Miranda Lee

En la noche de bodas


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–repitió Fiona lamentándose.

      –¿Cómo iba yo a saber que tú habías estado casada con su maldito hijo? Es más, cuando le di a la señora tu nombre completo, ni siquiera reaccionó. ¡Es como si no te hubiese reconocido!

      –No, no me ha reconocido –dijo Fiona pensativa–. Por aquel entonces la gente me llamaba Noni. Y mi apellido era Stillman. Fiona Kirby no significa nada para ella.

      –¿Tu nombre de soltera no es Kirby?

      –No, es el de mi segundo marido.

      –¡Tu segundo marido! Pero bueno, te conozco desde hace seis años y a pesar de que tienes mas admiradores que yo pajaritas, nunca te has acercado al altar. ¡Además sólo tienes veintiocho años! Ahora descubro que has tenido dos maridos y que el primero pertenece a una de las familias más ricas de Australia. ¿Y el otro quién es? ¿Un famoso cirujano? ¿Una estrella del pop?

      –No, un camionero.

      –¡Un camionero! –repitió incrédulo.

      –Se llama Kevin. Vive en Leppington. Simpático. Créeme, le hice un gran favor cuando me divorcié.

      –¿Y Philip Forsythe? ¿También es simpático?

      –Sí, muy simpático –ella nunca había sentido rencor hacia Philip. Ni hacia su padre, que era muy amable. Era a su madre a la que aborrecía, siempre había despreciado a Noni y nunca dio una oportunidad a su matrimonio con Philip.

      –¿Imagino que también le hiciste un favor a Philip Forsythe cuando os divorciasteis?

      –Muy agudo, Owen. Eso es exactamente lo que hice –dijo ella.

      –Así es, Owen, yo no soy una buena esposa. Me gusta demasiado vivir mi propia vida. Y no me gustaría perder este encargo tan importante. ¿Estás seguro de que no puedes convencer a la señora Forsythe de que lo haces tú? Podemos decirle que yo estoy enferma.

      –Fiona, yo no voy a mentir –dijo Owen dando un suspiro–. Luego siempre sale mal. Además, por el tono de su voz, sé que ella quiere que tú organices la boda, y nadie más.

      –Es una lástima –masculló Fiona.

      –¿Qué has dicho?

      –Que es una lástima. Esta boda es muy importante para nosotros, no sólo por el dinero, sino también por la publicidad –dijo frunciendo el ceño y mordiéndose el labio inferior–. Me pregunto si…

      Owen intentó no asustarse cuando vio que los grandes ojos marrones de su socia empequeñecían. Conocía esa mirada de obstinación. Cuando a Fiona se le metía algo en la cabeza, no había nada que se interpusiera en su camino. Normalmente, a Owen no le preocupaba la personalidad obsesiva de Fiona. Era buena para el negocio. Conseguía las cosas.

      Pero en esa ocasión temía que más que conseguir las cosas, las estropearía.

      –¡Ah, no, ni se te ocurra! –dijo él saltando de la silla y señalando a Fiona con el dedo–, ¡Ni lo pienses!

      –¿Que no piense qué?

      –En intentar engañar a Kathryn Forsythe. Ya te imagino con gafas y una peluca rubia, hablando con acento exagerado y rezando para que tu suegra no te reconozca.

      –Pero no me reconocerá, Owen –dijo Fiona convencida–. Y no tendré que cambiar mi aspecto ni un poquito. Cuando la madre de Philip me conoció hace diez años, yo era rubia. Tenía el pelo rizado y teñido de un color espantoso. Llevaba más maquillaje que un payaso, pesaba veinte libras más y vestía como si trabajase en un salón de masajes. No podía llevar tops más apretados ni faldas más cortas.

      Owen no podía dejar de mirar la melena negra y lisa que rodeaba la cara de su socia, ni a su esbelta figura que siempre adornaba con un discreto traje de moda.

      Desde que él la conocía, Fiona siempre había vestido con clase y elegancia. El aspecto que ella acababa de describir no concordaba con la mujer actual. Owen no podía imaginársela como una rubia devastadora.

