de su cabeza de nuevo—. Auch, ¿por qué hiciste eso?
—Yumeko es capaz de convertir las hojas en dinero y crear oro a partir de guijarros —dijo con calma la doncella del santuario—. ¿En verdad quieres enseñarle a una kitsune los vicios del juego?
Yo no tenía idea de qué estaban hablando, pero de pronto los pelos de mis orejas y mi cola se erizaron, y una onda de magia recorrió el aire, fría, oscura y familiar. Medio segundo después, las llamas en la hoguera se desvanecieron, como si alguien hubiera apagado una vela, y la cueva se hundió en la oscuridad.
Me puse en pie, oí a mis compañeros saltar también, y levanté la mano para enviar un pulso de magia de zorro al aire. Al instante, una llama azul y blanca de kitsune-bi apareció en la palma de mi mano e iluminó el lugar con un resplandor fantasmal…
… revelando la docena de shinobi que nos rodeaban. Sus figuras oscuras parecían derretirse desde las sombras de la cueva, con las cuchillas prestas para atacar. Por un momento, se quedaron congelados, como sorprendidos por la repentina llamarada de luz cuando habían esperado la oscuridad total. Grité, Okame-san gritó y Daisuke-san se giró, desenvainó su espada en un instante y decapitó al shinobi que estaba detrás de él con el cuchillo en alto para cortarle la garganta.
El caos estalló en los estrechos confines de la cueva. Las voces gritaban, las cuchillas se agitaban y las formas oscuras titilaban erráticamente a la luz del kitsune-bi. Lancé la esfera de fuego fatuo al aire, giré y me encontré cara a cara con un shinobi enmascarado que intentaba apuñalarme. Retrocedí, choqué con alguien, con suerte un amigo, y extendí mis manos hacia mi atacante. El fuego fatuo rugió, y el guerrero de las sombras se alejó, sin darse cuenta de que las llamas fantasmales no podían lastimarlo. Antes de que pudiera recuperarse, metí la mano en mi obi, tomé una de las hojas que había colocado dentro y la lancé al aire cuando el shinobi levantó la vista. Hubo una silenciosa explosión de humo, y apareció otra Yumeko que dio un paso adelante para enfrentar al guerrero de las sombras.
El shinobi vaciló un momento, claramente desconcertado, pero luego sus ojos se endurecieron y atacó con su espada… a la otra Yumeko, que dejó escapar un convincente grito de dolor antes de derrumbarse, para luego desvanecerse como el humo al golpear el suelo. El guerrero vestido de negro frunció el ceño cuando la ilusión desapareció en la niebla, luego me miró y la confusión se convirtió en furia. Levantó su espada y se tensó para arremeter.
Una espada, llena de fuego púrpura, surgió de su pecho, lo levantó y lo arrojó lejos. Parpadeé y alcé la vista mientras Tatsumi, con los ojos y los cuernos brillando con un rojo ominoso, sacudía la sangre de su espada y se encontraba con mi mirada.
—¿Estás bien, Yumeko?
—Ayuda a los demás —grité.
Tatsumi saltó más allá de mí con un gruñido, cortó a otro asaltante en dos, y la luz purulenta de Kamigoroshi se unió al parpadeante kitsune-bi en las paredes de la cueva.
Un grito detrás de mí hizo que se me fuera el alma al piso. Di media vuelta y le lancé una esfera de fuego fatuo al shinobi más cercano, que tenía a Reika ojou-san contra la pared, espada en alto. Las llamas estallaron contra el costado de su cabeza y esto lo hizo tambalearse y retroceder. La doncella del santuario empujó entonces un ofuda en su dirección con un grito, y lo azotó contra la pared opuesta. Él saltó de las piedras y levantó la mirada justo cuando una hoja brillante atravesaba su vientre, para luego dejarlo resbalar húmedamente hacia el piso. Tatsumi continuó, en medio del caos. Traté de seguirlo, pero en las luces danzantes sólo conseguía ver un movimiento frenético, las siluetas de amigos y enemigos que se precipitaban por el piso y el relampagueo metálico en la oscuridad. Sin embargo, uno por uno, los shinobi se sacudieron y colapsaron. La sangre rociaba el aire mientras un demonio vengativo se movía a través de sus filas como un torbellino de muerte.
