vez.
—¿Dónde lo has encontrado?
—Dímelo —insistió él—. Dime que no tiene nada que ver con esta noche.
Ella agitó la cabeza con confusión.
—¿A qué te refieres?
—A la ropa interior sexy, a las medias. ¿Te las has puesto por mí, o porque te lo ha pedido otro?
—¿Quién?
—¿Y cómo quieres que lo sepa? ¿Quién te pide que te pongas ropa sexy, Molly? ¿El sargento Kasten? ¿O uno de tus clientes?
¿El sargento Kasten?
—¿Lo has mirado en Internet, incluso después de que yo te pidiera que no lo hicieras?
—Responde a mi pregunta.
—¡No! ¡Yo no soy la sospechosa de ninguno de tus casos! No he hecho nada malo. Ni siquiera soy tu novia, así que deja de comportarte como si tuvieras derecho a algo.
La expresión de frustración de Ben se convirtió en una de frialdad.
—Entiendo. Gracias por recordarme que no soy nada para ti. Lo necesitaba.
Ben recogió su camisa del suelo.
A ella se le encogió el estómago. Sintió pánico y arrepentimiento, y se tapó el pecho con la sábana.
—No puedes pedirme que aguante estas acusaciones constantes. Te he dicho lo que podía decirte, ¿por qué no lo dejas así?
—Porque no puedo.
—Solo tienes que confiar en mí.
—Estás de broma. ¿Y si yo tuviera un trabajo misterioso que ni siquiera quisiera mencionar? ¿Y si eludiera cualquier pregunta personal con una bromita tonta? ¿No crees que eso te inquietaría?
—Si no puedes soportarlo, entonces déjame en paz, don Perfecto.
—Muy bien. Yo no soy perfecto, Molly, pero no voy a vivir como si esto fuera un Programa de Protección de Testigos. Soy normal, y parece que tú perdiste el contacto con ese estado hace mucho tiempo.
—¡Vete a la mierda! —gritó ella mientras él salía de la habitación. Seguía sintiendo pánico. ¿Por qué había dicho esas cosas? ¿Y por qué demonios se le había olvidado aquella maldita nota en el vestíbulo, si había tirado todo lo demás?
Saltó de la cama y bajó corriendo, desnuda, las escaleras.
—¡Ben! ¡Espera!
Sintió una ráfaga de aire helado que entraba por la puerta, pero cuando Ben la vio bajando así los escalones, cerró de golpe.
—Vuélvete a la cama, Molly.
—Espera. Lo siento. No debería haberte dicho eso.
—No tienes por qué disculparte. Algunas veces la verdad es dolorosa.
—No, escucha… Yo…
Cuando, por fin, él la miró a los ojos, Molly lamentó no estar vestida. No había ni una gota de chocolate fundido en aquella mirada. Ella estaba ante un muro de café sólido. Ben era el Jefe de la Policía, y ella era una mujer desnuda que estaba causando estragos en su mundo.
—Ben, lo siento. Sé que esto es difícil de aceptar.
—Es imposible de aceptar. Si estuviéramos saliendo te diría adiós y te explicaría por qué rompemos. Pero como no estamos saliendo… me marcho.
—Esa nota no significa nada.
—Me alegro de saberlo —dijo él, y tomó el pomo de la puerta.
—¡Espera! Ben, lo siento. Tú no lo entiendes…
—Claro que no. ¿Vas a apartarte de la puerta, o quieres que todo el mundo te vea?
Molly se cruzó de brazos.
—No me voy a ir a ningún sitio hasta que me escuches.
—¿Es que tienes algo que decirme, o solo quieres distraerme otra vez?
—Esa… esa nota no significa nada, y yo nunca me había puesto la ropa interior roja para nadie, salvo para ti.
—Estupendo. ¿Eso es todo?
Claramente, Ben no aceptaba más jueguecitos. Ella podía dejar que se marchara, o ceder un poco. Pero solo era miércoles, y ella quería estar con él por lo menos hasta el sábado. Era hora de aplicar la estrategia.
—Está bien. Tenías razón en cuanto a Cameron. Es mi exnovio. Lo dejamos hace seis meses. Eso está completamente acabado.
—Pero él te sigue mandando ropa interior, y quiere que te la pongas. Para él.
—Se engaña. Y yo he tirado su regalo a la basura. No ha tenido nada que ver con lo de esta noche.
—Entonces, ¿por qué todos esos secretos? ¿Y por qué las mentiras?
—Yo no he menti…
—Me dijiste, específicamente, que él no era un exnovio.
—Está bien. Eso fue una mentira. Pero tú y yo ni siquiera nos habíamos besado cuando te lo dije. No estoy obligada a contarle mi vida privada a todo el que me pregunta.
—¿Y ahora?
—¿Ahora? Ahora ya te lo he dicho.
—No me has dicho nada —replicó él, y se movió hacia la puerta—. Será mejor que te apartes de ahí.
El pomo giró.
La puerta se abrió y el viento helado entró en la casa. Ben salió, y ni siquiera miró hacia atrás para ver si ella se había escondido.
—¡Está bien! ¡Para! Salí con Cameron durante menos de un año. Es oficial de policía, pero eso tú ya lo sabes. Es negociador de secuestros del Departamento de Policía de Denver. Rompí con él hace seis meses porque… porque es muy manipulador. Y desde entonces no he tenido muchas citas.
Ben volvió a entrar y cerró lentamente. Sin embargo, volvió a hablar con tanta frialdad como antes.
—¿Y qué tiene él que ver con tu trabajo?
—Nada. Yo nunca le conté nada de mi trabajo.
Él la miró con incredulidad.
—Sí, claro.
—Es cierto. En realidad, él tampoco me hizo demasiadas preguntas sobre eso. Ya ves cómo era nuestra relación.
—¿Y saliste con él durante un año?
—Sí. Estaba… confundida.
—Está bien. Y si rompiste con él hace tanto tiempo, ¿por qué sigue enviándote ropa interior?
—Ha sido un malentendido. Él pensaba que iba a venir a visitarme. ¡Yo no! —añadió rápidamente, al ver que Ben enrojecía.
Él se pasó una mano por el pelo y se apoyó en la puerta.
—¿Eso es todo? ¿No vas a contarme nada más?
Molly se frotó los brazos. Estaba helada.
—Te lo he dejado claro desde el principio, Ben. Mi trabajo es algo privado. He sido sincera en eso, y me parece que tú eres el deshonesto.
—¿Yo?
—Has sido traicionero. Has buscado información en Internet, has llamado a mi hermano y has investigado como si yo hubiera hecho algo malo. Creo que incluso has podido llamar a Cameron.
—No lo he hecho.
—¿No? De acuerdo. ¿Cuántas veces has buscado mi nombre en Google esta semana?
—Eso… eso es aceptable. Todo el mundo lo hace.
—Yo