Victoria Dahl

E-Pack HQN Victoria Dahl 1


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      Se dirigió hacia su despacho, indicándole a Molly que lo siguiera.

      —Eh… Ben… —dijo ella mientras corría tras él—. He roto tu taza, y lo siento muchísimo. Si hay alguna manera de conseguir otra igual…

      —Hola, Brenda —dijo él, antes de mirar de nuevo a Molly—. ¿Qué taza?

      Brenda terminó de barrer y salió de allí, saludando a Ben con un gesto de la cabeza e ignorando por completo a Molly, que estaba allí angustiada, retorciéndose las manos.

      —La taza que te regaló tu madre cuando te nombraron Jefe de Policía. ¡Lo siento muchísimo —dijo. Al ver que él la miraba con exasperación, como si estuviera loca, ella dejó de retorcerse las manos.

      —Seguro que sobreviviré a esa pérdida. Ni siquiera sé de qué taza estás hablando. Mi madre me manda alguna de vez en cuando.

      —Ah. Bueno. Bien —murmuró Molly, y le lanzó a Brenda una mirada fulminante. Sin embargo, no pareció que la recepcionista se acobardara. Le devolvió la misma mirada asesina.

      —Bueno, bueno —dijo Molly, y se sentó—. Creo que tengo una idea sobre quién podría ser mi acosador.

      Ben se sentó también.

      —¿Quién?

      —Bueno… —Molly estiró el brazo hacia atrás y cerró la puerta del despacho—. ¿Sabes eso de que nosotros estamos no saliendo?

      —No.

      —Sí, sí lo sabes. Y tú has dicho que nunca sales con mujeres de Tumble Creek.

      —Cierto.

      —Entonces, ¿te dedicas a no salir con ellas de la misma forma que estás no saliendo conmigo? Ya sabes, con muchas relaciones sexuales y besuqueos y flirteos.

      Él apenas se movió, pero estaba tan tenso que la silla chirrió bajo él.

      —Porque cualquier mujer mortal podría interpretarlo erróneamente.

      —Molly, no.

      —Bueno, pues yo creo que hay alguna mujer en este pueblo con la que tú has salido. Y creo que viene por mí. ¿Quién es?

      —No hay nadie —gruñó él.

      —¡Tiene que haber alguien! ¿Me estás diciendo que no te has acostado con nadie en el invierno durante una década entera?

      Él pestañeó dos veces, y perdió algo de su seguridad.

      —¡Ajá! —exclamó Molly, inclinándose hacia delante y señalándolo con el dedo índice—. ¡Mentiroso!

      —Oh, por el amor de Dios. No es ella.

      Aquella pequeña palabra de cuatro letras. Ella. Y una úlcera en el estómago de Molly.

      —Oh —dijo, frotándose la cintura. Creía que estaba muy segura de su teoría, pero claramente no lo estaba tanto, porque de ser así, aquella palabra no le habría causado tantos celos.

      —Solo he salido con una mujer —insistió Ben—. Y no puede ser ella.

      —¿Quién? ¿Y por qué no?

      —Porque lleva seis años casada, y tiene cuatro niños.

      —Entonces, tal vez esté aferrada a sus fantasías juveniles. ¿Quién era? —insistió Molly—. Y solo porque tenga niños no tiene por qué haber perdido las habilidades para el acecho, que yo sepa.

      —Aparte del hecho de que haya tenido su último hijo el lunes pasado, supongo que eso puede ser cierto.

      —Oh. Está bien, ¿quién es?

      —¿Celosa?

      —¡Acaba de dar a luz! No, no estoy celosa.

      Al menos, no mucho.

      Ben sonrió. Era todo arrogancia y triunfo.

      Ella se sintió un poco boba en aquel momento. Su teoría no había tenido ningún éxito, y Ben tenía una exnovia sobre la que no quería contarle nada. Así que ella también sonrió desdeñosamente.

      —También había venido a enseñarte la nota de amenaza que encontré pegada en mi puerta.

      La silla de Ben volvió a chirriar, porque él se lanzó hacia delante con ímpetu y se golpeó la rodilla con el escritorio.

      —¿Qué?

      Ella agitó la mano para quitarle importancia.

      —Ven a casa y trae lo necesario para tomar las huellas. Yo no sé más de lo que sabes tú. Tal vez te llame luego, Jefe.

      El asombro y la frustración de Ben la ayudaron a enmascarar mejor sus sentimientos mientras salía de la comisaría. Eso demostraba lo mezquina que era.

      Pese a sus falsas ilusiones de independencia, Molly iba a dormir en casa de Ben otra vez. Ni siquiera sintió culpabilidad por su dependencia de él, porque él mismo le había dejado bien claro que iba a esposarla y llevarla a la fuerza antes de dejarla dormir allí. Además, al día siguiente era sábado, y ella no quería estar en su casa. Así que Molly subió a la furgoneta de Ben y fingió que estaba enfadada, sin dejar de pensar en aquellas esposas ni un momento.

      —Tu coche va a estar fuera de servicio durante unos días. Yo te llevaré donde necesites ir.

      Molly negó con la cabeza.

      —En realidad, creo que Lori tiene un coche que puede prestarme.

      Él la miró con los ojos entrecerrados.

      —Yo te llevaré donde necesites ir —repitió.

      ¿Había movido la boca para decir aquello? Vaya, él también estaba de mal humor.

      —De acuerdo —dijo Molly alegremente.

      No quería que él empezara a sermonearla por no haberlo llamado al encontrar la nota, por haber dejado pasar un día entero antes de contárselo, y por no tomarse aquello en serio. Molly suspiró solo con pensarlo, y se preguntó cómo iba a conseguir su coche al día siguiente.

      Sin embrago, cuando se despertó el sábado por la mañana, con el trasero pegado a la cadera de Ben, tuvo una idea brillante. Cameron llegaría al pueblo en las próximas horas, y ella no quería que se cruzara con Ben. Así que se llevaría a Ben fuera del pueblo.

      —¡Ben!

      —¿Ummm?

      —Necesito ir a Grand Valley esta mañana.

      —Ummm —murmuró él. Rodó y se tumbó de costado, y le apretó contra el trasero a Molly su erección matinal.

      —¡Holaaa! —dijo ella—: ¡Ah, hola! —añadió, al notar que él metía la mano entre sus piernas sin preliminares. Aunque ella no necesitaba ninguno, en realidad. Él la hizo ronronear en segundos.

      Oh, Dios. Dios… aquello era tan maravilloso… Y notaba su erección contra la nalga, como una promesa de que iban a llegar cosas mejores. Pero…

      —Espera, tengo que… ducharme. Tengo que… ah… Yo… necesito ir a Grand Valley.

      —No te preocupes, esto solo nos llevará un minuto.

      Molly se rio. Cualquier excusa para quedarse allí era bienvenida.

      —Estate quieta, nena.

      —¡Para! —le dijo. Estaba agitándose de la risa, pero él la besó en el cuello y, con la rodilla, le colocó la pierna sobre su muslos—. Cuenta hasta diez y esto habrá terminado.

      —Eh, se supone que no tengo que reírme cuando tú… ¡Oh! Umm…

      Pero él era un mentiroso, después de todo, y se pasaron más de veinte minutos riéndose, gruñendo y suspirando antes de que él hubiera terminado con ella. Entonces se le coló en el turno