Miranda Lee

Secretos y pecados


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podían ser una opción sensata para el frío, pero ella no quería que la juzgaran como una frívola obsesionada por la moda. Para protegerse del afilado frío de febrero, se había envuelto una bufanda de lana gris alrededor del cuello y puesto un gorro a juego. Pagó el taxi sin quitarse los guantes grises y sonrió al portero que le abrió las puertas de cristal del edificio, quien le devolvió la sonrisa.

      Su madre, al establecer la fundación, había querido situar sus oficinas centrales en Londres porque era su ciudad natal, pero en un lugar mucho más modesto que su situación actual en Mayfair. Su esposo y su hijastro la habían convencido de que aceptara que, si la fundación quería atraer donantes, una dirección de prestigio ayudaría a conseguirlo. Además de eso, Vasilii había insistido en que un bloque de oficinas sería un lugar mucho más seguro.

      La seguridad era importante para él. Pero eso no era de extrañar, teniendo en cuenta que su madre había sido víctima de un secuestro que había terminado con su muerte. Después de eso, el padre de Vasilii había trasladado su negocio y su casa a Londres, aunque la madre de Alena y él se habían conocido en San Petersburgo. Su padre siempre había sido un hombre de una gran altura moral, tanto en los negocios como en la vida privada. La muerte de sus padres en un accidente de tráfico había sido un terrible shock y una pérdida tremenda para Alena, pero afortunadamente siempre había tenido a Vasilii.

      Había estado mal por su parte dejarse llevar por lo que en ese momento empezaba a ver como una forma de locura en su deseo por Kiryl, y cuando entró en el ascensor y apretó el botón del piso décimo, se dijo que se alegraba de haber dejado el incidente atrás y haber empezado a concentrarse en lo que de verdad importaba en su vida.

      Una de las cosas a las que se dedicaba la fundación de su madre era a ayudar a chicas pobres de todo el mundo. En ella trabajaban empleados de distintas culturas, y Dolores Álvarez, la presidenta sudamericana, había conocido la pobreza en la niñez. Ahora estaba en la cincuentena y las líneas de su rostro hablaban de su compasión y de su experiencia vital.

      Sonrió con calor a Alena cuando esta entró en su despacho, y pidió café para ambas.

      –Esta mañana hemos tenido una agradable sorpresa –dijo a la joven–. Supongo que sabes que uno de los objetivos de tu madre para la fundación era atraer más donantes de fuera y que hemos hecho una campaña para ello.

      Alena asintió con la cabeza.

      –Sí, sé que mis padres consideraban que era muy importante ampliar la esfera de la fundación.

      –Después de la muerte de tus padres, recibimos algunos donativos muy generosos de sus colegas y amigos, pero fueron pagos únicos. Ahora, sin embargo, se ha puesto en contacto con nosotros un donante potencial que parece prometedor. Pero ha dicho que quiere conocerte antes de tomar una decisión.

      Había llegado el café y, después de dar las gracias al joven ayudante que lo había llevado, Alena preguntó a Dolores:

      –¿Es porque quiere saber si soy capaz de dirigir bien la fundación? Eso es exactamente lo que haría Vasilii.

      –A los hombres ricos les gusta controlar su fortuna. Creo que es algo que va con sus planteamientos y con la ambición que los hizo llegar a ricos.

      –¿Maniáticos del control? –preguntó Alena.

      Dolores sonrió. Movió la cabeza.

      –Tal vez, pero no podemos permitirnos mirarle el diente a un caballo regalado ni…

      –¿Ni espantarlo? –sugirió Alena.

      –No. No si queremos lograr los planes más ambiciosos de tu madre. El dinero que dejó a la fundación nos produce buenos ingresos, pero…

      –Pero necesitamos más dinero. Sí, lo sé. He estudiado nuestra situación financiera, y el alza del coste de la vida en algunos de los países donde estamos más activos aumenta el coste de ofrecer estudios a los más pobres.

