deudores.
La condición de deudor agradecido de Marcelo Miguel deja –en este libro– señales de los constructores de un saber mítico y etnográfico como lo testimonian las notas de pie de página y su gentileza, la de una bibliografía consignada al final de una novela, que, no obstante ese final de relato, deja abierta la inquietud del ser por un saber siempre incesante.
Celebremos, pues, el frescor de unas letras apasionantes, bajo la forma de VENUS MUJER: VIAJE A LOS ORÍGENES.
María Isabel Saavedra Usandivaras,
Chilecito, otoño de 2020
INTRODUCCIÓN
Un atardecer de verano hace 12.900 años AP,1 cerca de las cuevas de Tsodilo en el desierto de Kalahari, hoy Botsuana, un año antes de la gran explosión producida por el cometa Clovis.2
EL CHAMÁN Y SU CORAZÓN DE FUEGO
Vengo de los albores de la humanidad, de un tiempo primordial. Me llaman /Kal, sonoro como un chasquido de la lengua con los dientes, mi nombre hace mención de “la mujer que ve más allá”, nunca supe qué significaba hasta ese día que cambiaría todo.
Pertenezco al pueblo de //Kaiten,3 integrantes de la primera humanidad. Somos un pequeño grupo que vive en un espacio reducido, apenas para subsistir, y en que, según los relatos transmitidos de generación en generación, lenta pero implacablemente mermaba la cantidad de habitantes de la región, por eso cada niño de la aldea era cuidado como el mayor de los tesoros.
Con el tiempo nuestro ámbito para vivir y cazar se hizo todavía más reducido, casi a la mínima expresión para poder sobrevivir. A pesar de que el territorio era enorme, el resto era habitado y ocupado por nómades salvajes, sin ningún tipo de organización ni creencias, sin conexión espiritual con la naturaleza, haciendo cualquier cosa para subsistir, incluso matar por cobijo o comida. Había escasez de alimento y abrigo. Algunas manadas cerca de los abrevaderos, algunos pocos grupos de animales que quedaban dispersos en nuestro pequeño dominio. Lo que nos aglutinaba a los distintos pueblos en el tiempo era esa capacidad innata para sobrevivir muy arraigada en la comunidad y la firme esperanza que transmitían los relatos llenos de sabiduría y espiritualidad. Pero esa es otra historia.
Yo tenía mi mente ocupada en salir de caza con los guerreros, pensaba que esa era la ambición que le daba sentido a mi vida, hasta ese día. Nunca antes había participado en la caza del Eland,4 venado respetado por mi pueblo, tanto por su carne como por el misticismo que lo rodeaba. Esa jornada, los seguí desde el alba, me ubiqué entre los arbustos. Sabía que contaba con la complicidad de Kui!, mi hermano, con el cual compartíamos un don, habíamos nacido en un mismo tiempo, éramos dos caras de un único ser. Esto había sido un escándalo y un mal presagio en la aldea, nacer juntos y encima enredados, haciendo gritar y sufrir demasiado durante el parto a nuestra madre era algo inusual en la cotidianeidad de la comunidad. Esto, de acuerdo a las creencias, era un mal augurio, mi padre, a pesar de ser muy liberal respecto a las costumbres del pueblo, accedió al ritual de corte con obsidiana caliente, sacrificando uno de sus testículos para que esto no volviese a ocurrir5.
Mi hermano, mi alma gemela hecha hombre, siempre estaba atento protegiéndome; era como mi sombra que me seguía en silencio y no se desprendía jamás de mí, ni en los sueños más oscuros. Teníamos además otra particularidad, no solo éramos hermanos mellizos, sino que el parecido cuando éramos niños era tal que, si no fuese por pequeñas diferencias en la contextura, hubiésemos sido idénticos. Nacidos en un mismo momento, con dos caras de un mismo ser. Cuando pasó el tiempo Kui!, mi hermano, tenía un cuerpo mucho más masculino, pero sus órganos sexuales estaban como disminuidos y eran apenas notorios. Era un hombre diferente.6 Y eso a pesar de que yo tenía la seguridad de que Kui! lo presentía, estaba a punto de descubrir que era una persona muy especial.
Parecía que mi padre nunca hubiese existido, nadie lo nombraba, y yo no recordaba nada de él. Solo una vez de muy pequeña escuché que alguien explicaba a mi madre que él ya no estaba con nosotros, había pasado a otra dimensión de la naturaleza.
