que estés disgustado. La mitad del periódico trata sobre nosotros, así que, ¿por qué no estás disgustado?
—Tengo problemas, Molly, pero estoy trabajando en ellos. El hecho de que me asocien contigo no es ningún problema.
—¿Cuál es?
—Preferiría tirarme por un precipicio antes de sufrir otro escándalo en mi vida. Hasta el momento, nuestra relación no tiene nada de escandaloso, salvo que es una diversión para los vecinos. En cuanto a tus secretos… No me gusta mucho eso, pero si yo no puedo sonsacártelos, seguramente Miles tampoco podrá averiguar de qué se trata. Tú dices que no es nada ilegal ni inmoral, y yo tengo que creer que no es nada que pudiera destrozar mi carrera profesional ni mi reputación.
Ella esperaba que se refiriera a su reputación profesional.
—No soy ningún riesgo para tu profesión, te lo prometo.
Él la miró con seriedad.
—Además —continuó después de una pausa—, Miles le ha contado a todo el mundo que tal vez haya habido un allanamiento de morada en tu casa, y que tal vez fuera un voyeur. Todo el pueblo está sobre aviso, así que estás más segura.
Eso tenía sentido. Salvo que ella no le había contado todo lo que había que saber. Si aquello tenía algo que ver con Cameron, se lo contaría aquel sábado. O después del sábado. La semana siguiente, sin duda.
—Siento que tu familia esté tan preocupada —le dijo él con un suspiro—. Le expliqué a tu hermano que seguramente es un delito de oportunidad, y que el delincuente no tuvo éxito.
—Sí.
Él la miró de nuevo, y Molly volvió la cara hacia la ventanilla.
—¿Por qué tendré la sensación de que me estás ocultando algo importante?
Pese a que pudiera parecer lo contrario, a ella nunca se le había dado bien mentir, así que se rindió ante lo inevitable y volvió a mirarlo.
—Ayer me acerqué a The Bar para recoger mi coche, y no arrancaba.
—Sí, lo vi en el garaje. Me imaginé que era un problema del motor.
—No. Lori me ha llamado esta mañana. No era la batería, ni el arranque, ni el motor. Alguien cortó el sistema eléctrico. Y sabotearon los frenos.
—¿Cómo?
—Lori no estaba segura de si querían estropear ambas cosas, o no sabían lo que hacían.
—¿Me estás diciendo que alguien quería que te quedaras sin frenos?
—No lo sé.
—¿Por qué no me has llamado? —le preguntó él con la voz ronca.
—Al principio… tenía la sensación de que solo era una broma pesada. No tiene sentido.
—Alguien quiere asustarte o hacerte daño, Molly. ¿Por qué?
—No lo sé.
—Tienes que tener alguna idea.
Sí, la tenía, pero la había descartado. No era idiota. Se había pasado toda la mañana llamando a los chicos de Cameron, intimidándolos. Y nadie le había parecido culpable. Ni lo más mínimo.
Incluso se había derrumbado y había llamado al teniente de Cameron. El hombre apenas había tolerado la llamada, pero después de recibir el consentimiento de un encantador Cameron, le había dado los detalles del horario de la semana anterior de su subordinado. Era imposible que hubiera tenido cuatro horas para ir a Tumble Creek, sabotear su coche, espiarla, entrar en su casa y volver a Denver. Estaba trabajando una hora después de que ella hubiera encontrado abierta la puerta trasera de su casa.
—Mierda —gruñó Ben. Tomó su teléfono, marcó un número y esperó. No hubo respuesta, y él soltó otro juramento. Molly oyó el débil sonido de la voz del contestador automático de Lori, que pedía que dejaran un mensaje—. Lori —dijo él—. Voy a ir a tu garaje mañana a primera hora para inspeccionar el coche de Molly. Mientras, no lo toques —le ordenó. Después añadió—: Y no puedo creerme que no me hayas llamado.
Colgó y arrojó el teléfono al salpicadero.
—Y tú.
Molly se encogió al sentir su furia.
—Tú vas a decirme ahora mismo quién puede querer hacerte daño.
—¡No lo sé! ¡Te lo prometo! Cuando vivía en Denver nunca me sucedió nada por el estilo. Es alguien de Tumble Creek, o alguien que tiene algo que ver con el pueblo.
—¿Como quién? Yo no recuerdo que tú tuvieras enemigos en el instituto, ni fuera de él.
—No llamaba la atención.
Ben agitó la cabeza. Tenía los nudillos blancos de apretar el volante.
—No se me ocurre ningún sospechoso. En el pueblo hay un ladrón de coches, pero está reformado y ahora tiene setenta y cinco años. Y un agresor sexual fichado, pero él prefería a los chicos adolescentes.
—Ah, bueno. Quiero decir, no tiene nada de bueno, pero…
—Esta mañana se me ha ocurrido que puede ser Miles quien ha entrado en tu casa para registrarla en busca de una gran historia… Pero no. No lo veo haciendo algo así. ¿Lo has visto más veces de las que esperabas últimamente?
—No —respondió ella en un susurro.
Su ansiedad había ido en aumento durante todo el día, y a medida que se acercaban a casa, a su casa grande y solitaria, no pudo soportarlo más.
—¿Podría dormir hoy en tu casa? —le preguntó a Ben con un hilillo de voz.
Ben la miró.
—Por supuesto que puedes dormir en mi casa —dijo. Le tomó la mano y se la besó—. O eso, o yo me instalo con mi saco de dormir en tu porche.
—Cualquiera de las dos cosas. Como tú quieras.
Él volvió a besarle la mano, acariciándole los nudillos con los labios, en un gesto distraído que a Molly le puso el vello de punta.
—Hemos encontrado dos grupos de huellas en tu casa, que no eran mías ni tuyas. Seguramente serán de tu tía o de alguno de los de la compañía de mudanzas, pero voy a enviarlos al laboratorio forense. ¿Notaste que alguno de los de la mudanza te prestara demasiada atención?
—No, que yo sepa.
—De acuerdo. Mañana por la mañana voy a ir a ver tu coche —dijo Ben. Respiró profundamente y exhaló un suspiro—. Vaya, Molly.
—Sí, ya lo sé.
Él le agarró la mano durante todo el camino de vuelta a casa, y la acompañó mientras ella recogía las cosas que necesitaba para pasar la noche fuera. Después de girar la llave en sus enormes y flamantes cerraduras de acero, se marcharon, y antes de que ella se diera cuenta estaban en el garaje de Ben.
Se sentía excitada por el hecho de pasar la noche protegida por un policía tan grande y tan sexy, y fue olvidando su tensión poco a poco. Ella había estado en su casa cuando era la de su madre, pero ahora era de Ben.
Esperaba la típica decoración masculina; nada reseñable. Y era casi cierto. Cuando su madre vivía allí, las paredes eran de color lila y rosa, con algún toque de verde. Las alfombras eran rosas. Un estilo clásico de los años ochenta. Molly se había quedado impresionada a los once años.
El rosa había desaparecido. Ella se preguntó cuántos minutos habrían pasado entre el momento en que su madre le vendió la casa y el momento en que él quitó las alfombras. Ahora el suelo de madera estaba desnudo y las paredes eran blancas.
Había un sofá gigante de cuero marrón y desgastado y una televisión. Casi todo era típico de un hombre soltero, salvo por dos detalles.
Había