—contestó, aunque lo cierto era que lo que le había dicho el padre de Cagney le había afectado mucho.
—¿Y ya está? ¿Te fuiste por lo que te había dicho mi padre y por lo que creías que yo había hecho? —se lamentó Cagney—. ¿Te fuiste sin hablar conmigo? Jonas, me dijiste que me querrías siempre.
—Yo…
Jonas sintió que se le revolvía el estómago. Lo cierto era que la rabia no le había permitido nunca ver lo sucedido desde la perspectiva de Cagney. Era cierto que la había querido, más que a su vida, pero eso ya no importaba y no iba a permitir que Cagney lo manipulara y lo hiciera quedar como el malo de la película.
—Hablar contigo no me habría servido de nada, habría sido una pérdida de tiempo —le dijo fijándose en su uniforme de nuevo—. Déjalo. Todo eso es agua pasada, Cagney. Entre nosotros ya no hay nada.
—Claro que no hay nada, pero yo creo que deberíamos cerrar lo que no cerramos hace muchos años.
—No hace falta —contestó Jonas sacudiendo la cabeza disgustado, metiéndose en la limusina e intentando cerrar la puerta.
Pero Cagney se lo impidió.
—Huye si es lo que necesitas hacer, pero quiero que sepas que estás equivocado. Estás equivocado sobre mí y sobre lo que sucedió aquella noche y sobre muchas otras cosas, y todo esto me pone… triste.
Aquello tomó a Jonas por sorpresa. ¿Así que ahora resultaba que él estaba equivocado y que ella se entristecía? ¿Y qué pasaba con su dolor? ¿Qué pasaba con su corazón roto? Jonas sintió que el cuerpo se le revolvía y se apresuró a recurrir a aquella amargura ciega que lo había guiado durante tantos años.
—¿Y qué tal te lo pasaste en la fiesta con Tad? —le espetó.
Aquella pregunta hizo que Cagney hiciera una mueca de dolor y lo mirara como si ya no lo conociera.
—Por Dios, Jonas, Tad está muerto y con él murieron tres de mis mejores amigos. No me puedo creer lo que me acabas de decir.
Jonas apretó los puños y se maldijo a sí mismo en silencio. Por supuesto, sabía que los cuatro habían muerto y se dio cuenta de que jamás debería haber hecho referencia a ello. Debería pedirle perdón inmediatamente, pero no fue capaz de hacerlo.
—Mira, creía que íbamos a poder hablar sobre lo que ocurrió, pero es evidente que no quieres escucharme, así que no merece la pena hablar sobre el pasado. Sin embargo, me gustaría que te quedara clara una cosa sobre el futuro —le dijo Cagney—. Si has donado ese dinero al hospital en un intento inexplicable de hacerme daño, has tirado el dinero —añadió sonriendo con tristeza—. Bueno, ahora que lo pienso, no es cierto. Hay un montón de chicos a los que les va venir muy bien poder hacer terapia artística, hay mucha gente que se va a beneficiar de lo que has hecho. Siento mucho que ésa no fuera tu intención.
Jonas sintió que perdía pie. ¿Cómo demonios se le había dado la vuelta su plan de venganza?
—No tienes ni idea de cuál era mi intención y te recuerdo que yo fui uno de esos chicos necesitados, que este pueblo y tu padre me destrozaron la vida, pero creo que es mejor que no hable mal de ese canalla ahora que juegas en su equipo.
Cagney lo miró avergonzada, pero se recuperó rápidamente.
—Está bien, soy policía y no te gusta. Peor para ti. Además, no eres el único —admitió—. ¿Y qué tal vas con tus poesías, Jonas? —lo desafió.
Aquella pregunta lo hirió de lleno. Lo cierto era que no había vuelto a escribir. Llevaba doce años sin escribir.
—¿Cuánto tardaste en traicionarte a ti misma, Cagney? —se defendió Jonas a la desesperada—. ¿Cuánto tiempo tardó tu padre en hacerte claudicar, en conseguir que renunciaras a tus sueños y te colgaras una pistola del cinturón?
