matado tantas cosas en su interior que apenas era capaz de sentir, pero había sido la única manera de sobrevivir. Lo malo era que ya no podía fiarse de sí misma, ya no sabía cuándo sentía de verdad. ¿Cuando algo le dolía era de verdad? A veces, creía sentir miedo, pero no estaba segura.
¿Cómo iba a estarlo? El caos reinaba en su interior.
Cagney dejó caer la cabeza entre las manos y tomó aire profundamente. Cualquier otra chica en su situación habría buscado consuelo en su madre, pero Cagney sabía por experiencia que, en su caso, era inútil.
Su madre era la personificación de la pasividad. Jamás había desafiado a su marido, ni siquiera para defender a sus hijas.
Cagney suspiró.
Seguro que Jonas y ella podrían sobreponerse a aquella situación.
Seguro que Jonas la entendería porque la quería. Se verían en el baile y harían lo que tenían planeado. No era lo que tenían pensado para aquella noche, pero de alguna manera, Cagney encontraría la forma de explicarle todo lo que había sucedido y, como de costumbre, Jonas la entendería.
Jonas estaba anonadado de lo que costaba alquilar un incómodo traje para una sola noche.
Sin embargo, merecía la pena.
Por Cagney.
Una mezcla de nervios y miedo se apoderó de él mientras aparcaba el decrépito coche de su madre frente a la impecable casa de Cagney. A lo mejor su padre salía a recibirlo pistola en mano, pero, de todas formas, apagó el motor y esperó.
No sucedió nada.
Jonas se quedó mirando la inmaculada fachada de piedra de aquella casa, intentando no compararla con la desastrosa caravana en la que vivían su madre y él. Aunque aquella casa era grande e impresionante desde fuera, sabía por Cagney que dentro había poco amor. Prefería a su madre, una mujer con problemas pero muy cariñosa, y su caravana alquilada.
Para su sorpresa, la luz del porche se encendió. Jonas no sabía si tomarse aquello como una señal de bienvenida o de advertencia, pero lo que estaba claro era que había llegado el momento de salir del coche, así que tomó aire, agarró la orquídea que había comprado para Cagney y se bajó del vehículo. Una vez fuera, se abrochó la chaqueta, se pasó la mano por el pelo y se dirigió al porche.
Ahora o nunca.
La puerta se abrió antes de que le diera tiempo de llamar al timbre y salió el jefe de policía Bishop con el ceño fruncido, como de costumbre. Lo cierto era que Jonas no tenía ni idea de lo que había hecho para que aquel hombre lo despreciara tanto.
—Buenas noches, señor —le dijo echando los hombros hacia atrás.
—No me llames señor —le espetó el padre de Cagney—. ¿Qué demonios haces entrando en mi propiedad?
Por un instante, ante la dureza de la pregunta, Jonas no fue capaz de formular una respuesta. Cagney no había ido al colegio aquel día ni había contestado a sus llamadas telefónicas ni a sus correos electrónicos, pero Jonas estaba seguro de que, siendo la hora que era, su padre sabría con quién iba a ir al baile de fin de curso.
Jonas sintió que la boca se le secaba y se mojó los labios para contestar.
—He venido a buscar a Cagney para ir al baile de fin de curso.
La risa del jefe de policía fue como una bofetada.
—Pues siento mucho decirte que Cagney se ha ido hace media hora con su cita, Tad Rivers —le espetó cruzándose de brazos y sacando pecho—. Así que ya te puedes ir. Fuera de aquí.
Jonas parpadeó varias veces. No se podía creer lo que acababa de oír.
—Eso es imposible. Cagney es mi novia —recapacitó en voz alta sin pensar lo que decía—. Habíamos quedado para ir juntos.
—Tu novia, ¿eh? —le dijo el jefe de policía—. Mira, cuando quieras echarte novia, te buscas una chica como tú porque mi hija es demasiado buena para ti, siempre lo ha sido y siempre lo será.