      Y si así era, ¿por qué Philip Forsythe se habría casado con esa criatura? Él no lo conocía personalmente, pero los hijos de una familia tan especial sólo podían casarse con mujeres encantadoras que parecían modelos, o con las hijas de otras familias igual de adineradas.

      A menos que, fuera por sexo.

      Tenía que admitir que Fiona emanaba un fuerte atractivo sexual, que incluso a veces él sentía. Y ella no era su tipo. Le gustaban las mujeres mayores que reían mucho, jugaban al Scrabble y cocinaban para él. Nunca se fijó en una mujer menor de cuarenta años.

      Fiona volvía locos a la mayoría de los hombres. Una vez que se acostaban con ella, los castigaba duramente. Tenía grandes problemas para librarse de ellos cuando se cansaba.

      Y al final, siempre se cansaba de ellos.

      Owen opinaba que ella era un poco cruel con el sexo masculino, a pesar de que Fiona nunca había prometido fidelidad y de que no comprendía por qué se empeñaban en una mayor implicación de la que ella ofrecía. Quizá, el misterio de esa crueldad estaba en el matrimonio con esos dos hombres supuestamente simpáticos.

      –Y con respecto al acento exagerado –dijo Fiona–, no necesito fingirlo. Ahora hablo de una manera muy distinta. Créeme. Por aquella época hablaba como Cocodrilo Dundee . No, Owen, la señora Forsythe no me reconocerá. Y el señor Forsythe no tendrá la oportunidad, murió hace un par de años.

      –¿Sí? No lo sabía.

      –De cáncer –lo informó Fiona–. La prensa no le dio mucha importancia. El funeral fue privado.

      Sólo publicaron una foto en la que salía Kathryn subiendo a un gran coche negro cuando terminó el funeral. De Philip, ninguna.

      Philip no era como su madre, ni como el resto de los Forsythe. Evitaba a la prensa y la publicidad. Fiona no lo había visto nunca, ni en la televisión, ni en los periódicos, en los últimos diez años.

      –¿Y cómo era? –preguntó Owen.

      –¿Qué? ¿Quién?

      –El padre del novio –contestó Owen.

      –Pues… muy simpático.

      –¡Por favor, Fiona! Parece que tu pasado está lleno de hombres simpáticos. ¿Entonces, por qué en el fondo odias a los hombres?

      Fiona se quedó paralizada, después se defendió:

      –Eso es un poco fuerte, Owen, y no del todo cierto. A ti te quiero, y eres un hombre.

      –No estoy hablando de mí, Fiona. Me refiero a los hombres con los que has salido y de los que después te has apartado sin mirar atrás. Ellos creían que te importaban, pero la verdad es que sólo los utilizaste. Eso no está bien, y lo sabes.

      –Siento que pienses eso, Owen, pero todos ellos sabían lo que había. Además dudo que de verdad me quisieran. Los molestaba que hubiera herido su ego, pero en seguida se liaban con otra mujer. Ahora, volvamos al tema inicial: que Kathryn Forsythe no me reconocerá. Puede que Philip sea el único que lo haga. Y ya te digo, puede. Además, es la madre la que nos preocupa ¿no? Es a ella a la que yo voy a ver. Créeme cuando te digo que ella no me conocerá.

      Owen miró a su socia y amiga y sintió lástima por ella. Detrás de esa amargura autodestructiva, había una persona auténtica, decente, amable, muy trabajadora y generosa; que se preocupaba por sus clientes, se acordaba de los cumpleaños de todos los de la oficina, y nunca pasaba de largo frente a una de esas personas que vendían bolígrafos y medallas inútiles en la calle, sino que se detenía con una amplia sonrisa y les daba un donativo.

      Quién sabe qué le ocurriría durante esos dos matrimonios para que tuviera esa actitud dura hacia los hombres; no era dura con ningún otro aspecto de su vida. Decidida, sí. Y ambiciosa. Pero eso era distinto. Eso era el negocio.

      Lo que le recordaba