—Ya basta —le advirtió Cagney mirándolo con frialdad.
Pero Jonas la ignoró.
—Claro que, a lo mejor, todo lo que hablamos y lo que soñamos era también mentira y puede que incluso nunca quisieras ser artista. A lo mejor, nuestra relación era mentira desde el principio y siempre fuiste la hija de tu padre. A lo mejor es que lo único que buscabas estando conmigo era un poco de emoción y una razón para desafiar a tu padre.
Cagney se apartó de la puerta como si le hubiera dado una descarga eléctrica y lo miró asustada, con lágrimas en los ojos.
—Oh, Dios mío. Ahora entiendo. No me lo puedo creer.
—¿Qué es lo que no te puedes creer? —le espetó Jonas cada vez más enfadado porque lo cierto era que no podía soportar verla llorar.
—Me odias —murmuró Cagney con voz trémula—. Jamás me lo hubiera imaginado, pero es eso. Me odias.
La angustia que percibió en su voz lo destrozó. Aquello no podía estar sucediendo. Se suponía que las cosas tendrían que haber salido de otra manera. Jonas intentó recordar los doce años que había pasado preparando aquel momento, intentando buscar algo a lo que aferrarse.
El rencor, el rencor siempre le había ido bien.
—Dilo —insistió Cagney—. Ten el valor de decirlo. Me odias, ¿verdad?
Odiar implicaba pasión y la pasión estaba demasiado cerca del amor. Jonas no quería plantearse todas aquellas cosas y, menos, delante de Cagney, así que hizo lo único que podía hacer en aquellos momentos, retirarse.
—No —contestó—. Es mucho peor que eso, agente Bishop. Simplemente, no me importas lo más mínimo —mintió.
Y, dicho aquello, cerró la puerta. Desesperado por escapar de allí, le indicó a su conductor, Leon, que pusiera el vehículo en marcha.
—Eres igual que él —escuchó que Cagney le decía desde fuera—. Y lo peor es que no te das cuenta. Dios mío, Jonas, le has dejado ganar.
Jonas sintió un escalofrío por todo el cuerpo mientras todo aquello en lo que había basado su vida de adulto se desintegraba ante sus ojos. Quería escapar de aquel desastre, necesitaba alejarse de Cagney.
¿Acaso se habría equivocado con ella y con lo que había sucedido? No, claro que no. No debía ni planteárselo.
El conductor puso el motor en marcha y Cagney se quedó allí de pie, mirando la limusina. Jonas sabía que no podía verlo porque los cristales estaban ahumados, pero aun así, Cagney no dejó de mirar hacia la ventana.
Desde dentro, Jonas vio cómo una lágrima le resbalaba por la mejilla. Sin embargo, Cagney permaneció en silencio, estoica, sin molestarse en limpiarse el rostro.
«Yo no soy como ese canalla», pensó Jonas apretando los dientes.
No obstante, sabía que se había convertido en una mala persona y aquello lo destrozó. Aturdido, apoyó la palma de la mano en el cristal de la ventara y dejó que lo invadiera la pena por todo lo que habían perdido.
Doce años atrás se había metido en una trampa de culpa y rabia en la que había estado encerrado todo aquel tiempo. Ahora, se daba cuenta de que ya no quedaba nada bueno en su interior y de que, además, había perdido a Cagney.
El sargento Bishop estaría encantado.
—No te odio —murmuró Jonas mientras la única mujer a la que había amado en su vida se perdía en la distancia—, pero ya no hay nada que hacer.
Capítulo 3
TRAS una reunión de emergencia con Lexy, Erin y Faith en la que se tomaron dos pizzas familiares, una caja de bombones Godiva y tres botellas de vino, Cagney consiguió sobreponerse y dos días después del encuentro con Jonas había vuelto a ser ella misma y a pensar con claridad.
Si Jonas creía que se iba a esconder para lamerse sus heridas después