Julie Kagawa

La noche del dragón


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el miedo a los muertos de afuera y el demonio con quien compartía habitación. No tuve que mirarme para saber que la pelea había sacado a relucir las garras, los colmillos y los brillantes ojos rojos, y que las runas ardientes subían por mis brazos y mi cuello. Y si ese patético humano seguía mirándome, iba a mostrarle que tenía razones de sobra para sentir miedo.

      Me contuve con un escalofrío. El salvajismo aún bombeaba por mis venas, el deseo de destrozar todo lo que estuviera en mi contra. Tomé una furtiva respiración profunda e intenté calmar la rabia, forzándola de nuevo por debajo de la superficie. Sentí cómo desaparecían las garras y los colmillos, y los tatuajes brillantes se desvanecieron, pero la sed de sangre seguía allí. Y sólo se necesitaría un pequeño empujón para que estallara de nuevo en violencia.

      Yumeko dio un paso adelante, con las manos levantadas de una manera tranquilizadora mientras la asustada mirada del hombre se dirigía a ella.

      —Todo está bien —le dijo—. No vamos a lastimarlo. Queremos ayudar.

      —¿Quién… quiénes son? —preguntó en un susurro el comerciante. Su mirada se agitó sobre todos nosotros, en un recorrido amplio y aterrorizado. Chu se había vuelto a convertir en un perro normal, y las características kitsune de Yumeko eran invisibles para la mayoría, pero entre la explosión de luz del ofuda de la doncella del santuario, el fuego fatuo de Yumeko y un mítico guardián komainu gruñendo alrededor, no habíamos sido sutiles—. ¿Han venido a salvarnos? —continuó el hombre, y una mirada desconcertada cruzó su rostro por un momento—. Pensé que… ustedes serían más.

      Un gemido justo afuera de la puerta nos hizo callar a todos. El comerciante volvió su cara blanca hacia la entrada y luego nos hizo señas para que nos adentráramos. Rápido pero en silencio, nos dirigimos hacia el interior de la casa de sake, lejos de la puerta y de los muertos que se arrastraban más allá. Adentro, surgió más gente, que miraba desde las esquinas y detrás de paneles fusuma decorados. Varios hombres y algunas mujeres y niños nos miraron con ojos esperanzados y temerosos. Me quedé atrás, manteniéndome en las sombras, mientras la miko y los demás avanzaban al frente. Lo último que necesitábamos era que alguien entrara en pánico y alertara a los muertos que deambulaban afuera.

      Sentí una presencia detrás de mí, y Yumeko me tocó el codo con suavidad. El contacto envió un escalofrío a lo largo de mi brazo. En silencio, presionó un sombrero de paja en mis dedos y continuó hacia la habitación. Su mano tembló cuando tocó la mía, ya fuera por miedo, adrenalina o algo más, no estaba seguro, pero hizo que mi estómago se retorciera en respuesta. Me puse el sombrero de manera que cubriera los cuernos, y la seguí a la habitación.

      La doncella del santuario dio un paso adelante, para quedar frente a los extraños que habían salido al espacio abierto, y su presencia pareció calmarlos un poco.

      —No tengan miedo —anunció, su voz tranquila y firme aliviaba la tensión—. Somos simples viajeros que vinieron a buscar pasaje en un barco. ¿Pueden decirnos qué pasó aquí?

      Hubo un momento de vacilación, y luego una mujer dio un paso al frente, con una niña pequeña aferrada a su kimono.

      —Vinieron de la oscuridad —susurró la mujer—. Anoche, los muertos invadieron las calles y comenzaron a llevarse a todos. Los que caían se levantaban de nuevo como cadáveres y se unían a la masacre. No tuvimos oportunidad. El pueblo fue infestado en una noche.

      —¿Dónde estaban los samuráis? —preguntó el noble—. Umi Sabishi no estaría indefenso. Seguramente había guardias, guerreros que podían proteger la ciudad.

      —No lo sabemos —dijo otro hombre—. Todo era un caos. Pero hay quienes afirman haber visto cadáveres con espadas deambulando por la ciudad, por lo que sólo podemos suponer que la mayoría de los samuráis cayeron en el primer ataque.

      —¿Hay más supervivientes?

