Miranda Lee

Secretos y pecados


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fueron tan inesperadas que Alena tardó varios segundos en comprender su significado. Respiró con fuerza.

      –¿Tu madre?

      Bien. Ya la tenía enganchada. Pero dado lo que él sabía de la estrecha relación que había tenido ella con sus padres, en especial con su madre, Kiryl sabía de antemano que meter a su madre en cualquier conversación que mantuviera con Alena conseguiría despertar su interés y también su simpatía. En aquel momento, no obstante, después de haber despertado su interés era mejor dejarla un poco en suspenso, así que negó con la cabeza.

      –Este no es el mejor momento para esta conversación –le dijo–. Será mejor hablarlo durante la comida. ¿Te importa ir en taxi? Londres es el único lugar donde prefiero tomar taxis en vez de tener un coche con chófer siguiéndome por ahí. Me gusta la libertad que eso me da.

      –No –repuso Alena, y soltó una risita–. Me encantan los taxis de Londres. Y yo también los prefiero a un coche con chófer –hizo una mueca–. Vasilii no lo comprende, y tampoco lo aprueba.

      Era un pequeño detalle saber que él también amaba la libertad que a ella le daba estar en Londres. Algo muy simple que, sin embargo, hizo que inmediatamente se sintiera más relajada en su compañía… como si compartieran algo.

      Kiryl la miró y sonrió para sí. Sabía muy bien, por la información recopilada por su agente, todo lo que gustaba y disgustaba a Alena. Su objetivo ahora era desarmarla hasta tal punto que acabara confiando en él.

      –He pensado que podíamos comer en el hotel –le dijo cuando estuvieron en el taxi.

      Alena asintió con la cabeza. Sabía que el hotel tenía un restaurante excelente. El tipo de restaurante donde se llevaban a cabo negocios importantes de un modo regular. Un restaurante de hombres, en opinión de Alena, con una carta en la que abundaban las comidas tradicionales de gourmet, los platos de pescado y porciones demasiado abundantes para ella. Era una bobada por su parte sentirse decepcionada. Después de todo, aquello era una comida de negocios y no una cita. Kiryl era obviamente un hombre ocupado, igual que su hermano, y ella sabía que, en circunstancias parecidas, Vasilii habría hecho exactamente lo mismo.

      El recordarse que aquello era una comida de negocios hizo que se sentara recta en su lado del taxi y adoptara automáticamente lo que esperaba fuera la pose correcta de la mujer de negocios.

      Kiryl, que se había relajado en las sombras más oscuras de su lado del asiento, se negaba a permitirse el error de mirarla. Todavía no. Eso vendría después. De niño, cuando deambulaba salvaje con otros chicos como él, pobres y medios muertos de hambre, y malvivía bajo los auspicios de una abuela adoptiva, había aprendido a pescar. A veces los peces que pescaba eran la única comida que había, así que había tenido que aprender a tener paciencia y esperar el momento apropiado para pillar desprevenida a su presa.

      Sabía que su silencio incrementaría la tensión que veía que sentía Alena, y eso le convenía. El destino le había dado la mejor carta posible al cruzar a Alena Demidov en su camino… sin su hermano.

      El tráfico aumentaba. Una de las muchas obras que había en las calles de Londres había hecho pararse el taxi. Kiryl miró a Alena por debajo de las pestañas. Su agente había hecho bien su trabajo y Kiryl sabía todo lo que había que saber de ella… desde el hecho de que su hermano la creía en ese momento bajo el cuidado de una anciana ex directora de un exclusivo colegio femenino hasta que probablemente era todavía virgen. Lo sabía todo del matrimonio de sus padres y de la pasión de su madre inglesa por su fundación, igual que sabía cuántos millones de libras esterlinas había en el fideicomiso de Alena y cuántas acciones del negocio de su hermano y su difunto padre pasarían a ser de ella cuando cumpliera los veinticinco años.