Los últimos shinobi cayeron, uno destazado por Tatsumi, el otro decapitado por Daisuke-san, en el centro del lugar. Los dos hombres giraron, todavía buscando oponentes, y sus cuchillas se encontraron con un chirrido de metal y chispas. Por un instante, se quedaron así enfrentadas, demonio y maestro espadachín, Tatsumi con sus ojos brillantes, y Daisuke con una expresión vidriosa y un rostro lívido. Ambos parecían completamente peligrosos. Mi corazón latió con fuerza y me pregunté, por una fracción de segundo, si continuarían su lucha y se harían pedazos, si el atractivo de la batalla era demasiado para evitarlo.
—Eh, ¿Daisuke-san? ¿Kage-san? —la voz de Okame-san rompió el repentino silencio—. La pelea ya terminó. Pueden dejar de mirarse el uno al otro en el momento que quieran.
Despacio, los dos bajaron sus espadas y retrocedieron, aunque ninguno parecía ansioso por abandonar la pelea. Daisuke-san limpió la sangre de su espada y asintió con la cabeza hacia Tatsumi, con expresión sombría.
—Eres tan temible en batalla como siempre, Kage-san —dijo en un tono de admiración sincera—. Recuerda que todavía me debes un duelo cuando esto termine.
—No lo he olvidado —dijo Tatsumi en voz baja, mientras el brillo desaparecía de sus ojos—. Aunque no sé si estás seguro de querer luchar con un demonio. Hakaimono no es conocido por seguir las reglas.
—No hay reglas en la batalla, Kage-san —respondió Daisuke-san con calma—. Las reglas sólo sirven para limitar el potencial de los espadachines. Cuando peleemos, por favor, ven a mí con todo lo que tengas.
—¿Todos están bien? —preguntó Reika ojou-san, dando un paso adelante con Chu a su lado. El pelaje del perro se erizó y sus ojos se mantuvieron férreos mientras miraba los cuerpos dispersos en el piso de la cueva—. Tenemos cosas más importantes por discutir que estos absurdos duelos de honor. Yumeko, hay sangre en tu cara. ¿Estás herida?
Tatsumi se volvió rápidamente hacia mí y su mirada se encontró con la mía mientras llevaba una mano a mi mejilla. Sentí una humedad pegajosa contra mi piel.
—No —dije y vi el alivio en él—. No es mía. Yo estoy bien. ¿Los demás están bien?
—Creo que todos estamos bien. Aunque algo me golpeó en la cabeza con bastante fuerza —Okame-san se levantó, frotándose la parte posterior de su cráneo. Dio un paso adelante, hizo una mueca y volvió a caer de rodillas—. Ite. De acuerdo, tal vez con un poco más de fuerza de lo que pensaba. ¿Por qué está girando el piso?
Daisuke-san se adelantó de inmediato, con la preocupación recorriendo sus rasgos, y se arrodilló a su lado. Sus largos dedos rozaron el costado del rostro del ronin y giró con suavidad su cabeza hacia un lado para revelar un desorden de sangre y cabello en la base de su cráneo. Okame-san hizo una mueca y cerró los ojos. La preocupación de Daisuke-san se convirtió en alarma.
—Reika-san —dijo, y la doncella del santuario de inmediato dio un paso adelante y se agachó para mirar la cabeza del ronin.
Mi estómago se agitó cuando Reika pinchó y examinó la herida, haciendo que Okame-san silbara y gruñera por lo bajo, pero después de unos momentos ella se enderezó con un suspiro.
—Nada que ponga en riesgo su vida —dijo mientras dejaba escapar una exhalación de alivio—. Has perdido mucha sangre, pero parece que te golpearon con el extremo romo de un arma en lugar del filo. No estoy segura de cómo sucedió esto, pero deberá sanar en unos cuantos días. Puedes estar agradecido de que tu cabeza sea más dura que los muros de un palacio.
—Yokatta —suspiró Daisuke-san, expresando su alivio también, y le dedicó al ronin una leve sonrisa—. Todavía no puedes morir, Okame-san —dijo—. Sobre todo, no tras un ataque por la espalda tan deshonroso y cobarde. ¿Cómo se supone que enfrentaremos ese glorioso abatimiento juntos si encuentras la muerte antes de la batalla final?
—Oh, no te preocupes, pavorreal —Okame-san presionó un paño contra la parte posterior de su cabeza e hizo una mueca—. Se necesitará más que esto para hacerme a un lado. Hasta ahora, he sobrevivido a un enjambre de gaki, de ser comido por un ciempiés gigante, a un oni que derrumbó una torre sobre mi cabeza y de otro intento de asesinato. Estoy