Miranda Lee

En la noche de bodas


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ha cambiado. Sigue siendo una esnob. Y si alguna vez descubre quién eres, te odiará a muerte y se pondrá muy furiosa. Te lo aseguro. Así que cariño, pide disculpas y ¡sal ahora mismo de Manderley!».

      –Y usted debe ser la señora Forsythe –contestó Fiona de forma educada. Una manera de hablar completamente distinta a la que antes acostumbraba, llena de argot y malas palabras.

      –No, cariño. Llámame Kathryn –dijo dándole un pequeño abrazo.

      Fiona se quedó helada. La Kathryn Forsythe de hacía diez años nunca hubiera hecho eso. Ni siquiera con sus parientes o amigos. La madre de Philip era una mujer reservada y distante que sentía aversión hacia el contacto físico.

      –Después de todo –continuó Kathryn–, vamos a pasar mucho tiempo juntas durante las próximas semanas, ¿no?

      Fiona debía de haber dejado las cosas claras, pero dudó demasiado y perdió la oportunidad.

      –¿Cómo te fue ayer en la boda, cariño? –le preguntó Kathryn mientras se dirigían hacia la casa–. Hizo un tiempo estupendo, teniendo en cuenta que es agosto.

      –Todo salió bien –contestó Fiona con sinceridad e intentó pensar cómo salir de esa situación cada vez más comprometedora.

      –Supongo que todo lo que haces sale bien. Me ha impresionado tu aspecto y lo puntual que has sido. Hoy en día hay mucha gente a la que no le importa llegar tarde a una cita ni el aspecto con el que acuden a ella. Siempre he creído que la ropa dice mucho de un hombre y sobre todo de una mujer. Tú y yo nos vamos a llevar muy bien, cariño.

      «Eso suena más como la Kathryn de antes», pensó Fiona.

      En realidad, ella también opinaba lo mismo. No soportaba a la gente que llegaba tarde a las citas de negocios y no le gustaba la gente desaliñada. Se había dado cuenta de que la gente que no se preocupaba por su aspecto no solía hacer bien su trabajo.

      ¿Eso significa que juzgas a un libro por su portada, cariño?, le dijo una vocecita interior.

      El ruido de un coche que circulaba por el camino de entrada la distrajo de sus pensamientos.

      –Debe de ser mi hijo –dijo Kathryn cuando se acercó un Jaguar negro con cristales polarizados. Aparcó al lado del Audi de Fiona.

      Ella sintió pánico y se puso otra vez las gafas de sol deseando que Philip no la reconociese.

      –Creí que habías dicho que Phi… tu hijo… no podía venir hoy –dijo Fiona un poco tensa.

      Kathryn no se dio cuenta de su nerviosismo.

      –Llamó hace un rato desde el móvil y me dijo que Corinne, su prometida, se había levantado con migraña y que no quería asistir a la comida que tenían en un crucero por el puerto. A él no le apetecía ir solo, así que al final ha decidido venir a comer a casa. Colgó antes de que pudiera recordarle que tú estarías aquí también.

      Fiona miró al coche. Debido a los cristales polarizados, no podía ver al conductor. Pasaron unos segundos hasta que Philip salió y ella se dio cuenta de que estaba esperando ansiosa a que se abriera la puerta del conductor.

      Fiona comenzó a encontrarse mal. Había cometido un gran error al ir allí ese día. ¡Un terrible error!

      Al fin se abrió la puerta y Philip salió del coche, una vez fuera se volvió para mirarlas.

      ¿Se lo imaginaba, o Philip la estaba mirando?

      Seguro que no. Debía ser su imaginación. Él no podía reconocerla, y menos con las gafas de sol puestas.

      Estaba paranoica. Él también llevaba gafas de sol. Era imposible saber hacía dónde dirigía su mirada, o cuál era la expresión de su cara.

      En el momento que rodeó el coche y se dirigió hacia ellas, Fiona comenzó a mirarlo ávidamente, de la misma manera en que lo hizo el primer día que él entró en Gino’s Fish and Chips, diez años antes.

