Susan Crosby

Tú y sólo tú - Esposa de verdad


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lo sorprendió sobremanera.

      ¿De verdad que el sargento Bishop no iba a tener cabida en sus vidas? ¿Qué vida? Si ellos nunca habían tenido una vida juntos y jamás la tendrían.

      La realidad con toda su crudeza se apoderó de él y lo paralizó como una armadura, lo que le vino muy bien para sobrevivir al repentino encuentro.

      —¿Qué haces aquí? —le preguntó tras carraspear y recubrirse el corazón de una dura tapa de cemento.

      —Vivo aquí —contestó Cagney con tranquilidad.

      —Pues lo siento mucho por ti —se burló Jonas enarcando una ceja.

      Aquello hizo que a Cagney se le borrara la sonrisa del rostro. A continuación, ladeó la cabeza y se quedó mirándolo con sus inmensos ojos azules, aquellos ojos que siempre habían visto a través de su alma. Menos mal que Jonas había ido recubriéndola durante los años con una coraza emocional impenetrable.

      —¿Qué? —le preguntó con la respiración entrecortada.

      —Muy bonito el discurso que has dado —contestó Cagney.

      —¿Qué quieres, Cagney?

      —Una respuesta sencilla a una pregunta sencilla.

      —Pues dispara porque tengo cosas que hacer —mintió Jonas.

      —Muy bien —accedió Cagney esperando que Jonas la mirara a los ojos—. Si tanto odias Troublesome Gulch, ¿por qué has decidido donar tu dinero a nuestro hospital? Y, sobre todo, crear un ala de terapia artística. Me resulta bastante sorprendente.

      Qué bien lo conocía.

      Jonas decidió que no tenía por qué contestar a sus preguntas, así que pasó a su lado y abrió la puerta trasera de la limusina.

      —¿No tienes un conductor para que se ocupe de esas cosas? —se burló Cagney.

      Jonas tiró la corbata sobre el asiento trasero, se quitó la cazadora y la dejó caer también sobre el cuero. A continuación, se giró hacia Cagney. Lo desconcertó lo cerca que la tenía. Percibió el aroma de su piel, aquel olor a pino y a flores silvestres.

      —No soy partidario de que nadie me abra la puerta. No es necesario. Soy perfectamente capaz de abrirla yo solo.

      —Ya… ¿y entonces de qué te sirve la limusina? Se supone que todo va incluido en el mismo paquete, ¿no?

      Buena pregunta.

      Maldición.

      —Me pareció apropiado dadas las circunstancias —contestó Jonas.

      —Ah, las circunstancias —suspiró Cagney—. Eso me lleva a la pregunta que te he hecho y que no has contestado. ¿Por qué has donado todo ese dinero a este pueblo?

      «Por venganza».

      Ésa habría sido la verdadera respuesta.

      Lo había hecho para hacerla sufrir porque ella lo había hecho sufrir, pero, por supuesto, no se atrevía a decírselo, así que apartó la mirada.

      —Tal vez, lo he hecho creyendo que habrías seguido tu sueño, pero, por cómo vas vestida, veo que me he equivocado —contestó mirándola de arriba abajo.

      Cagney se sonrojó de pies a cabeza, como si la hubiera abofeteado. Al instante, Jonas se sintió mal. ¿Y por qué habría de sentirse mal? Aquella mujer le había destrozado la vida, así que tenía derecho a mostrarse cruel con ella.

      —Me lo podrías haber preguntado primero —le dijo encogiéndose de hombros—. Nunca me he movido de aquí y mi número está en el listín telefónico.

      —A lo mejor lo he hecho por ti, Cagney. ¿Se te había ocurrido esa posibilidad? Ya veo que ha sido un error porque parece que tú has tomado otro camino en la vida.

      —Estás intentando ofenderme con tus palabras, pero no creo lo que me estás diciendo —contestó Cagney.

      Jonas frunció el ceño.

      —¿Qué es lo que no crees?

      —No creo que fueras capaz de hacer algo como esto… —contestó Cagney señalando el hospital— este ala de terapia artística… por mí.

      —¿Por qué no? ¿Al final terminaste odiándome, tal y como quería tu padre?

      —Es evidente que uno de los dos ha aprendido a odiar, pero has sido tú —contestó Cagney.

      Jonas sabía que era cierto, así que no se molestó en negarlo en voz alta.

      —No me creo que hayas querido hacer algo tan increíble por mí porque no volviste a hablarme, jamás me dejaste que te explicara lo que sucedió —insistió Cagney.

      —Eso fue lo que tú elegiste.

      —No —contestó Cagney poniéndose nerviosa—. Te cambiaste de universidad, Jonas. Después de lo que nos había costado conseguir ir a la misma, renunciaste a la beca que te habían concedido y desapareciste. No le dijiste a nadie dónde estabas. Perdóname que te diga, pero es evidente que el que elegiste fuiste tú.

      Jonas sintió que la rabia se apoderaba de él. ¿Ahora resultaba que el culpable era él?

      —¿Para qué iba a llamarte después de lo que sucedió? ¿Por qué iba a seguir adelante con nuestros planes cuando era evidente que tú no sentías nada por mí?

      —¿Cómo que no? —se defendió Cagney—. Nunca me diste la oportunidad de hablar de mis sentimientos. Te fuiste. Huiste y no volví a saber de ti. En cuanto las cosas se pusieron feas, te fuiste sin decirme nada.

      —Eso no es verdad.

      —¿Ah, no?

      Jonas se quedó en silencio

      —Me tengo que ir —anunció.

      Estaba muy enfadado.

      —¿Huyendo de nuevo? —lo increpó Cagney.

      —No te pases —le advirtió Jonas.

      Cagney se acercó a él y lo agarró del antebrazo. Era evidente que no estaba en absoluto intimidada por su enfado.

      —No he terminado.

      —Pues vete haciéndolo —contestó Jonas zafándose de su mano.

      —No fuiste a verme al hospital después del accidente que tuvimos la noche del baile de fin de curso —le recordó Cagney—. ¿Por qué?

      Jonas no desvió la mirada, pero le costó mantenerla. Lo cierto era que no se había enterado del accidente hasta dos años después de que se hubiera producido. Cuando había leído la noticia en un resumen sobre muertes adolescentes al volante, no había respirando hasta que no había leído que Cagney había sobrevivido y, entonces, se había echado a llorar y se había odiado por ello.

      —Está bien, no hace falta que me contestes —dijo Cagney con lágrimas en los ojos—. Ya no importa. Lo cierto es que te fuiste cuando más te necesitaba. Evidentemente, nuestro amor no era de verdad.

      —Mira quién fue a hablar.

      Cagney se quedó de piedra ante aquella contestación, pero consiguió recuperarse rápidamente.

      —¿Lo ves? ¿Cómo voy a creer que vas a aparecer de repente para hacer realidad un sueño que yo abandoné hace más de diez años?

      ¿Hacía más de diez años que no pintaba? Jonas suponía que aquello le tendría que haber dado una gran satisfacción, pero, por alguna extraña motivo, no fue así. Así que Cagney había abandonado aquel don divino que tenía y había dejado de crear. Una lástima, una verdadera lástima, pero Jonas se dijo que aquella mujer no merecía su compasión.

      —Aquella noche me quedó todo muy claro.

      —¿Ah, sí? ¿Después de haber hablado con