Serafín Sánchez Cembellín

Platón en Anfield


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      platón en anfield

      Serafín Sánchez

      A Mari Carmen, Lidia, Raúl y a mis padres.

      A menudo me pregunto qué sería yo sin ellos.

      «Algunos creen que el fútbol es una cuestión de vida o muerte, pero es algo mucho más importante que eso.»

      Bill Shankly, entrenador del Liverpool fc entre 1959 y 1974

      Prólogo

      Este libro no tiene especial pretensión de verdad. Su intención es fundamentalmente pedagógica, y está escrito con la esperanza de acercar la filosofía a las gentes a través del fútbol; por eso la mayoría de sus afirmaciones deben entenderse desde una perspectiva metodológica.

      He intentado que el texto no fuera excesivamente denso ni complejo, a pesar de eso, mi intención ha sido no caer en tópicos para así poder proporcionar una información digna y útil. Esa es la razón por la que algunos capítulos pueden ser leídos con rapidez, mientras que otros requieren una lectura más tranquila.

      Este ensayo se enmarca dentro de la convicción personal acerca del compromiso que los profesionales de la filosofía tenemos a la hora de llevar esta disciplina a la gente. Es importante demostrar que la filosofía no tiene porqué ser una reflexión propia y exclusiva de una minoría, sino que muy al contrario, tiene todo que ver con lo que somos, con nuestra propia vida.

      En segundo lugar he de decir que también está presente en este trabajo la pretensión de llevar a cabo una reflexión filosófica acerca del fútbol; y esto principalmente por dos razones:

      La primera, parte de la obligación, que todo pensador tiene, de encarar y ocuparse de aquellas cuestiones, asuntos o actividades que son importantes para el ser humano, y el fútbol se quiera o no, es un acontecimiento que mueve la voluntad y los sentimientos de millones de personas.

      La segunda, se basa en la idea de que ese acontecimiento que es capaz de movilizar e influir en la vida de tantas personas, puede ser utilizado como un instrumento esencial a la hora de conseguir que tomemos conciencia de nuestro compromiso moral, no solo para con los demás, sino también para con nosotros mismos. Desde esta perspectiva, el fútbol tiene que servir para reivindicar y ejercitar la solidaridad y el respeto entre los seres humanos.

      Madrid, julio de 2012

      1

      Papá: ¿por qué somos del Atleti?

      No soy atlético, vive Dios que nunca lo he sido; sin embargo, con el paso del tiempo he aprendido a valorar a este entrañable club, hasta el punto de que no mentiría si dijera que le tengo un cierto aprecio. Jamás hubiera imaginado una cosa así en mis años mozos.

      Bien es verdad que eso de apreciar es algo que se acaba aprendiendo con el paso del tiempo y este hecho, en el caso de los rivales futbolísticos, aparece muy claro en cuanto que uno acaba dándose cuenta de que tu propia identidad futbolera depende en buena medida de dichos rivales.

      Es muy probable que los hinchas de River no puedan ver a los de Boca y viceversa, como tampoco los del West Ham a los del Milwall, los del Inter a los del Milan... en fin, podríamos poner tantos ejemplos que nos costaría acabar. Pero lo cierto es que todos deberían reflexionar sobre el hecho de que la existencia del rival hace que sus colores tengan mucho más sentido para ellos. Creo que ser, por ejemplo del Celtic tiene mucho más sentido porque existe el Rangers, ser del Madrid significa más porque el Barça siempre está al acecho.

      Definitivamente, y por mucho que me cueste admitirlo, creo que si el Barcelona dejara de estar ahí, le acabaría echando de menos. Ganar la Liga, cuando se puede, ya no sería lo mismo.

      Pero volvamos al Atlético. Volvamos porque al Atleti uno le acaba cogiendo cariño por su especial forma de ser y es de este asunto sobre el que me gustaría reflexionar hoy.

      Aquellos que gusten de la filosofía sabrán que tradicionalmente su origen suele ser entendido como el paso del mito al logos, es decir, la filosofía como amor a la sabiduría nació cuando unos cuantos griegos, en el siglo vi a.C. intentaron responder a las preguntas fundamentales y últimas, no por medio de mitos y leyendas, sino en base a argumentos racionales.