Jonas sintió la crueldad de aquellas palabras, pero consiguió mantener el mentón elevado. El jefe de policía Bishop no tenía ni idea de quién era su hija ni de lo que quería en la vida.
—Cagney me quiere y yo la quiero a ella.
—¿La quieres? —se burló el sargento—. Si tanto la quieres, lo mejor te puedes hacer es dejarla en paz. A lo mejor hay alguna chica donde vives acampado con la que puedas salir. No sé lo que estarás buscando en mi hija, pero seguro que las chicas de tu clase te lo darían encantadas.
A pesar del gran esfuerzo que estaba haciendo, Jonas sintió que la furia se apoderaba de él. Jamás había tenido intención de acostarse con Cagney ni de aprovecharse de ella. Se estaba enfadando tanto que estaba empezando a sudar.
—No sabe lo que dice. Respeto profundamente a Cagney, la respeto mucho más que usted. Sé que está en casa y quiero verla —añadió intentando esquivar a su padre, pero el jefe de policía se lo impidió—. ¡Cagney! —gritó entonces.
La mano que el padre de Cagney le había colocado en el pecho se convirtió en un puño, arrugándole la camisa.
—Eso, intenta entrar en mi casa, pequeño vagabundo. Sería genial —le espetó apretando los dientes—. Nada me haría disfrutar más que detenerte.
Jonas no tenía tanta fuerza como aquel hombre y se vio siendo lanzado contra la barandilla del porche. Intentando mantener la dignidad, intentó en vano alisarse el frente de la camisa.
—¿Cómo puede usted vivir con tanto odio en su interior? —le preguntó con voz trémula.
El padre de Cagney ignoró su pregunta.
—Antes de irse con Tad, Cagney te ha dejado una carta. Es un buen chico ese Tad Rivers y procede de una buena familia —comentó dejando que el terrible comentario atravesara a Jonas como un cuchillo bien afilado—. Supongo que tienes derecho a leerla porque la ha escrito para ti. Aunque también quiero que sepas que lo ha hecho en contra de mi voluntad porque yo creo que mi hija no te debe ningún tipo de explicación.
¿Explicación de qué? Jonas sintió que el miedo se apoderaba de él. Mirando al padre de Cagney con cautela, se acercó y tomó el sobre que éste le tendía, lo abrió y rezó para que aquello le diera alguna pista de lo que estaba sucediendo porque Cagney parecía haber olvidado su idea de hacer frente común. ¿Por qué no habría respondido a sus llamadas? ¿Por qué no habría encontrado la manera de advertirle que había sucedido algo? Jonas no lo entendía. Siempre se habían protegido mutuamente.
Jonas hojeó la carta y reconoció la letra de Cagney. También reconoció el papel en el que estaba escrito. Se trataba de una hoja claramente arrancada de su cuaderno favorito, el de líneas moradas que olía a uvas cuando se pasaba el dedo por encima.
Jonas tomó aire y leyó.
Querido Jonas:
Me hubiera gustado decírtelo antes, pero no he encontrado el momento. Eres un chico maravilloso y hemos sido buenos amigos, pero Tad y yo comenzamos a hablar hace dos meses y me he enamorado de él. Simplemente… ha sucedido. Con él es más fácil porque cuento con la aprobación del sargento. Espero que lo entiendas…
No podía soportar seguir leyendo aquello delante del sargento Bishop. Era evidente que el policía estaba disfrutando. Jonas sentía que el corazón se le estaba rompiendo, así que arrugó la carta y desvió la mirada. Al cabo de unos segundos, volvió a girar la cabeza hacia el hombre que tenía ante sí.
—Esto lo ha escrito usted —lo acusó.
—No digas tonterías, chaval. Yo no he tenido nada que ver con eso de la carta. Cagney ha elegido —contestó el policía—. Es lo mejor para todos.
—¿Desde cuándo sabe usted lo que es mejor para Cagney o para el resto de sus hijas? —le espetó