Miranda Lee

Secretos y pecados


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curvar los dedos en torno a su nuca. Sus ojos eran ahora plata pura, y brillaban de sentimiento. Kiryl los miró y dijo:

      –Sabes que voy a besarte, ¿verdad?

      A Alena el corazón se le subió a la garganta; el estómago se le llenó de una excitación y un deseo que se derramaron por toda la parte inferior de su cuerpo haciéndolo palpitar con una ola de anhelo salvaje.

      Ella levantó la mano hasta la cara de él y tocó la piel de sus pómulos. En las profundidades malaquita de sus ojos brilló el peligro; eran unos ojos que prometían un tesoro mayor que ninguna piedra preciosa. El aliento de Kiryl contra sus labios le exigía que se abrieran todavía más y le acariciaba la nuca bajo el pelo, lo que le provocaba escalofríos de excitación por todo el cuerpo. Una sensación de urgencia fue pasando de una terminación nerviosa a otra, extendiéndose como fuego salvaje hasta que Alena se vio poseída por él, con todo el cuerpo convertido en un ansia fiera que no podía negarle. Deseaba aquello y lo deseaba a él.

      Con un pequeño gemido de anhelo se acercó más a él, le ofreció la boca y cerró los ojos.

      –¡No! –le dijo Kiryl–. No. No cierres los ojos. Quiero verlos cuando te mire. Quiero ver cómo nace el placer que crearemos juntos. Un placer que hasta ahora solo puedes haber imaginado. Dime que quieres eso. Dime que me deseas tanto como yo a ti.

      ¿Cómo podía resistirse o negárselo cuando todas las palabras que él pronunciaba reforzaban lo que ella sentía ya? No podía, pero tampoco podía encontrar palabras para expresar su necesidad. Solo pudo apretar la boca contra la de él con una intensidad apasionada y sentir sus labios arder antes de que Kiryl le diera una lección de deseo y sensualidad que estaba, como él le había prometido, a un mundo, no, a una galaxia completa de distancia de nada de lo que pudiera haber creado su imaginación.

      Esa necesidad, ese deseo, ese hambre que él creaba y alimentaba dentro de ella eran nuevos para Alena y al mismo tiempo tenían una familiaridad antigua que apelaba a todo lo que de femenino había en su interior. Sabía que las sensaciones y necesidades que la embargaban y llenaban en ese momento eran conjuradas en un lugar profundo de su interior por el único hombre que tendría el poder de darles vida. El único hombre posible para ella. Lo sabía tan en lo profundo de sí misma que ese conocimiento debía de haber nacido con ella y aquel debía ser por fuerza su destino.

      Las caricias de la lengua de Kiryl en la suya, con movimientos rítmicos que iban y venían, que exigían, daban y le enseñaban a devolver la intimidad de esa caricia, produjeron nuevas explosiones de deseo en su interior. Un banquete deslumbrante de sensaciones nuevas de las cuales aquellas eran solo el primer plato; mil placeres nuevos que conocer.

      El cuerpo le ardía bajo la ropa con un hambre enfebrecido, los pechos hinchados empujaban implorantes la tela que les negaba la posesión del contacto con Kiryl. Gimió con suavidad.

      Kiryl miró sus ojos empañados por el deseo sin dejar de besarla. El rostro de ella estaba sonrojado, su mirada era suplicante y su cuerpo se estremecía, como un instrumento de cuerda bien afinado, por la necesidad que él creaba allí. Podía ver el contorno de sus pechos contra la tela fina de la blusa abotonada hasta el cuello, con los pezones rígidos y erectos. Sin decir palabra, alzó la boca de la de ella y la colocó en la cresta cubierta de seda del pecho que había tomado en la mano y procedió a succionar con fuerza hasta que ella gritó y se retorció con frenesí, susurrando su nombre con aliento estremecido.

      Volvió a besarla en la boca; le mordisqueó sensualmente el labio inferior y le introdujo la lengua mientras cubría su sexo con la mano libre y lo acariciaba rítmicamente. Alena se aferraba desesperadamente a él.

      –¿Esto te gusta? ¿Es esto lo que quieres? Dímelo, Alena. Dime que quieres la caricia de mi boca en tus pechos desnudos y el sabor de tu sexo en mis labios.

