Claudia Liliana Perlo

Hacer ciencia en el siglo XXI


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necesidad de esta travesía, surge de los interrogantes sin respuesta que hemos encontrado a la manera tradicional de investigar y que desplegaremos en las próximas páginas.

      Proponemos un viaje de recursividad, un retorno espiralado al río de Heráclito.

      Navegar por este río, a diferencia de correr por la autopista, requiere “Atención antes que eficiencia, fluir suave antes que velocidad” (Kazuaki, 1990: 198)

      Con este trabajo esperamos contribuir a la indispensable transformación que hoy requiere nuestra labor científica, deseamos que esta escritura sirva de puente y facilite el pasaje.

      Finalmente y a riesgo de ser osada, tengo el deseo profundo de que este viaje sea útil para vivir, tal como a mí me ha sucedido.

      2. Refiere a el tema musical “El tiempo es veloz” de David Lebon, interpretado por Mercedes Sosa, cantante popular argentina.

      3. Retomaremos más adelante de manera “rigurosa” esta clasificación de las “propie-dades materiales de los conocimientos científicos”.

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      Ciencia es el arte de crear ilusiones convenientes, que el necio acepta o disputa, pero de cuyo ingenio goza el estudioso, sin cegarse ante el hecho de que tales ilusiones son otros tantos velos para ocultar las profundas tinieblas de lo insondable.

      Carl Gustav Jung

      Porque nos seduce lo insondable y nos aburre lo conveniente, es que en este apartado queremos compartir con el lector, preguntas que ya hace varios años inquietan nuestra tarea de investigación.

      ¿A qué se llama ciencia en el siglo XXI?

      ¿Para qué se investiga y cómo se involucran los investigadores con lo investigado?

      ¿Cómo se producen estos conocimientos? ¿Quiénes y cómo los validan?

      ¿En qué medida los nuevos descubrimientos ontológicos y epistemológicos del siglo XX han penetrado en la práctica de la investigación científica actual?

      ¿Qué conocimientos generados por la humanidad quedan por fuera del marco científico acreditado?

      ¿Qué relación guardan los conocimientos científicos con otros saberes que la humanidad produce fuera de este ámbito?

      ¿Quiénes y cómo se validan esos “otros” saberes?

      ¿Qué entendemos nosotros por ciencia en el siglo XXI?

      ¿En qué medida deberíamos preocuparnos por la cientificidad de los conocimientos producidos, cuando en algunos casos, otros saberes sociales también resultan igualmente válidos para comprender y transformar nuestro vivir?

      Y más aún de manera arriesgada, me pregunto junto a mi amigo Jorge, ¿Y si este mundo no fuera para ser explicado sino para ser sentido y vivido? ¿Cuál sería la forma de entrar allí?

      ¿Cuál es el rumbo a tomar para quienes deseamos explorar con una cabeza que siente y un corazón que piensa en el siglo XXI?

      Somos conscientes de la incomodidad que pueden generar estas preguntas, también somos conscientes de la ineludible responsabilidad de no esquivarlas, a pesar de que nos lleven por caminos inseguros, inciertos, resbaladizos y hacia respuestas que quizás no queramos oír. Así y todo creo que debemos sumergirnos en ellas y abordarlas.

      No tenemos respuestas claras y precisas, por ello lo que sigue, son más presunciones y anhelos de cambio.

      El solo hecho de formularse estas preguntas evidencia que quien las formula, ha despertado o está desperezándose y se encuentra epistemológicamente situado fuera del paradigma tradicional. Desde una mirada tradicional positivista hay una perspectiva unívoca de la realidad y del hacer ciencia, que parte de suponer una realidad dada, objetiva, preexistente. En este sentido hacer ciencia supone observar, decodificar, comprobar y medir.

      En los siglos XVI y XVII la visión medieval del mundo, basada en la filosofía aristotélica y la teología cristiana, cambió radicalmente. La noción de un universo orgánico, viviente y espiritual fue reemplazada por la del mundo como máquina y esta se convirtió en la metáfora dominante de la era moderna. (Capra, 1996:39)

      Descartes fue el gran diseñador de esta nueva manera de conocer que generó dos mundos separados e independientes, el de la mente y el de la materia. Este paradigma luego fue completado y reforzado por el modelo mecanicista de Newton.

      Desde nuestra perspectiva, esto es lo que predominantemente se entiende por ciencia hoy y es avalado en las instituciones académicas. La misma ciencia que permitió entrar en la modernidad, para expandirse y profundizar el desarrollo tecnológico innegable y relevante que tuvo la sociedad occidental, al mismo tiempo negó y destruyó física o ideológicamente toda otra forma de pensamiento y de relación con la realidad que no aceptara las premisas científicas establecidas por el racionalismo hegemónico. Históricamente siempre existieron disidentes, la desobediencia académica, considerada herejía (al mejor estilo medieval) fue duramente castigada, significaba el descrédito y el alejamiento de los círculos académicos y la sospecha de irracionalidad. Muchos ejemplos podríamos citar de la historia, uno significativo para mí lo es la ruptura entre Freud y Jung. Freud considerado el padre del psicoanálisis, expresa a su discípulo la intención de que éste continúe su legado, declarándolo su hijo intelectual. Freud sostenía vehementemente que la causa de la neurosis tenía un exclusivo origen en la represión sexual, que habitaba en el inconsciente individual. Jung, encontró estrecha su mirada, considerando que el alíbido no es solo sexual, ni individual, creía que dicha concepción reducía la dimensión humana. Vislumbraba un inconsciente que iba mucho más allá de lo biográfico o personal. Estudió los símbolos, arquetipos, mitología y tradiciones místicas que lo condujeron a concebir el inconsciente colectivo. Tampoco presentó repulsión por el mundo del espíritu, la magia, la cábala y la alquimia, en los que profundizó durante su estado considerado de “demencia”, luego de la ruptura con su maestro.

      No pocos fueron los enfrentamientos y discusiones que Jung tuvo con Freud, ante lo que éste último consideraba tanta supertichería, que terminó con el castigo del hijo rebelde, fue apartado. Así lo expresó Freud en una carta a su discípulo desviado:

      ...En consecuencia, propongo que abandonemos nuestra amistad enteramente, no pierdo nada con ello pues mí único vínculo emocional con Ud., ha sido durante un largo tiempo, un delgado hilo, debido al prolongado efecto de pasados desacuerdos. Freud, Viena, Enero de 1913. (Grimaldi:2012)

      En la actualidad existe una creciente revalorización de la teoría junguiniana, convergente con una fuerte búsqueda del sentido de la vida y un sutil y progresivo acercamiento entre los mundos que hasta ahora aparecían escindidos: materia y mente, cuerpo y emoción, lo natural y lo social, oriente y occidente. Asimismo consecuentemente con la sanción recibida, esta revalorización aparece en primer lugar en el seno de la práctica social psicoterapéutica y de la sociedad en general, antes que en el espacio paradójicamente creado para la generación de conocimientos: la academia y su espacio institucional, la universidad.

      De manera muy similar, fue tomada como alocada la idea de