      La presidenta le lanzó una mirada aprobadora que Alena sospechaba estaba también teñida de sorpresa.

      –Eso es cierto, sí. Lo que significa que es importante encontrar a todos los donantes que podamos. Por lo que me ha dicho este, está considerando hacer una contribución anual muy generosa a nuestra causa una vez que esté satisfecho de que…

      –¿De qué? –preguntó Alena.

      Dolores parecía levemente incómoda.

      –Dímelo –insistió la joven–. Tengo derecho a saberlo.

      –Sí, por supuesto –Dolores vaciló todavía un momento–. Ha expresado sus reservas por el hecho de que una persona tan joven y… con tan poca experiencia, acabe antes o después haciéndose cargo de la fundación. Debido a eso, ha expresado su deseo de conocerte personalmente.

      –¿Para valorar mi idoneidad para ocupar el puesto de mi madre?

      –Para estar seguro de que toma la decisión correcta –la corrigió Dolores con diplomacia–. Por supuesto, si prefieres no verlo, seguro que podemos encontrar una excusa aceptable. ¿Quieres que le digamos que preferirías que lidiara tu hermano con la situación?

      Alena sopesó lo que le había dicho Dolores. Si conocía a aquel donante en potencia y él no la consideraba capaz de ocupar el puesto de su madre, se arriesgaba a perder el donativo. Podía ser más seguro dejar que fuera Vasilii el que se reuniera con él. Pero si hacía eso, ¿cómo iba a convencer a su hermano de que era lo bastante madura para asumir el papel de su madre? Y lo más importante, ¿cómo iba a sentirse ella segura de su capacidad para hacerlo?

      Respiró hondo.

      –Si ese donante en potencia quiere conocerme, es justo que lo haga.

      La mirada de aprobación de la presidenta le indicó que había tomado la decisión correcta.

      –¿Te importa fijar un encuentro con él?

      –Eso es fácil –respondió Dolores con una sonrisa. Está aquí ahora. Cuando le dije que ibas a venir esta mañana y que comentaría contigo lo de verlo, anunció que vendría aquí a verte. Intenté posponerlo, pero me temo que insistió.

      Alena sabía que Vasilii habría insistido igual en la misma situación. Tal comportamiento podía resultar poco convencional para algunos, pero en el mundo en el que se movía su hermano los hombres de más éxito a menudo hacían sus propias reglas e ignoraban los convencionalismos.

      –Por supuesto, si quieres que le diga que preferirías verlo en otro momento…

      Alena pensó con rapidez. La verdad era que sentía cierta energía nerviosa en el estómago al pensar en la responsabilidad que asumía al aceptar conocer a aquel donante en potencia. Pero si quería que la tomaran en serio como una mujer en cuya madurez se podía confiar, tenía que portarse conforme a ello.

      Enderezó la columna y negó con la cabeza.

      –No. Lo conoceré ahora.

      –Esperaba que dijeras eso. Gracias. Ese donativo significaría mucho para nosotros. Especialmente porque sería un ingreso regular, garantizado para los próximos cinco años. Le hemos pedido que espere en la sala de conferencias; te llevaré allí ahora. Y por supuesto, estaré a mano para responder cualquier pregunta técnica que pueda hacer.

      Alena le dirigió una mirada agradecida.

      La sala de conferencias de la fundación tenía ventanas que daban a la calle. Estaba decorada en un estilo funcional pero elegante, con una gama de colores blancos y grises que se oscurecían hasta el negro, con los muebles de cuero mostrando brillos sutiles de acero pulido. Pero lo que más atraía la atención eran las fotos colgadas en las paredes. Fotografías de niños, algunas de ellas hechas por niños y desenfocadas. Eran fotografías inquietantes, directas al corazón, que contaban la historia de cómo una chica muy pobre podía convertirse en una joven que podía llevar la cabeza muy alta gracias la educación y el apoyo que había recibido de la fundación.

      Normalmente, eran las fotografías