      Alena se estremeció con violencia a causa de las imágenes que le hacían evocar las palabras de él y que iban acompañadas de una ola intensa de deseo. Con cada palabra que pronunciaba la hundía más y más en un mundo en el que él era su única brújula, su estrella polar, su único punto racional, su guía, su líder, su salvador.

      –Dime que quieres mis caricias, mi deseo, mi necesidad. Dime que me deseas, Alena –exigió Kiryl.

      Ella emitió el sonido de una mujer excitada hasta el punto en el que no importa nada más. Estaba perdida… impotente para resistir el asalto de la necesidad sexual que Kiryl había conjurado en su interior y que había destruido su autocontrol.

      –Sí, te deseo –dijo con desesperación–. Te deseo.

      Su móvil sonó en su bolso, avisándola de que entraba un mensaje. Ese sonido la devolvió sin ceremonias al mundo de la realidad. Miró en dirección al sonido.

      –Déjalo –le ordenó Kiryl.

      –No puedo. Podría ser Vasilii.

      La mirada sombría que oscureció los ojos de Kiryl le advirtió que él no se sentía complacido, pero Alena sabía que Vasilii se preocuparía si ella no contestaba a su mensaje.

      El mero hecho de correr hasta el bolso le hizo darse cuenta de los cambios que había producido Kiryl en su cuerpo. Aunque ya no la tocaba, Kiryl seguía poseyendo sus sentidos y, a través de ellos, su cuerpo. Le dolía el pecho en el punto en el que él había provocado su deseo. Todo su cuerpo temblaba al saber cómo la había transformado y cuánto lo deseaba. Muchísimo. En ese momento y para siempre. Y una parte de ella se alegraba.

      Le temblaba la mano con la que sacó el móvil del bolso y miró el mensaje.

      –Es de Vasilii –dijo.

      Kiryl la vio leer el mensaje de su hermano y fruncir el ceño.

      –¿Sucede algo? –preguntó.

      Se acercó a ella.

      –No, no. Vasilii dice que sus negociaciones se están prolongando más de lo esperado y que no regresará a Londres hasta dentro de cinco días. Yo estaba deseando contarle en persona lo de tu maravilloso donativo a la fundación, pero ahora tendré que hacerlo con un mensaje.

      Kiryl se puso tenso. Lo último que quería era que Vasilii se enterara de su presencia en la vida de su hermana antes de que él eligiera hacerlo partícipe de ese hecho.

      –¿Y por qué no esperas a decírselo cuando vuelva? Así podrás enseñarle el cheque al mismo tiempo que se lo dices –sugirió con una sonrisa.

      –Sí. Sí, haré eso –repuso ella.

      De pronto se sentía avergonzada. El mensaje de Vasilii había alterado el sentimiento de conexión que tenía con Kiryl, dejándola físicamente alterada por la intensidad de su respuesta sexual a él. Sin el calor de sus brazos en torno a su cuerpo, esa intensidad ahora le parecía más de lo que podía controlar.

      –Tengo que irme –dijo.

      –¿Huyes de mí? –se burló él.

      Era mala suerte que su hermano hubiera enviado el mensaje en ese momento. Una parte necesaria del plan de Kiryl era que Alena cayera completamente bajo su hechizo sexual, y eso implicaba no solo excitarla, sino también poseerla, ganarse completamente su confianza, subyugarla de modo que la voluntad de él importara más para ella que la de ninguna otra persona, incluido su medio hermano. Implicaba darle el mejor sexo que ella pudiera imaginar… o el mejor que tendría jamás.

      Sabía que podía volver a tomarla en sus brazos y hacer que ocurriera eso, pero quería que fuera ella la que suplicara sus caricias, anhelara que la poseyera… se lo pidiera. Y en ese momento veía que estaba demasiado nerviosa para que ocurriera eso.

      Además, se veía obligado a admitir que la interrupción y el retraso en sus planes no eran lo único que le molestaba en ese momento. La inmediatez e intensidad de su propia excitación hacían que le doliera el cuerpo como hacía mucho, mucho tiempo que no le ocurría. Se dijo que ese deseo era el resultado de su necesidad de tener éxito en sus planes, no un deseo específico por Alena. Después de todo, ¿cuándo había deseado él