sus opiniones.
Como elegí admitir que estaba equivocado, aprendí el valor de recibir las perspectivas de mis empleados, y descubrí la importancia de tener reuniones frecuentes en los comienzos de nuestra compañía Amway. Estas reuniones las llamamos “¡Exprésate!”. Con alguna frecuencia elegíamos a un representante de cada departamento para que se reuniera conmigo. Ellos tenían libertad de hacer cualquier pregunta, presentar sugerencias o incluso quejarse de cualquier cosa, desde algo tan grande como una falla en el sistema hasta algo pequeño como la comida en las máquinas expendedoras.
“Exprésate” era una forma de permitir que nuestros empleados supieran que nosotros no teníamos todas las respuestas, que éramos capaces de equivocarnos y que respetábamos sus opiniones. Tomamos acciones basados en las sugerencias que hacían los empleados en esas sesiones para construir una mejor compañía. Al hacerlo me abrí a la posibilidad de admitir ante mis empleados que estaba equivocado. Fue una de las decisiones ejecutivas más inteligentes que haya tomado.
Nuestro obstinado deseo a tener la razón todo el tiempo conlleva a crear divisiones entre amigos y familiares. A veces el afán de tener la razón termina en discusiones que no vale la pena ganar y que en retrospectiva, son sencillamente tontas. Jay Van Andel y yo tuvimos una amistad y una sociedad por más de cincuenta años. No habríamos podido alcanzar ese singular logro sin llegar a un acuerdo en todas nuestras metas importantes y decisiones ejecutivas. Como Jay era mayor, él sirvió como presidente y yo como director general en una junta de dos. Los dos acordamos que ambos votos eran necesarios para aprobar decisiones de negocios.
En los comienzos de nuestra empresa Amway me impulsaba el ego de tener un carro más grande. Distribuidores que habíamos patrocinado conducían Cadillacs y Jay y yo todavía conducíamos Plymouths y Desotos. Un distribuidor de autos en el centro de Grand Rapids tenía un hermoso y elegante Packard que yo quería para mí. Lo compré como un carro de la compañía sin preguntarle a Jay. Tuve que disculparme por eso. Él lo dejó pasar y dijo: “Está bien, tú tomaste la decisión, tú disfrútalo”. Me salí con la mía, pero había violado nuestra propia política corporativa de que los dos estaríamos de acuerdo sobre las inversiones en bienes de capital.
Entonces ¿en qué grandes decisiones de negocios nos vimos discutiendo? Aunque no lo creas, fue decidiendo el estilo de vestuario para el restaurante en el último piso de nuestro nuevo Hotel Amway Grand Plaza cuando se inauguró a comienzos de los años 1980. Una de las decisiones más insignificantes en nuestra sociedad llevó a uno de nuestros más grandes desacuerdos.
Cygnus, veintiséis pisos arriba del centro de Grand Rapids en la torre de nuestro nuevo hotel, era el primer restaurante elegante en la ciudad. El debate era si debíamos mantener un restaurante formal con un código de vestuario incluyendo chaquetas y corbatas, o que fuera menos restrictivo y abierto a más visitantes y probablemente a más negocios. Ésa fue la única vez en nuestra larga sociedad en el que uno de nosotros usó la palabra veto. Afortunadamente teníamos una fuerte amistad y la decisión respecto a Cygnus pudo desvanecerse en una trivialidad. Pero amistades e incluso relaciones familiares se han erosionado y hasta terminado por desacuerdos aún más triviales. Para la mayoría de la gente, tener que admitir que se está equivocado, afecta su orgullo y su ego. Es una de las cosas más difíciles que la mayoría de la gente alguna vez tenga que decir.
Pero se hace más fácil a medida que envejecemos, cuando tenemos más logros que errores (eso espero), y no somos tan delicados ni nos sentimos amenazados tan fácilmente. Con los años acumulas tu porción de errores en la vida y admites ante ti y ante los demás que estás muy lejos de ser perfecto. Cuando somos jóvenes y estamos tratando de establecernos, tememos admitir un error. La realidad es que admitir los errores es liberador para nosotros mismos y para los demás y demuestra madurez. Admitirlo es una muestra indiscutible de que podemos ser humildes y no somos demasiado grandes como para admitir que nos equivocamos. La gente aprecia la humildad. A nadie le gustan los sabelotodos.
