es.
–Aunque para ser justos, habías pasado como una apisonadora por mis planes sin ninguna consideración por mis sentimientos.
Tenía razón, pero Theo no era de los que se disculpaban.
–Tal vez.
–En cualquier caso, no es excusa –continuó Kate–. Lo siento. Mis padres hacían mucho hincapié en los buenos modales –una sombra de tristeza cruzó por su mirada–. Bueno, que te agradezco mucho la oferta –dijo bruscamente–. Y de paso te doy también las gracias por haber cerrado ese sitio web. Me llegaron algunos correos perturbadores. Hay mucha gente enferma.
–¿Qué esperabas? –preguntó Theo–. Eres un caso bastante único. Una mujer de veintiséis años virgen en esta época es bastante inusual.
Kate se encogió de hombros.
–Supongo que sí.
–¿Cuál es el problema?
–No es asunto tuyo –Kate ladeó la cabeza–. Y además, ¿por qué quieres saberlo?
Buena pregunta. Apenas la conocía, y no tenía ninguna intención de ayudarla con aquello. ¿De dónde diablos había salido esa idea?
–Tengo curiosidad.
–No me parece un tema apropiado para una conversación entre jefe y empleada –contestó Kate–. Además, todavía estoy en periodo de prueba.
Ahí no había ningún problema. Theo había hablado con el responsable de contabilidad para saber si había que despedirla. Afortunadamente no, el trabajo de Kate era excelente y constituía un miembro confiable y valioso del equipo.
–Eres excelente en tu trabajo –afirmó–. Pasarás el periodo de prueba. Y hemos cruzado la línea entre jefe y empleado en el momento en que intentaste acceder a Los ángeles de Belle desde un ordenador de mi propiedad.
–En cualquier caso, no.
–Muy bien, de acuerdo –dijo Theo, molesto consigo mismo por insistir–. Ya puedes irte.
Kate vio cómo Theo señalaba en dirección a la puerta antes de volver a centrar la atención en el ordenador, y pensó que nunca la habían echado de ningún sitio de forma tan directa. Ella se había negado a jugar a la pelota, y Theo perdió interés.
Pues muy bien. No tenía el menor interés en compartir los problemas relacionados con su inexistente vida sexual con su jefe, nada menos. No quería ni imaginarse lo humillante que resultaría.
Y, por lo tanto, iba a hacer lo que él le pedía. En aquel instante. Iba a levantarse y a volver a casa, donde podría repasar tranquilamente lo sucedido en aquella conversación surrealista y luego pellizcarse para creerse que por fin habían terminado sus problemas económicos.
Entonces, ¿por qué no se movía? ¿Por qué sentía como si tuviera el trasero pegado a la silla? ¿Por qué le latía el corazón tan deprisa que le parecía que se le iba a salir del pecho? No podía estar pensando en contárselo, ¿verdad?
Pero para su horror, cada vez se sentía más tentada a hacerlo. ¿Qué estaba pasando? ¿Le había aplicado Theo algún tipo de psicología inversa y por eso de pronto deseaba desesperadamente compartir con él hasta el último detalle? ¿O se debía simplemente a que ahora que había experimentado una pizca de interés por su parte, quería más? Y de pronto ya no tuvo fuerzas para resistirse.
–Bueno, si de verdad quieres saberlo –dijo vagamente confiando en no haberse sonrojado–, se debe principalmente a mi altura–. Cuando cumplí quince años ya medía un metro ochenta. Era desgarbada y torpe, y mucho más alta que los chicos de mi clase. Había muchas otras chicas entre las que elegir, chicas normales.
–Tú no tienes nada de anormal –afirmó Theo deslizando la mirada por su cuerpo y encendiéndole la piel.
–No todo el mundo piensa eso –contestó Kate, decidida a ignorarlo–. En cualquier caso, fue una época difícil. Mis padres acababan de morir y mi hermana de doce años estaba en el hospital luchando por sobrevivir. La vida tal y como la había conocido quedó hecha pedazos.
Theo apretó las mandíbulas de modo casi imperceptible.
–Tardé un tiempo en superar la pérdida de mis padres, la nueva realidad de mi hermana y la culpa porque mi hermano tuviera que dejar la universidad para cuidar de mí. Y cuando estuve mejor, me di cuenta de que los hombres adultos también se sentían intimidados por mi altura. Al parecer resulta intimidante.
–Eso es patético –gruñó Theo.
Kate se encogió de hombros, como si los años de rechazo que habían mutilado su autoestima no tuvieran importancia.
–Bueno, las cosas fueron como fueron. Así que durante la época que mis compañeros de universidad salían con otras personas, yo estudiaba. Saqué las mejores notas posibles y ahora tengo un trabajo que me encanta.
–A mí tu altura no me resulta intimidante –afirmó Theo sin apartar los ojos de los suyos ni un instante.
–Normal –respondió ella sintiendo un escalofrío en la espina dorsal–. Eres un hombre de negocios de gran éxito con el mundo a su alcance. Dudo que te dejes intimidar por nada.
–Te sorprendería.
Los labios de Theo se curvaron en una media sonrisa, y Kate se dio cuenta de que le costaba trabajo respirar. Se sentía atrapada en su mirada. En llamas.
–En cualquier caso –continuó ella, sorprendida por aquel repentino deseo–, tu experiencia con la altura es seguramente muy distinta a la mía. ¿A que a ti nadie te ha preguntado cómo es el tiempo en las alturas, ni te ha sugerido que te dedicaras al baloncesto?
–No.
–Me lo imaginaba. El problema es que te abracen –afirmó Kate asintiendo con la cabeza.
Aunque no sería un problema si fuera Theo quien la abrazara, ¿verdad? Podría perfectamente esconder la cabeza en su cuello. El cuerpo se le ajustaría perfectamente al suyo. Y podría saber con exactitud lo duro y musculoso que estaba…
Pero, ¿qué le ocurría? Tenía que salir de allí cuanto antes. Si se quedaba allí, quién sabe qué más podría desvelar. Ya se había humillado suficiente. No se había callado desde que empezó a hablar.
–Bueno, pues ahí lo tienes –dijo esbozando una sonrisa débil–. La razón por la que sigo siendo virgen. Básicamente, nadie me desea. Y ahora debería irme, seguro que tienes mucho trabajo y ya te he robado bastante tiempo. Así que siento lo de la página web en el trabajo, y, eh, gracias por todo… Sí, será mejor que me vaya. A menos, por supuesto, que quieras algo más…
Capítulo 3
ALGO más?
Dios.
Pasaban tantas cosas por la cabeza de Theo que no sabía cómo desenredarlas. No entendía cómo era capaz de controlar la situación. Si hubiera sido consciente del caos que iba a desencadenar Kate, no le habría preguntado nada.
Cuando le contó todo lo que había pasado, se le revolvió todo el cuerpo. Cuando mencionó a la gente que le había rechazado durante años, apretó los puños y sintió el deseo de golpear algo por primera vez en catorce años, seis meses y diez días. Y luego estaba el deseo, el anhelo profundamente inapropiado de querer demostrarle a Kate lo que su propio cuerpo era capaz de sentir. De lo que serían capaces de hacer juntos.
La fuerza de su reacción hacia ella no tenía sentido. No era en absoluto la mujer más hermosa que había conocido, y Theo siempre había preferido la sofisticación de la experiencia antes que la ingenuidad. No tenía ninguna razón para sentirse así cerca de ella. Era demasiado visceral, demasiado dramático y completamente inaceptable.
Nunca había sentido nada así con anterioridad, pensó