la policía. Nosotros no tenemos ninguno y es una vergüenza. El cumplimiento de la ley no tiene por qué conseguirse siempre a través del castigo.
—Es cierto —murmuró Hennessy.
—En cuanto al tema económico…
—Por eso no hay problema —intervino Jonas—. Yo pagaré el centro.
Cagney inclinó la cabeza.
—Muy bien, entonces lo único que nos falta es involucrar a la comunidad en el proyecto. Estoy dispuesta a hablar con los dueños de las tiendas y de las empresas para que nos donen el material necesario para la reforma. Así, el ayuntamiento y nuestro benefactor se ahorrarán algo —discurrió Cagney—. Aunque no sea necesario —añadió mirando a Jonas—. Tengo experiencia en reformas y creo que es muy importante involucrar a los habitantes de Troublesome Gulch todo lo posible.
—Un momento —ladró su padre acallando los murmullos de excitación de los demás—. Agente Bishop, esto es una insubordinación por su parte. No tendría que haber interrumpido nuestra reunión, a la que no estaba invitada, y no puede usted cambiar el lugar al que está asignada como agente de policía así como así.
—Por favor, deja de comportarte como un negrero —lo increpó el alcalde—. Todos sabemos que es tu hija y tu empleada, pero tiene treinta años, ¿no, Cagney?
—Sí.
—Además, la oferta que nos está haciendo es realmente generosa. Está dispuesta a hacer un sacrificio profesional muy grande. No hay razón para acusarla de insubordinación. Tu hija lo único que está haciendo es hacer gala de un espíritu comunitario digno de admiración. Deberías estar orgulloso de ella.
—Le deberíamos dar una medalla —añadió Hennessy.
—Además, el presupuesto de la policía se aumentó a principios de año para que pudieras contratar a otros cinco agentes, así que seguro que podrás prescindir de una de ellos por esta causa tan maravillosa —le dijo uno de los concejales más respetados de la ciudad—. ¿Por qué no tenemos ningún proyecto comunitario en el que participa la policía, Bill? —quiso saber.
Todos los presentes permanecieron en silencio.
El jefe de policía ni se molestó en contestar a la pregunta.
—Está bien, adelante con el centro juvenil, pero yo me encargo de decidir quién será el agente que lo vigile —accedió haciendo un gran esfuerzo por ocultar la rabia que sentía.
—No, eso es inaceptable —le dijo Cagney.
—¿Cómo? —se indignó su padre.
—Si voy a ceder una parte de mi propiedad para este proyecto, quiero ser yo la agente de policía asignada al centro. Estoy seguro de que lo comprenden.
—Lo comprendemos perfectamente. Me parece una idea maravillosa y apruebo la propuesta —contestó el alcalde.
—Cuenta también con mi aprobación —añadió Hennessy mirando al jefe de policía con una ceja enarcada.
Cagney tuvo que hacer un gran esfuerzo para no estallar en carcajadas y comenzar a pegar brincos de alegría. El alcalde, los concejales y todo el pleno del ayuntamiento estaban de su parte. Ver a su padre acorralado le producía un gran placer.
El sargento no podía oponerse a su solución, que era casi perfecta, sin poner de manifiesto que era un hombre dictatorial e irracional y, como tenía que seguir manteniendo las apariencias delante de los demás, iba a tener que ceder.
¡Qué gran momento!
—Está bien —accedió por fin—. Apruebo la propuesta, aunque no me parece adecuada.
—Gracias —contestó Cagney mirando a Jonas—. ¿Qué me dice, señor Eberhardt?
—Por favor, llámame Jonas —contestó el aludido en tono serio.
—Jonas, ¿crees que el espacio que yo tengo servirá para el centro que quieres construir?
Jonas se debía de estar preguntando por qué demonios Cagney se había metido en todo aquello, pero también tenía que mantener las apariencias.
—Yo creo que, si el ayuntamiento nos ha dado su permiso, deberíamos seguir adelante con el proyecto. Gracias.
—¿Te encargas tú de los permisos necesarios o quieres que lo haga yo? —le preguntó haciéndose la inocente y dejándole la parte administrativa, que la aburría sobremanera.
—Ya me encargo yo —contestó Jonas.
—No se preocupen, las licencias y los permisos de este proyecto tienen prioridad absoluta —les aseguró el alcalde.
—Gracias —contestó Cagney—. Se me acaba de ocurrir otra idea maravillosa. ¿Por qué no me ayudas con las obras de reforma, Jonas? —le propuso regalándole una maravillosa sonrisa—. Al fin y al cabo, es tu proyecto.
—Sí, pero es tu casa.
—Insisto. Me gustaría que todo estuviera exactamente como tú quieras. Me pongo a tus órdenes.
—No me parece buena idea —intervino el jefe de policía.
—¿Por que no? —le preguntó Hennessy.
Jonas se giró hacia él y Cagney se dio cuenta de que acababa de cambiar de opinión.
—¿Por qué no? Yo voy a poner el dinero que falte después de las donaciones de los demás, así que, ¿por qué no es buena idea?
¡Atrapado de nuevo!
Cagney se dio cuenta de que, enfrentando a aquellos dos hombres, la que ganaba era ella.
—¿Eso significa que puedo contar contigo? —le preguntó a Jonas.
Jonas la miró comprendiendo lo que acababa de hacer y asintió.
—Sí, cuenta conmigo. Me tengo que quedar por aquí hasta que esté terminada el ala del hospital, así que tengo tiempo de sobra.
—Entonces, todo arreglado —sonrió el alcalde—. A los del periódico les va a encantar esta historia —añadió pensativo—. Por cierto, ¿vosotros dos no ibais al mismo colegio?
—Sí —contestó Cagney—. Nos graduamos el mismo año y, de hecho, éramos amigos, ¿verdad, Jonas?
—Sí —contestó Jonas con prudencia.
—Lo que pasa es que hemos perdido el contacto con los años —añadió Cagney.
—Genial —sonrió el alcalde—. Voy a hacer un comunicado de prensa ahora mismo. Esta historia es realmente conmovedora, es fantástica, espléndida —se emocionó mientras los demás miembros del pleno asentían igualmente emocionados—. Cuánto me alegro, Cagney, de que hayas entrado en la reunión.
—Yo también —contestó Cagney sinceramente—. Bueno —añadió mirando a Jonas—, si tienes tiempo, nos tomamos un café en el Pinecone y vamos hablando del tema. Cuanto antes comencemos, mejor, ¿no te parece?
Capítulo 4
JONAS llegó al Pinecone antes que ella, se sentó en una mesa del fondo, pidió café para los dos y esperó.
Aquel lugar no había cambiado absolutamente nada en doce años, lo que le gustaba. Seguía oliendo a café, a tortitas y a pechuga de pollo a la parrilla.
No se podía creer que hubiera aceptado trabajar tan cerca de Cagney durante meses. Le podría haber entregado el proyecto del centro juvenil, haber contratado una cuadrilla para la reforma pagándola él y punto, pero no, no había podido dejar pasar la oportunidad de hacer enfurecer a su padre.
Qué idiotez.
Claro que había sido una delicia ver cómo Cagney se enfrentaba a él con elegancia y firmeza.