Julie Kagawa

La noche del dragón


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la mirada. Encima de su cabeza, sus orejas de zorro se erizaron y su postura se relajó contra mí.

      —Oh —susurró. Sonaba asombrada—. Se puede ver todo el océano desde aquí arriba —miró esa brillante extensión negra a su alrededor, las plateadas olas ondulantes debajo de la luna, y respiró lentamente—. En verdad se extiende por siempre, ¿cierto?

      Sus dedos rozaron mi piel, arrastrando una línea de calor sobre mi brazo, y mi corazón latió en mis oídos. De pronto, me di cuenta de que estábamos solos aquí, lejos de nuestros compañeros y de cualquiera que pudiera vernos. Además, nuestros cuerpos estaban muy cerca. Podía sentir la delgada figura de Yumeko inclinándose ligeramente hacia mí para mantener el equilibrio, su suavidad bajo mis dedos. En el pasado, tener a alguien tan cerca me habría hecho sentir muy incómodo y desesperado por poner distancia; ahora estaba lleno de una urgencia aterradora e incomprensible por acercarla todavía más.

      —Deberías bajar —dije con brusquedad—. La isla de Ushima no está lejos. Esperamos llegar al puerto de Heishi al amanecer.

      Asintió, distraída. Todavía estaba mirando el agua y la luz de la luna se reflejaba en sus ojos.

      —Todo es tan grande —murmuró, como si no quisiera hablar más alto—. Parece que somos las únicas cosas aquí afuera. Apenas unas motas diminutas entre el océano y el cielo. Eso permite darte cuenta de lo pequeño e insignificante que eres en realidad. Luchas siempre tan duro, pensando que estás atrapado en esta gran batalla de vida o muerte, cuando en realidad sólo eres un insecto atrapado en una telaraña —hizo una pausa, y una leve sonrisa cruzó su rostro—. Ése era uno de los dichos de Denga. Yo no solía entender lo que él quería decir, pero ahora… creo que lo entiendo.

      Con un suspiro, echó la cabeza atrás y miró las estrellas.

      —Me siento como un bicho en este momento, Tatsumi —susurró—. ¿Cómo se supone que debo detener a Genno, su ejército o la llegada del Dragón? No soy tan fuerte.

      —Yo seré tu fuerza —le dije suavemente—. Déjame ser tu arma, la espada que atraviese a tus enemigos. Puedo hacer eso, al menos —ella se estremeció contra mi cuerpo, y mi corazón se aceleró en respuesta—. La fuerza no es el único camino a la victoria. Tú me lo dijiste, ¿lo recuerdas? Tienes otras formas de pelear, Yumeko.

      —Magia de zorro —murmuró Yumeko—. Ilusiones y artimañas. No tengo poder real como tú o como Reika ojou-san. Lo intentaré, Tatsumi. Lucharé lo más duro que pueda, pero Genno sabe lo que soy, ¿qué tan útil es mi magia en realidad?

      —Lo suficiente para derrotar a un señor oni —dije—, el demonio más fuerte que Jigoku haya conocido. Lo suficiente para mantener el pergamino oculto del asesino de demonios de los Kage mientras atravesaban juntos la mitad del Imperio, y para mantenerte con vida pese a que la inmortal daimyo del Clan de la Sombra desea matarte. Y para hacer que un señor de los Kage grite y baile como una marioneta cuando un roedor ilusorio corre por su hakama —esto último la hizo reír, y a mí me hizo sonreír también. Gracias al ronin, había oído hablar de la infame ceremonia del té con el noble Iesada, y de la vergonzosa e hilarante forma en que ésta había terminado. Me había encontrado con el noble Kage sólo una vez, y aunque mi mitad humana estaba acostumbrada a la arrogancia casual y la pompa de la aristocracia, mi naturaleza demoniaca había querido desencajar esa expresión altiva de su rostro para entregársela, húmeda de sangre, de regreso en la mano.

      Finalmente respiré:

      —Lo suficiente para salvar un alma humana de Jigoku, y a un oni de estar atrapado en una espada por toda la eternidad —terminé. Los ojos del zorro dorado se encontraron con los míos, y mi corazón dio una extraña sacudida.

      Con un escalofrío, di media vuelta y le dije a mi corazón que se quedara quieto, que no sintiera. Me sostuve del borde del puesto del vigía y contemplé el agua. ¿Qué estaba haciendo? Cada vez que Yumeko estaba tan cerca, mi guardia bajaba y mis emociones corrían el peligro de quedar expuestas, y así había sido como Hakaimono me había dominado la primera vez. Ahora era todavía más peligroso, con mi lado demoniaco libre de restricciones y tan cerca del control que yo podía sentir su ira y su sed de sangre hirviendo en mi interior.

