como un tambor!
Cantaron hasta muy entrada la noche. La noche muy alta, el callejón del Salto, río de luna, alargaba sus voces.
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El fogón cerró sus párpados de ceniza.
* *
El sol había salido ya. Tiritaban las piedras, el agua, los árboles. Lentamente las sombras se habían echado al pasto, a las cuevas, a los pies de las montañas, dormían en el fondo del agua.
Los carretoneros regresaban con sus caballos a uncirlos al trabajo diario.
A esa hora, la pareja roncaba envuelta en sus sacos. Detuvieron sus cabalgaduras. Algo anormal había sucedido. Celso, hincado ante el cuerpo de su mujer, permanecía inmóvil, los ojos fijos. Los cabellos de Herminia pegados de cieno, todos sus harapos estilando agua sucia. Avanzaron hacia el hombre. Celso miraba, concentrado todo su espíritu, a su mujer muerta, a quien había sacado ahogada del cequión. Examinó a los carretoneros con mirada de sonámbulo. Cubrió los flácidos pechos de su mujer. Hurgó los harapos, tocó los cabellos, el corpiño. Cogió algo diminuto con fino cuidado, lo puso en la palma de su mano tiznada.
–¡Muerto!–dijo, y lo sopló. Miró a los carretoneros, la cara tirante, y rompió a reír a carcajadas, apretándose los ijares, presa de la más extraña agitación.
–¡Se ahogaron todos! ¡Se ahogaron todos! –y huyó al camino.
–¡Vengan a ver –gritaba, abocinando los labios– la miseria, la miseria, ya se ahogaron todos, todos! –corría desalentado a la ciudad.
–¡Se ahogaron, sí! –dijo a un desconocido casi derribándolo. –¡La verdad, la verdad! –gemía. Extenuado, cayó contra las piedras de la vereda, rompiéndose la cara. Requerido por el bastón de carabinero, rodeado de curiosos, abrió unos ojos extraviados, habló sollozando, mordiéndose las manos, y fue lo único que dijo:
–¡Dios mío, l’Herminia se ha vengao! ¡Se ahogaron todos los piojos!
V
Horacio compró todo el cesto de choros. Rogó a la vieja que se los guisase conforme a su oración. Bebía copiosamente.
La Chenda requirió el arpa; sus dedos picoteaban las cuerdas, como gaviotas pescando en el hervidero de plata de las olas.
–Canta La Perdiz, niña. Yo, la burra adelante, y el rey Humberto te ayudaremos –aquella canción la había aprendido la vieja en su rincón de campo natal. ¡Que de recuerdos sabrosos le traía! Ella se la había enseñado a la Chenda, reclamándola de la graciosa muchacha cada vez que empinaba el codo de la alegría.
–Siempre cuesta empezar, niña. Después se va una como por pendiente, y paga sus gustitos, Chenda. No todo es gozar.
La Chenda arrancó los más preciosos sones al arpa. Enseguida, empezó la tonada, olorosa a campo chileno. Voz velada, ardiente:
Una perdiz hizo nido,
a orillas de un pajonal,
por hacerlo tan arriba
perdió su marido.
Y respondió la voz cascada, de bruja, de la vieja Pistolas:
Por hey andará,
por hey andará,
viendo a sus amigas.
Terció la voz profunda y magnífica del rey Humberto:
No me hable
que vengo muy mojao,
hey pegao un trompezón
y me hay embarrao.
Enojada, celosa, lo reprendió la Chenda; contrapunteándose con el rey:
Eso decís, mal agradecío,
que con mi trabajo
te tengo vestío.
Y el rey, con el puño en alto, acercándose airado a la arpista:
Calla, Perdiz, atrevía,
te doy un chopazo
y te dejo aturdía.
Y los tres cantaron el estribillo:
Por hey andará,
por hey andará,
viendo a sus amigas.
–¡Piojos, piojos, montones de piojos, epidemias de piojos en sacos en el granero de los pobres, desde el horrendo trigal de la miseria! ¡Ladillas encarnadas, garrapatas, baratas, ratas hambrientas! ¡Roncan las comisarías y los porotos inmundos de las cárceles! Alejandro en el calabozo dentro de ronquidos y rasquidos. Ronca la noche dentro de la noche. El universo dentro del universo ronca como un gran pecho agitándose, ahogándose, rascándose... Grog gr gr gr fuhhhh grog...
–¡Ah, uno muere solo, irremediablemente solo, en la más espantosa soledad! ¡Hasta aquí no más me llegó a mí! ¡Hasta aquí no más me llegó a mí! –llora el tonto solo, individualista. En cambio ¡qué hermosa es la muerte brazo a brazo con el hermano, con nuestro hermano, en la acción heroica, guerreando por el sentido de la tierra!
Horacio cayó en su más negra tristeza.
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