Desde que eran chiquitas y cantaban juntas las canciones de Yola Polastri en esas matinés de sábados por la tarde, con payasos, globos y piñatas redondas: Los niños y su mundo, La gallina turuleca, La banda de Hola Yola… Unos alumnos de primaria pasan al lado de las dos y corren hacia los árboles, hacia el otro lado del campo de fútbol. Valeria los mira. ¿No era que primaria no podía pisar esta zona? Los niños llevan la camisa fuera del pantalón. Qué horrible es este uniforme, color plomo. Ahora sí, saca tu puchito. Valeria abre el pega pega de su billetera rosada y extrae un cigarrillo. Hoy por la mañana lo cogiste de la cajetilla de tu papá y lo has cargado todo el día para fumártelo a escondidas. Daniela se lleva la mano a la boca, asustada. Esto es una falta grave al reglamento del Lincoln y de todos los colegios de Lima, Valeria.

      –¿Qué estás haciendo?

      María Gracia dice shhh con el dedo en los labios. Valeria se queda callada. Estás paralizada por el miedo. Por la sorpresa, la vergüenza. Pero no quieres que María Gracia se detenga y ella sigue adelante y tú ves cómo ladea la cabeza hacia un lado, antes de que su cara ocupe por completo tu campo de visión. Valeria cierra los ojos. Los labios de María Gracia se posan sobre tus labios y no sabes por qué pero tú abres los tuyos, solo un poco, y entonces sientes su lengua que invade con fuerza tu boca y encuentra tu lengua, como un golpe de agua que inunda un puerto, una ciudad costera. Un maretazo de saliva con sabor a cigarro y a vodka con naranja.

      –¿Te besó en la boca?

      Daniela tiene los ojos más abiertos que nunca. Son unos ojazos claros, de un color difícil de definir. ¿Verde mar? ¿Cian? Nadie lo sabe, ni la misma Dani. Valeria se ríe, juega con el cigarrillo sin encender entre los dedos. Cómo quisieras tener los ojos así y no estos ojos pardos heredados de tus padres, tan corrientes, ¿no? Dani insiste, te coge del brazo, toda desesperadita ella. Toda nervios, por Dios. ¿Te besó en la boca? Valeria vuelve a reír, examina el pequeño cilindro del cigarro, totalmente blanco. ¿Qué va a pensar Dani de ti? ¿Que te gustan las mujeres? Pero si los chicos también te gustan, muchacha. ¿Que eres una tortis? Si la tortis es María Gracia, que ya se fue. ¿Te besó en la boca? Valeria se pone seria, mira a Daniela. No va a parar, lo sabes bien. Como cuando te pide que le expliques un chiste rojo. ¿Te besó en la boca?

      –En la boca, como Dios manda.

      Gritos, risas. Silbidos. En la boca, en la boca, repiten todos. El pico de la botella señala