      Aquellos sabios y curiosos hombres sustituyeron entonces la idea de arbitrariedad por la de necesidad, y de repente las cosas ya no pasaban por capricho de los dioses, sino porque había razones y causas. Resultó que esas cosas tenían un conjunto de propiedades permanentes y constantes que les hacían comportarse siempre de la misma forma, con una regularidad asombrosa, hasta tal punto de que ese comportamiento se podía no solo conocer sino también predecir.

      Así nació la filosofía, y de paso, ni más ni menos que la ciencia.

      Lo cierto es que a esa forma de ser permanente o constante que tenían los seres de este mundo la llamaron los griegos esencia, y pensaron que para conocer de verdad algo había que ser capaz de llegar a su esencia. Nosotros, por ejemplo, podemos aparecer cada día con un aspecto diferente, pero más allá de eso seguiremos siendo los mismos, lo que quiere decir que nuestra esencia se mantiene idéntica más allá de los cambios. De aquí surge, en cierto modo, el concepto griego de verdad: Aletheia, que viene a significar desvelar, quitar el velo de las apariencias para acabar encontrando las esencias, la verdadera realidad de las cosas.

      Se lanzaron pues los griegos a la búsqueda de las esencias y entendieron que para captarlas era necesario llevar a cabo un esfuerzo intelectual. Tales esencias no se captaban por medio del conocimiento sensorial, sino por medio de la reflexión, a través de la razón. Por poner un ejemplo pensemos en el hecho de que yo puedo ver muchos cuadrados, pueden ser de colores y tamaños diferentes, pero eso que comparten, el concepto de cuadrado, su esencia, no puedo verlo con los ojos.

      Los primeros filósofos trataron de buscar esas esencias en el ámbito de la naturaleza, de lo físico. Pero cuando Sócrates apareció en escena provocó un vuelco importante en el contexto filosófico al poner, de una manera incontestable, al hombre en el punto de mira de la filosofía.

      Sócrates empezó pues a reflexionar sobre el hombre y se aplicó a la búsqueda de las dichosas esencias pero ahora en el ámbito de lo ético y de lo político. Descubrimos entonces que este es un ejercicio nada desdeñable y que para atacarlo era preciso en primer lugar reconocer nuestra ignorancia. El famoso solo sé que no sé nada.

      Supongamos ahora que en vez de cuadrados, lo que tenemos es un conjunto de acciones que hacen que califiquemos de bondadosos a sus autores. Muy seguramente todos estamos convencidos de que sabemos qué es la bondad, pero si nuestro amigo Sócrates nos pidiera que se la definiéramos, es decir, que seamos capaces de explicar en qué consiste esa cualidad que parecen compartir los autores de dichas acciones, empezarían nuestros problemas. Sócrates nos estaría peguntando por la esencia de la bondad.

      Lo cierto es que cuando a uno le gusta la filosofía y el fútbol, no puede por menos que acabar estableciendo una cierta relación entre ellas, y así, aunque os parezca una locura, yo me he encontrado a veces a mí mismo reflexionando sobre la esencia del Atlético de Madrid.

      Tiendo a pensar, y lo digo en serio, que por alguna razón, una creación humana, como en este caso un club de fútbol, y en concreto el Atleti, ha adquirido o tiene una esencia que le define, que le hace ser lo que es y que va más allá de las apariencias o múltiples aspectos que en un momento dado pueda llegar a presentar. Vamos a intentar imitar el ejercicio de Sócrates para adentrarnos en esa búsqueda de este otro tipo de esencia, la esencia atlética.

      Desde que tengo uso de razón, si ese ha sido alguna vez el caso, he visto pasar decenas de entrenadores por este equipo. Gente tan dispar en criterios y concepción del fútbol como Menotti y Clemente, pasando por Antic, Aguirre, Pastoriza o el inigualable y magnífico Luis Aragonés. Soy consciente de que faltan casi todos, pero para muestra un botón. Sobre los jugadores más de lo mismo, ni siquiera voy a entrar en nombres, se los dejo a los atléticos.

      La cuestión es que fuera cual fuera el proyecto de cada año, el Atleti siempre era el Atleti manifestándose en él, de manera constante, una serie de rasgos y características que por más que se intentaran reprimir, acababan emergiendo.