Mi mundo de relaciones cerraba con mi querida madre llena de cariño y afecto para todos, con mi sabia abuela y con mi fiel acompañante Umbwa,7 mi loba. Siempre atenta y alerta a todo lo que me sucedía, con sus orejas de puntas redondeadas levantadas al cielo. Era muy rápida casi galopaba bajo sus piernas largas, haciendo timón con su cola más bien corta y curva, para cambiar de dirección y no perder a su presa. Era solitaria, solo estaba a gusto en mi compañía, su piel era de un color gris oscuro, salvo por un parche blanco ancho en el pecho que se hacía más notorio en sus carreras vespertinas. Siempre me daba seguridad, cuando cazaba, esperaba quieta e inmutable mi orden para correr veloz y atacar a la presa que yo le indicase.
En cuanto a mí, cumplí con parte del ritual de guerra, me había rapado la cabeza para favorecer la cacería. Estaba agazapada, inmóvil durante la espera. Kui! me había explicado lo que tenía que hacer. El propulsor8 se ajustaba a mi mano, mi !koïn9 a escondidas lo había fabricado en particular para mí, él decía con orgullo altisonante que yo era distinta y que sabía cómo y cuándo usarlo; a pesar de que carecía de práctica alguna, poseía una destreza natural que lo asombraba y enorgullecía. No era un juguete como algunos pensaban, era un arma para la caza y eso para mí tenía un significado especial. Sentí la suavidad de la madera y cada parte del propulsor adaptada a mi mano y mis dedos. La otra mano, transpirada y tensa, tenía agarrada un venablo10 duro, nuevo y punzante para herir al animal elegido. Un arbusto me cubría casi totalmente. Tenía a los animales frente a mí, a no más del alcance de un tiro de piedra. Había tenido la precaución de ponerme contra el viento, para que la manada no sintiese mi olor. A varios pasos a mi izquierda, veía cómo la suave brisa que corría jugaba con las plumas de avestruz que, unidas a unos palos sobre un pequeño árbol, aparentaban a un hombre parado y vigilante, situación planeada para desviar a la manada indecisa hacia un embudo de cazadores bien escondidos entre la maleza. Miré a un lado y observé a Kui! Me hacía señas muy sutiles. Debía esperar. Un chasquido lejano, en lenguaje clic,11 hizo que Kui! se moviera con sigilo. Él y los otros habían detectado a la presa en el tumulto de animales. Era un venado viejo que cojeaba al caminar. Los cazadores que estaban al otro lado comenzaron a golpear con palos los arbustos cercanos, eso produjo una fuerte corrida de la manada.
Sin mirar, fui colocando el venablo sobre el propulsor, mis dedos temblorosos retrasaban la acción. Sentí la tensión en todos mis músculos. El tiempo pareció detenerse, hasta el vuelo de un tejedor12 recortado en el cielo se hacía lento y mágico. Muy dentro de mí, presentía que algo importante iba a pasar.
A pesar de ello, no quitaba los ojos de Kui!, lo admiraba por su espíritu positivo y valiente, tenía el don de la alegría aun en los momentos difíciles y una capacidad de concentración e inmovilidad que lo mimetizaba con el entorno. Estaba atento y presto ante el peligro de la estampida, mantenía en línea su fuerte brazo con su lanza de punta de cuerno, con la vista fija en el venado seleccionado.
Alguien del grupo, más alejado del resto, rompió una rama bajo su pisada, la manada vibró, olía el peligro y comenzó a correr con furia hacia mí. Espantada, atiné solo a cubrirme detrás del tocón de un viejo árbol quemado. Angustiada, me preguntaba: “¿Habría molestado a algún espíritu o roto algún tabú para semejante estampida?”.
Aterrorizada, sentí los golpes de las astas y las cabezas de los venados contra el árbol, que corrían desesperados en tropel. Entre la nube de tierra, divisé a Kui! en el momento justo en que clavaba y empujaba su lanza con toda su fuerza en el vientre del animal elegido. Mis pensamientos, por un instante, me sumieron en el descuido. Sentí un fuerte golpe en la cabeza y al instante aparecieron nítidos los ojos negros de Umbwa que en ningún momento se separó de mí. Un gusto dulce a sangre me invadió la boca, fue lo último que recordaría. Caí suavemente como abrazada por la tierra.
Me hundí en un sopor, flotando en un sueño tibio, rodeada de una manada de venados que daban giros