a ninguno en mi propia casa. Pero, de lejos, están bien.
Walker intentó no pensar en que los demás arrendatarios y él eran como animales de un zoo para Rayleen. La miró a los ojos, y le dijo:
–Solo serán unos meses, Rayleen. Por favor. De verdad, yo me encargo de que no juegue al hockey en el piso. De hecho, si se le ocurre algo así, yo mismo la echo del piso a patadas.
Rayleen frunció el ceño.
–Malditas mujeres. Van a empezar a reproducirse como conejos en el edificio. Cada vez que me doy cuenta, hay otra.
–Por favor, Rayleen. Hazlo por mí –le pidió él, tomándole ambas manos alrededor de la baraja.
Ella apartó las manos.
–Está bien, pero déjate de tonterías. Puede venir, pero que no pinte las paredes de rosa, ni ponga visillos. Esto no es un gallinero.
Walker le dio un beso en la mejilla antes de que ella pudiera reaccionar.
–Te debo una, Rayleen.
Ella se ruborizó mientras lo apartaba de un empujón.
–Vamos, déjame. Vete a la barra a ser guapo antes de que cambie de opinión –gruñó.
Walker se acercó a la barra y sonrió a Jenny.
–¿Esa cerveza? –le preguntó, empujando el vaso hacia ella.
–¡No puedo creer que lo hayas conseguido!
–Bah, Rayleen es una buenaza.
Jenny se echó a reír con tantas ganas, que tuvo que agarrarse a la barra.
–Sí, sí. Tú sigue diciéndote eso.
Sin embargo, Walker sabía que estaba en lo cierto. Rayleen era inofensiva, y Charlie le iba a caer muy bien. Estaba completamente seguro.
–¡Ah, Charlotte, aquí estás!
Charlie apretó los dientes al oír la voz de Dawn Taggert, pero sonrió y se dio la vuelta para saludarla. Sabía que lo más probable era que su jefa estuviera en aquella fiesta. Después de todo, la futura madre que había organizado la reunión para recibir los regalos que sus amigas iban a hacerle al bebé era otra chica como Dawn y como ella, que recibía invitaciones para todos los clubes de actividades extraescolares, pero a ninguna fiesta.
En aquella época, todas eran buenas chicas y, hasta aquel momento, ella era la única que había caído en desgracia, y Dawn se lo recordaba a la menor oportunidad.
Al verla, se dio cuenta de que Dawn se acercaba en compañía de la anfitriona, abriéndose paso entre la gente. Charlie esbozó una sonrisa forzada.
–¡Sandra! ¡Enhorabuena! Muchísimas gracias por haberme invitado. Hacía muchísimo que no nos veíamos.
–Sí, es cierto –dijo Sandra, mientras le daba un abrazo a Charlie.
–Estás guapísima –le dijo ella, y era cierto. Llevaba una melena corta parecida a la de Dawn, aunque Dawn tenía el pelo más rubio.
–Tú también estás estupenda.
–Gracias.
Charlie se pasó la mano por el jersey que se había puesto encima del vestido, con algo de azoramiento. No se sentía estupenda. Le parecía que no tenía gracia ni estilo, que estaba demasiado delgada y que su ropa era demasiado recatada, además de llevar unas bailarinas totalmente planas. Llevaba sin vestir así desde que había ido a las entrevistas para entrar en la universidad, y había estado intentado cambiar su imagen. Pero Dawn se había empeñado en que la responsable de seguridad de su hotel no podía llevar tacones y ser efectiva. Charlie tuvo ganas de decirle que se sentía mucho más efectiva e imponente con tacones y una falda ajustada, pero, por desgracia, no estaba en situación de discutir.
–Tienes una casa preciosa –le dijo Charlie a Sandra.
–Gracias. Peter la compró para darme una sorpresa cuando me hicieron socia.
Socia. Claro. Las dos carraspearon y se movieron con incomodidad, pero Dawn intervino rápidamente:
–Hablando de trabajo, Charlie, ¿te importaría ir temprano mañana? Vas a tener que hacer unas cuantas horas extra estas próximas semanas, antes de la apertura del hotel.
Charlie apretó los dientes al ver cómo apartaba Sandra la mirada. Sandra estaba incómoda, sí, pero también estaba intentando contener la sonrisa.
–He estado yendo temprano todos los días de esta semana. No será un problema.
–Sí, ya lo sé, aunque me sorprende, sabiendo cómo son tus horarios –dijo Dawn, y se volvió hacia Sandra–. Creía que habría sentado la cabeza después del lío que hubo en Tahoe, pero…
Las dos mujeres la miraron con lástima, pero, en realidad, esa lástima se parecía sospechosamente a la avidez. Después de todo, los escándalos eran algo delicioso, por lo menos, cuando era un escándalo sobre otras personas. A ella también le gustaban los escándalos y el cotilleo hasta hacía unos meses.
No quería ponerse a la defensiva, pero estaba sufriendo otro ataque, y eso la irritaba. Aunque, por lo menos, Dawn estaba disimulando su desagrado con amabilidad, en aquella ocasión.
–Todas las noches me las he pasado trabajando desde que me vine a vivir aquí –dijo, lentamente, con cautela.
–Sí, claro –respondió Dawn, con una sonrisa maliciosa–. Por eso el responsable de las instalaciones se quedó anoche en tu casa hasta las diez.
A Charlie se le borró la sonrisa. Últimamente estaba preocupada por si sus preocupaciones no eran más que paranoia, pero aquello era la confirmación de lo contrario: Dawn la había estado espiando.
–Estábamos trabajando –dijo ella, al final.
–Ya, ya –respondió Dawn.
Sandra le dio unas palmaditas en el brazo.
–Bueno, Charlie, nos alegramos de que hayas vuelto al buen camino.
El buen camino. Claro. Por ese motivo había regresado a Jackson, ¿no?
Había pasado unos cuantos meses perdida, encerrada en un apartamento que ya no podía permitirse y aterrorizada por lo que pudiera depararle el futuro. Sin embargo, ya había recuperado el control. Estaba trabajando mucho y llevando una vida discreta. Con la cabeza agachada. Mordiéndose la lengua. Con fuerza.
–Estoy haciendo todo lo que puedo con ella –dijo Dawn, como si fuera un proyecto suyo.
Teniendo en cuenta el espionaje al que la había sometido, no era una idea muy equivocada. Sin embargo, ella ya no podía ser el proyecto de Dawn. Estaba furiosa. Quería soltarle un par de verdades, pero no podía.
Estaba atrapada. Cada vez le costaba más contenerse, pero no podía perder aquel trabajo.
Su teléfono vibró justo en aquel momento y le proporcionó una buena excusa para escapar.
–Disculpadme, pero tengo que contestar. Puede ser algo de trabajo.
Antes de que se hubiera alejado, oyó que Dawn decía:
–No sé qué le ocurrió. Era tan prometedora…
Charlie cerró los ojos, respiró profundamente y contestó a la llamada. Era su caballero andante, su primo Nate, que la llamaba para darle exactamente la noticia que ella quería escuchar.
–Oh, Dios mío –susurró–. ¿De verdad lo has conseguido? Estoy allí dentro de veinte minutos. ¡No te muevas!
En aquella ocasión, cuando volvió a la fiesta, no le costaba sonreír. En absoluto.
–¡Sandra! –exclamó, y se acercó a ella para que se dieran otro falso abrazo–. Tengo que irme, pero enhorabuena otra vez. Vas a ser una madre estupenda.