a mí también, Ben, por favor —le rogó Molly. Entonces se estremeció de frío y Ben, entre maldiciones, se quitó el abrigo y se lo puso por los hombros. Ella se arrebujó en su calor y tragó saliva para que no se le cayeran las lágrimas—. Cuando dije que no tenías derecho a nada, quería decir que quiero que respetes mis derechos. Me conoces desde que era niña, pero ahora tengo una vida entera, y la vivo así por buenas razones. ¿No puedes respetar eso?
Él siguió mirándola en silencio, fríamente. Sin embargo, ella notó que la tensión había disminuido. Ben, con las manos en las caderas, bajó la cabeza y miró al suelo. Después suspiró y volvió a mirarla.
—Lo siento —dijo—. Tanto secreto me ha causado angustia, y me he sobrepasado. Me disculpo.
—¿De verdad? —preguntó ella, que estaba a punto de echarse a llorar.
—Molly, no —dijo él al darse cuenta, y se acercó. Entonces le tomó la cara entre ambas manos, y cuando ella intentó frotarse la nariz, no pudo porque su brazo estaba en medio.
—¡Tengo que sonarme la nariz! —gimoteó.
—Shhh. No pasa nada.
—Sí, sí pasa. ¡Estoy desnuda y tengo mocos!
—Si te doy un pañuelo, ¿vas a dejar de llorar?
En vez de esperar la respuesta, Ben fue hacia la cocina, y apareció dos segundos más tarde con una caja de pañuelos de papel que le entregó a Molly inmediatamente.
Molly se sonó la nariz.
—Disculpa.
—No llores.
—Es que… no sé. Es tarde.
—¿Quieres que me vaya?
Aquella pregunta le provocó a Molly otro acceso de lágrimas, y tuvo que sonarse la nariz de nuevo.
—¿Quieres irte?
Ben sacudió la cabeza.
—No, pese a todo lo que he dicho. Parece que soy un idiota sin orgullo y con muy poco control sobre sí mismo, porque lo que quiero hacer en realidad es llevarte a la habitación y echar más leña en la estufa.
—Pero si todavía no has comido nada.
—He perdido el apetito. Pero me tomaré una taza de vino contigo, si me invitas.
Por fin, Molly sonrió. Parecía que él había aceptado la derrota, pero aquello solo había sido temporal. Pronto iba a terminar todo, así que ella pensaba disfrutarlo hasta el último minuto.
—Por supuesto que sí —dijo, y se dio la vuelta para volver a la habitación—. Las tazas están encima del lavaplatos. ¿Nos vemos en el dormitorio?
Cuando ella se había acurrucado bajo la manta, él ya estaba subiendo las escaleras. Entró en el cuarto con dos vasos de zumo llenos de vino blanco.
—Tu… eh… tetrabrick está casi vacío, braguitas sexis.
—Hay otro en la despensa, y no llevo bragas.
—Sí, ya me he dado cuenta —respondió él mientras se sentaba junto a ella en la cama y le daba uno de los vasos.
—Entonces, ¿tenemos una tregua?
—Sí. Dejaré el tema, pero solo por ahora, Molly. En algún momento tendrás que decidirte entre tus secretos o yo. No puedo ofrecerte nada más que eso.
—No me esperaba nada más.
Ambos bebieron en silencio, hasta que la tensión empezó a desaparecer.
—Deja que te prepare algo de comer —se ofreció Molly, pero él negó con la cabeza.
—Estoy cansado. Me apetece dormir un poco.
—¿De verdad?
A ella debió de notársele mucho que se había alarmado, porque Ben se echó a reír.
—No, no es verdad. Solo estaba buscando una excusa para quitarme la ropa y meterme en la cama contigo.
—Una excusa, ¿eh? ¡Se me ocurre una idea! ¿Y si tenemos relaciones sexuales?
—Cariño, eres todo un genio.
Él se había desnudado en menos de un minuto, y le dijo:
—Preservativos. Esta vez quiero estar preparado.
—¡Como un buen Boy Scout! —exclamó ella, y señaló la mesilla de noche. Él abrió el cajón.
Iba a meter la mano para sacar los preservativos, pero la sacó rápidamente.
—¿Qué demonios es eso?
Molly se puso de rodillas para mirar por encima del hombro desnudo de Ben.
—Ah, es el pequeño Azulito.
—No es tan pequeño.
—No, en realidad no. Es un nombre cariñoso.
Él tocó cuidadosamente, con un dedo, el juguete sexual.
—Entonces, ¿usas… eh… esa cosa?
—Eso me temo —respondió Molly. Estaba ruborizándose cada vez más, así que le señaló el paquete de preservativos—. Sácalo. La reunión comienza dentro de dos minutos.
—Ummm —dijo él, y siguió observando el interior del cajón. Después se volvió hacia ella, y después volvió a fijarse en el cajón—. ¿Puedo mirar?
—¿Mirar? ¿Mirar el qué?
Él tomó el vibrador.
—No importa —dijo. Sin embargo, cuando se giró hacia ella de nuevo, tenía una gran sonrisa de picardía en los labios—. No me gusta limitarme a mirar.
Presionó uno de los botones con el pulgar, y el juguete comenzó a vibrar. Ben frunció las cejas de la sorpresa, pero la sonrisa no se apagó.
—Túmbate, Molly. Ben quiere jugar.
—¡Espera un segundo, pervertido!
Sus gritos y sus risas se acallaron muy pronto y se convirtieron en jadeos, porque Ben comenzó a probar ángulos y colocaciones diferentes, con una completa concentración en lo que estaba haciendo.
El último pensamiento coherente de Molly fue que los hombres silenciosos siempre le sorprendían a una. Y, claramente, Ben había pasado años en silencio.
Habían desaparecido en el interior de la casa varias horas antes. No tenían ni la menor idea de que alguien los estaba vigilando. Molly no parecía nerviosa. De hecho se estaba riendo. Se había apropiado de Ben Lawson como la pequeña prostituta que era, pensando que no tenía nada de que preocuparse ahora que contaba con la protección de un hombre fuerte.
Era necesario aumentar su sensación de vulnerabilidad, destruir su seguridad y su confianza. Pero no en aquel momento, cuando estaba con el Jefe. Él solo había ido a su casa para tener relaciones sexuales, y seguro que se marcharía muy pronto.
Parecía que había habido una oportunidad poco después de que hubieran entrado. La puerta se había abierto después de media hora. Solo se veía el borde de aquella puerta, porque la ocultaba el enorme pino negro que había al borde de la parcela de Molly.
En la luz que salía por el hueco de la puerta se había movido una sombra. Se había oído el murmullo de unas voces que hablaban en tono de angustia y de ira.
Parecía que, después de terminar con el sexo, se habían hartado el uno del otro.
Si Ben Lawson se hubiera marchado en aquel momento, habría sido posible pasar toda la noche registrando la casa de aquella fulana y decidir cuál era la mejor manera de asustarla, de ahuyentarla. Sin embargo, la puerta se había cerrado, y al final, la casa se había quedado oscura y en silencio.
Pero no importaba. Él se marcharía