      —Aunque podrías arrepentirte de esa decisión, una vez que Genno esté muerto —le dije a la kitsune a mis espaldas—. Es posible que me hayas salvado, pero también salvaste a un demonio. Hakaimono todavía está aquí, en mi interior, nunca lo olvides.

      Sentí que ella me miraba, el viento tironeaba nuestro cabello y hacía que la plataforma se balanceara.

      —Gomen, Tatsumi —dijo al fin, haciéndome fruncir el ceño, confundido—. Ni siquiera te pregunté si querías convertirte en un demonio. ¿Desearías no haberte salvado?

      —No —reconocí—. Me alegro de estar aquí, de tener la oportunidad de redimirme al detener la Noche del Deseo y matar a Genno. Pero… no puedo confiar en mí, en que no conduciré una masacre contra todos, amigos o enemigos —antes, podía acallar la ira y la sed de sangre de Hakaimono porque no eran mías. Me habían entrenado para separarme de toda emoción, para poder controlarlo. Ahora esa ferocidad era parte de mí. Una vez que comenzara a matar, era posible que no pudiera detenerme.

      —No estoy asustada.

      El miedo y la ira en mi interior se agitaron. Ella todavía no entendía lo que yo era, lo que en verdad yo podía hacer. Suficiente de esto, Tatsumi. Si realmente te importa la chica, debes ponerle un alto a este juego ahora mismo. Tú eres un demonio, no tiene sentido que estés esperando algo. Y si esto continúa, llegará el día en que te vuelvas en su contra y ella no lo verá venir. Termina con esto de una vez por todas.

      Me giré y permití que la ira burbujeara hasta la superficie. La furia y la sed de sangre que siempre estaban allí ahora, ardiendo dentro de mis venas. Sentí cómo mis cuernos se volvían más grandes y calientes, y proyectaban un brillo carmesí en el rostro de Yumeko. Sentí las runas y los símbolos ardientes surgir a lo largo de mis brazos y trepar por mi cuello, brillando a través de mi haori. Cuando las garras de obsidiana se deslizaron desde mis dedos, y los colmillos curvos se asomaron en mi mandíbula, miré a Yumeko y entrecerré los ojos, que sabía que brillaban con un escarlata taciturno.

      Los ojos de Yumeko se abrieron ampliamente y ella se encogió. Por un momento, me miró fijamente, al demonio que había aparecido en la plataforma con ella. Mantuve mi mirada dura, peligrosa, permitiendo que ella viera la sed de sangre apenas controlada, ignorando la fatigada desesperanza que me corroía el interior. No quería hacerle esto a ella. Yumeko era la primera persona que me había visto como algo más que el asesino de demonios de los Kage, más que sólo la espada que esgrimía. Odiaba que me recordara así: un demonio. Un señor oni, cruel e irredimible. Pero tenía que hacerse. Mejor terminar con esto, que aprendiera a temerme y odiarme ahora, que esperar hasta el día en que, inevitablemente, la traicionaría.

      —Esto es lo que soy ahora —dije con frialdad, dejando que el áspero gruñido de Hakaimono impregnara mi voz—. Ésta es la fusión de un demonio y un alma humana. Estoy agradecido por lo que hiciste, Yumeko. Nunca pienses lo contrario. Pero deberías quedarte lo más lejos posible de mí. De lo contrario, esto podría ser lo último que veas.

      Yumeko parpadeó y sus orejas se plegaron en su cráneo. Una expresión extraña cruzó su rostro, una de desafío y determinación, como si estuviera reuniendo todas sus reservas de valor. Antes de que me diera cuenta de lo que estaba sucediendo, ella dio un paso adelante, tomó mi cara entre ambas manos y… me besó.

      ¿Qué…?

      Aturdido, me puse rígido y perdí al instante el control de la ira y la sed de sangre. Las garras y los colmillos se retrajeron, y los símbolos brillantes en mis brazos se desvanecieron, para disolverse como ascuas en el viento. Mis manos se levantaron para tomar sus hombros y sentí su cuerpo presionarse contra el mío, el rápido latir de su corazón contra mi pecho.

      No duró mucho el breve y gentil tacto de sus labios sobre los míos. Justo lo suficiente para poner de cabeza mi mundo y dejarme tambaleando antes de que