      Era un peón muy valioso para el hombre que controlara su futuro, y no tenía nada de raro que su hermano se mostrara tan protector con ella y su eventual herencia. Con un activo como el que suponía su hermana, Vasilii Demidov poseía un gran poder de trueque que podía ser muy persuasivo. Con el matrimonio de ella, podía conseguir todavía más poder para él del que ya poseía. Habría muchos hombres que querrían forjar una alianza con él casándose con ella. Su virginidad no les importaría ni a su hermano ni al hombre que se casara con ella. Lo que importaría sería el poder de la alianza que crearían.

      Él, desde luego, no quería casarse con ella. No quería casarse con nadie. Pero estaba muy dispuesto a dejar que Alena creyera que sí con tal de ganársela.

      Lo que de verdad intentaba hacer era seducirla y que se enamorara de él, lo cual sería fácil, dada la buena predisposición hacia él que había visto ya en ella, y su inocencia. Y luego ofrecería terminar la relación siempre que su hermano se retirara del contrato por el que competían. Kiryl era la última persona que Vasilii Demidov querría por cuñado, un hombre nacido no solo en el lado equivocado de la sociedad, sino además criado en las cloacas de esa sociedad. En su opinión, Vasilii preferiría perder un contrato a un peón tan valioso como su hermana, quien, casada con el hombre apropiado, podía llevar más activos a la familia que los que supondría un solo contrato.

      A Demidov no le gustaría el plan, por supuesto. No le gustaría nada. Pero tendría que claudicar porque la atracción de su hermana hacia él era su talón de Aquiles. Kiryl no tenía dudas de eso. Ningún hombre protegía a su hermana como lo hacía Vasilii Demidov si no fuera muy importante para él.

      Y Alena… tendría el placer sexual que las miradas anhelantes que le lanzaba indicaban que quería. Y cuando su hermano diera finalmente su mano en matrimonio a cambio de aumentar su poder y su riqueza, ella podría recordar aquel placer cuando yaciera en brazos de un esposo al que quizá no deseara especialmente.

      De pronto, sin previo aviso, pudo ver en su mente la cara de su madre… la angustia de sus ojos cuando le contaba que había confiado en su padre y él la había dejado y se había negado a reconocer a su hijo. La apartó con rapidez, tan despiadadamente como despachaba siempre las debilidades emocionales que encontraba en su interior.

      El taxi salió de la calle principal y entró en la zona exterior de parada delante de la puerta principal del hotel. Mientras Kiryl pagaba al taxista, un portero uniformado abrió la puerta a Alena y la ayudó a salir. Kiryl la siguió al hotel y dio una propina generosa al portero. El hombre sin duda recordaría haberlo visto con Alena y eso añadiría más refuerzos a su desafío a Vasilii, que tendría que retirarse del contrato o arriesgarse a que su hermana se empeñara en casarse con él.

      –Por aquí –dijo a Alena.

      La tomó con firmeza del brazo y la condujo hacia los ascensores, pues ella se dirigía hacia la entrada del restaurante.

      Aprovechando su confusión, la guio al interior del ascensor en cuanto se abrieron las puertas, sin hacer caso de la tensión que invadía de pronto el cuerpo de la joven.

      –¿Qué haces? –preguntó ella–. ¿No íbamos a comer juntos?

      –Sí, pero no en el restaurante. He pensado que nos resultaría más cómodo comer en mi suite.

      ¿Les resultaría más cómodo? ¿Qué quería decir con eso? Alena se sonrojó intensamente. Le ardía la cara al pensar en cómo le afectaba aquella intimidad con él. Mientras subían en el ascensor, se recordó que debía tener mucho cuidado.

      Se volvió impulsivamente, con aprensión súbita y con el corazón latiéndole con fuerza.

      –No creo que…

      –¿Tienes miedo de estar a solas conmigo? ¿Crees que puedo intentar seducirte? –adivinó él–. ¿O es más bien que te preguntas cómo sería si lo hiciera?

      –¡No! –negó ella inmediatamente.

      El ascensor había parado. Se abrió la puerta. Él la miraba con una expresión que era una mezcla de regocijo y algo más que volvió a prender el deseo que Alena había sentido antes.

      –Mejor –le dijo él mientras la guiaba fuera–. Porque puedo asegurarte que para mí esta comida es estrictamente de negocios.

      Aquello