      Iba vestido con unos vaqueros y un jersey gris. Nada elegante, sólo llevaba ropa informal.

      Tenía que admitir que Philip, el hombre, era aún más espectacular que Philip, el joven. Se cumplía la promesa de la perfección. Su cuerpo desgarbado había tomado forma. Ya no tenía cara de niño sino un rostro maduro tirando a clásico y llevaba el cabello castaño perfectamente acicalado.

      A los veinte años, Philip era muy atractivo. A los treinta, realmente peligroso.

      Kathryn soltó el brazo de Fiona y se acercó a Philip para darle un abrazo.

      –Me alegro de verte, hijo. Espero que no hayas conducido muy rápido.

      –Nunca conduzco muy rápido, querida madre. No puedo permitirme manchar mi expediente.

      –Mi hijo es abogado –dijo su madre con orgullo mirando a Fiona.

      Philip también la miró y Fiona sintió una fuerte opresión en su pecho.

      –¿Y a quién tenemos aquí, madre? ¿No nos vas a presentar?

      A pesar de que Fiona se había relajado un poco, sintió cierta desazón al darse cuenta de que ¡él no la había reconocido! No tenía por qué estar decepcionada. Pero, lo estaba. Él le dijo una vez que nunca la olvidaría, que la amaría el resto de su vida.

      Al parecer, el resto de su vida había caducado diez años después. Aunque en realidad empezó a agotarse desde el momento en que ella salió de su vida.

      –Es espantoso, Philip, cómo te olvidas de las cosas estos días –dijo su madre sin percatarse de la ironía que contenían sus palabras–. Fiona es la organizadora de bodas de Five–Star Weddings de la que te hablé el viernes. Estoy segura de que te comenté que hoy comía con ella. Fiona, este es Philip, el novio olvidadizo. Philip, esta es Fiona. Fiona Kirby, ¿verdad, cariño?

      –¿Cómo está señora Kirby?

      –Señorita.

      –Lo siento, señorita Kirby.

      –Oh, no la llames así, Philip, ya nos estamos tuteando, ¿verdad, cariño? Cómo le he dicho a ella, vamos a pasar mucho tiempo juntas, así que tenemos que ser amigas.

      Fiona quería gritar y salir huyendo. ¿Amigas? No sería capaz de ser amiga de Philip y de su madre, antes preferiría ser amiga de un par de asesinos.

      Por el momento, estaba atrapada. Owen la odiaría si despreciase a una familia tan influyente como los Forsythe y encima dañase la fama de Five–Star Weddings. Ella lo comprendía. Había sido idiota al ir allí en persona y arriesgarlo todo sólo por el maldito orgullo.

      –¿Ya has decidido que Five–Star Weddings organice la boda? –preguntó Philip a su madre con el ceño fruncido.

      –Sin duda. Desde el momento en que vi a Fiona, supe que ella era la persona adecuada para hacerlo.

      –¿Ah, sí? Qué interesante. De todos modos, a mí me gustaría saber qué idea tiene antes de tomar alguna decisión o de firmar algún contrato.

      –¡Abogados! –exclamó Kathryn–. Ven problemas en todo lo que hacen.

      –Nada de eso, simplemente no me gusta precipitarme, y menos en los negocios. El mundo está lleno de tramposos. No sé nada de Five–Star Weddings, sólo lo que tú me contaste por teléfono. Tampoco conozco a la señorita Kirby, sólo lo que veo aquí. Aunque por fuera sea muy atractiva, por dentro puede ser cualquiera.

      Fiona se quedó de piedra. Le daba igual lo que pensara Owen. Al diablo con todo. No permitiría que Philip la insultara de esa manera.

      Se quitó las gafas y lo miró con frialdad, al ver que él seguía sin reconocerla, se puso aún más furiosa.

      –Señor Forsythe, Five–Star Weddings tiene una reputación impecable –afirmó–, al igual que yo. ¿Me permite recordarle que fue su madre la que solicitó esta cita y no al revés? Sin embargo,