      —Dos hombres estuvieron aquí más temprano —dijo la mujer—. Pero se marcharon. Dijeron que debían llegar a su barco al final de los muelles. Pero… —tembló, con los ojos muy abiertos y aterrorizados— justo ahí es donde todos los muertos parecen haberse congregado. Como si fueran atraídos por el almacén que está junto al puerto. Si ustedes siguen ese camino, los harán pedazos.

      —Oh, bueno, qué suerte tenemos —suspiró el ronin—. Los muelles son justo adonde tenemos que ir. Es como si alguien hubiera sabido que vendríamos aquí.

      —Alguien lo sabía —le dije.

      Todos los ojos se volvieron hacia mí. De pronto, me sentí agradecido por el sombrero de ala ancha que ocultaba lo que me señalaba como demonio, incluso si era una ilusión.

      —¿Crees que Genno esté aquí, Tatsumi? —preguntó Yumeko.

      Sacudí la cabeza.

      —Ya no. Pero sabe que sobrevivimos a la masacre en el templo. Y sabe que iremos a las islas del Clan de la Luna para detenerlo. Está tratando de retrasarnos o evitar que sigamos. Éste es el lugar más probable adonde vendríamos para buscar transporte.

      —Entonces, esto es por nosotros —dijo Yumeko en voz baja.

      —No —la doncella del santuario frunció el ceño y siguió con voz firme—: Esto es porque Genno es un demente sin respeto por la vida humana. Una razón más por la que debe ser detenido —echó un vistazo hacia la entrada y su oscura mirada se entrecerró—. Necesitamos llegar a los muelles. Tal vez todavía haya un barco que pueda llevarnos a las islas Tsuki.

      —¿Se irán? —la mujer con la niña se movió hacia delante, su voz y sus ojos desesperados—. No, por favor, ¡no pueden dejarnos así! Nosotros no somos guerreros. Los muertos nos matarán a todos si nos encuentran aquí. Deben ayudarnos.

      —Lo lamento —la miko sacudió la cabeza y añadió con voz comprensiva—: Pero sólo somos cinco y no tenemos tiempo. Rezaré a los kami por su seguridad, pero nosotros no podemos ofrecer ayuda.

      —Tenemos que ayudarlos, Reika ojou-san.

      Esto, por supuesto, provenía de Yumeko, quien se acercó a la doncella del santuario con expresión suplicante.

      —Somos los responsables de este desastre —argumentó—. Genno desató este mal aquí para detenernos. No podemos abandonar a estas personas a su suerte.

      —Yumeko —la voz de la miko ya no sonaba tan comprensiva cuando miró a la kitsune—. No podemos luchar contra un pueblo entero de muertos vivientes. Incluso si de alguna manera pudiéramos derrotarlos a todos, eso nos tomaría demasiado tiempo, y Genno ya tiene gran ventaja sobre nosotros.

      —¿Qué pasaría si detenemos la fuente? —preguntó Yumeko, y me miró—. Esto es magia de sangre, ¿cierto? ¿Hay un hechizo o un talismán que esté causando que los muertos resuciten? ¿Podríamos terminar con la maldición de esa manera?

      Una vez más, todos los ojos se volvieron hacia mí. Incómodo ante el escrutinio, me crucé de brazos.

      —Esto es magia de sangre —confirmé—. Y con una maldición tan fuerte, el aquelarre tendría que estar cerca para mantener el hechizo activo. Elimina a los brujos, y el hechizo terminará. Los muertos volverán a estar muertos.

      —Pero no sabemos dónde están los magos —dijo la doncella del santuario—. Podrían estar en cualquier parte de este pueblo.

      —Sí —concedí—, pero la mayor concentración de magia de sangre es hacia dónde los muertos serán atraídos. Por lo tanto, el área repleta de cadáveres es donde los encontraremos.

      —Los muelles —jadeó la campesina—. El almacén. Todos los muertos vienen de esa dirección. Los brujos deben estar allí. Por favor… —juntó las manos y nos miró con esperanza—. Por favor, ¿nos salvarán? Sálvennos de esta maldición. Se los ruego.

      —Tenemos que ir allá de cualquier forma, Reika ojou-san —dijo Yumeko, negándose a perder el ánimo mientras la doncella del santuario la fulminaba con la mirada—. Tan sólo