Decir “estoy equivocado” también es el comienzo de un proceso de sanidad. La primera inclinación del niño atrapado con la mano en el tarro de galletas es negarlo, defenderse, razonar, y crear excusas. Como el niño, nuestra primera inclinación es defender furiosamente nuestra posición en lugar de admitir delante de alguien o de nosotros mismos que estamos equivocados. La negación y la racionalización son un trabajo difícil e infructuoso. Crecemos solamente cuando le damos más importancia a sanar una relación que a defender una posición. Entender que todos cometemos errores en la vida quita el dolor de estar equivocados. Admitir esta situación es la única manera de realmente sanar la herida que podemos haber causado en otros. Sin eso, la gente tiende a guardar rencor y generar heridas que nunca sanan por completo.
Las equivocaciones son inevitables, y negar su existencia sólo crea arrogancia y contienda. No somos perfectos, y tampoco fuimos diseñados para serlo. Los perfeccionistas se enfrentan a la necesidad de ser perfectos en todo lo que hacen. ¿Alguna vez podríamos vivir de acuerdo a esos estándares? ¡Ríete de la equivocación, ríete de ti mismo! Tu ego nada más te llevará hasta cierto punto, pero tu integridad y humildad te llevarán hasta el éxito.
Reconocer nuestros errores puede incluso sanarnos física y mentalmente. La ciencia médica sigue encontrando cada vez mayores conexiones entre nuestra salud física y mental. No soy médico, pero creo que es obvio que admitir la culpa en lugar de esforzarse por defender, perdonar, en lugar de llevar rencor, y aceptarnos nosotros mismos, con fallas y todo, reduce mucha ansiedad y angustias que afectan nuestra salud física. Muy probablemente nos sentiremos mejor mental y físicamente cuando nos liberemos de la obligación de siempre tener que estar en lo cierto y del temor a que otros vayan a juzgarnos por estar equivocados. Así que he tratado de ser entusiasta cuando digo que estoy equivocado. No me quedo callado al respecto. Reconozco abiertamente cuando alguien tiene la razón y yo estoy equivocado. Y es igualmente importante decirles a otros que tienen la razón como lo es reconocer que estoy equivocado.
Todos necesitamos saber que a pesar de nuestros errores, la mayoría de las personas puede encontrar perdón en su corazón y con el tiempo olvidar. También podemos devolver gracia al perdonar a otros cuando han estado equivocados. Uno de los mejores ejemplos en los que pienso es en el carácter de Gerald R. Ford. Perdí un amigo y la nación a un venerado líder cuando el Presidente Gerald Ford falleció el día después de navidad en 2006. Jerry Ford creció en mi ciudad natal de Grand Rapids, Michigan, fue una estrella en el equipo de fútbol americano de la Universidad de Michigan jugando en el campeonato nacional y fue nuestro congresista por muchos años. Me emocioné y sentí orgulloso cuando mi amigo y vecino llegó a ser Presidente de los Estados Unidos y me entristecí grandemente en su funeral en mi ciudad.
El cubrimiento noticioso sobre su muerte fue un testimonio de él, un hombre humilde que proclamó su confianza en la dirección de Dios durante su presidencia. Su integridad y fe nunca fueron más evidentes que cuando perdonó a Richard Nixon. El presidente Ford sabía que muy seguramente ese perdón pondría en riesgo su campaña presidencial de 1976, pero hizo lo que creía que era correcto. En un discurso dirigido a la nación explicando el perdón, el señor Ford dijo que no podía esperar que Dios le mostrara justicia y misericordia si él no podía mostrar justicia y misericordia a otros. Él vio más allá de la política y de la ganancia personal al perdonar y olvidar con el interés de sanar nuestra nación. Como el Presidente Ford admitió delante de la mayoría de estadounidenses, el futuro del país importaba mucho más que el destino de un presidente anterior.
Desperdiciamos energía cuando odiamos a alguien en lugar de perdonarlo. Jesús nos dijo que perdonáramos a nuestros enemigos. Nosotros también debemos perdonarnos a nosotros mismos, sabiendo que Dios nos puede perdonar por cualquier pecado que confesamos. Imagino al Presidente Ford en la oficina Oval, desesperado por sanar a nuestra nación, ansioso por hacer que avanzara, y llegando a la conclusión de que su única elección como cristiano y como líder, era dejar el pasado atrás por medio del perdón y mirar hacia adelante. Nosotros podemos hacer la misma elección. Un futuro positivo es más importante que cualquier rencor que podamos mantener contra alguien, o cualquier culpa que podamos albergar por errores pasados.
Con frecuencia cuando hablo, me presento con estas sencillas palabras: “Soy un pecador salvado