del exilio y lo que Laila Hotait denomina “la creación de la patria de la nostalgia”, hasta el rescate por el cine del Sur libanés shií, ignorado y marginado en las narrativas oficiales. Es también el enorme impacto de la cuestión palestina, primero por la instalación de multitud de refugiados desde la Nakba de 1948 y, después, cuando la olp tuvo que instalarse en el Líbano, hasta su expulsión por la invasión militar israelí de 1982, dejando una huella imborrable con la matanza en los campos de refugiados de Sabra y Chatila. Y asimismo lo es el Líbano de la posguerra y de la nueva guerra llamada “de los treinta días” que provocó Israel en 2006, o las dificultades a las que se enfrenta la necesaria reconciliación nacional y la aplicación de la justicia transicional. Pero también cuestiones sociales como la familia y las mujeres, la vida diaria, y, cómo no, Beirut, el gran microcosmos de todo el Líbano. En consecuencia, concluye Laila Hotait, “las películas han sido realizadas desde la relación más original del cineasta con el país, los acontecimientos y, a modo de reacción, frente a ellos”. Un libro imprescindible para comprender una vertiente cultural tan significativa como lo es el cine libanés desde la necesaria perspectiva de su experiencia política y sociohistórica.
Finalmente, quisiera expresar sque me es igualmente grato al escribir este prólogo recordar a mi colega y amigo Alberto Elena y los buenos ratos que pasamos juntos con Laila como directores ambos de su tesis doctoral, origen de este libro. Su prematura ausencia nos ha dejado huérfanos del amigo y de su sabiduría.
Gema Martín Muñoz
Agradecimientos
Primeramente, agradezco enormemente el esfuerzo de los que fueron mis directores de tesis de doctorado, Premio de Excelencia Académico en la Carlos III de Madrid, que fue el proyecto origen del libro que tienen ahora entre manos, la Dra. Gema Martín Muñoz y el recientemente fallecido Dr. Alberto Elena (1955-2014), ambas personas brillantes que leyeron y corrigieron a cuatro manos los múltiples y diferentes borradores, siempre exigiendo un poco más, a la vez que generosamente ofreciendo una gran cantidad de información y consejos.
Asimismo agradezco el tiempo dedicado a lo largo de los años a numerosos cineastas, críticos, historiadores y agentes culturales libaneses que amablemente han compartido conmigo sus historias y han contestado mis muchas preguntas y dudas o escuchado mis hipótesis. Entre ellos: Najat Al-Ashqar, Henry Zafer Azzar, Nigol Bezjian, Emile Chahine, Dalia Fatahallah, Georges Nasser, Khalil Joreige, Samir Habchi, Michel Kammoun, Eliane Raheb, Ghassan Salhab, Hady Zaccak y Moustafa Yamout (Zico).
Por último, quiero dar las gracias a dos personas claves, sin cuyo soporte esta obra no hubiera sido posible. A Rosa Isabel Martínez Lillo, sin cuyo amor, sabios consejos y sostén no hubiera terminado la redacción de este trabajo, y a la persona más importante, mi madre, Dolores Salas Serrano, a quien agradezco infinitamente su paciencia, cariño y empuje, pues es gracias a ella que este libro ve la luz.
Criterios sobre las transcripciones árabes
Respecto a las transcripciones de los términos en árabe, y en aras de facilitar la lectura, no se ha regido este texto por los cánones de transliteración de la escuela de estudios árabes, sino que hemos optado por simplificarla, acercándonos lo más posible a la pronunciación del español.
En cuanto a los nombres propios, se han mantenido las formas más habituales en que ya se encuentran escritos en textos con caracteres latinos.
En caso de no ser habituales o no encontrarlos en textos de lenguas latinas, se ha seguido el mismo criterio de simplificación y acercamiento a la pronunciación española.
Sí se han tenido en cuenta las letras solares y se ha sido fiel a su transcripción oral duplicando la letra: por ejemplo, transcribiendo “Az-za´tar” y no “Al-za´atar”.
En cuanto a la transcripción del resto de nombres, se ha seguido la siguiente normativa:
• Todas las letras árabes se han transcrito con su fonema más similar en español.
• Las vocales largas se han transcrito como vocales únicas:
La ا como a.
La و como u.
La ي como i.
• En el caso de:
La خ se ha transcrito como “j”.
La hamza se ha transcrito como: ´.
La ع se ha transcrito como: `.
Introducción.
El cine entreabierto
¿La hipótesis? Que el film, imagen o no de la realidad, documento o ficción, intriga naturalista o pura fantasía, es historia. ¿El postulado? Que aquello que no ha sucedido (y también, por qué no, lo que sí ha sucedido), las creencias, las intenciones, la imaginación del hombre, son tan historia como la historia.
Marc Ferro[1]
Los estudios audiovisuales pueden proveer de la oportunidad de conseguir una transformación de pensamiento a nivel general.
Susan Buck-Morss[2]
Entre 1945 y 2005, es decir, en un espacio de sesenta años, el Líbano ha vivido sólo dos periodos de paz relativa: los trece años que van de 1945 a 1958 y otros trece entre 1992 y 2005.
Marwan Iskandar[3]
El Líbano es un pequeño país de unos 10.000 km2 que no sólo experimenta conflictos internos, sino que también ha sido un Estado “caja de resonancia”[4] de los múltiples y variables intereses internacionales y regionales existentes en Oriente Medio. Por ello, la historia del cine en el Líbano no podría ser realmente comprendida si no es a la luz de una perspectiva sociohistórica local y regional. Es primordial señalar que el origen del conflicto parte, en gran medida, del hecho de que las diferentes comunidades confesionales que conforman el país tengan ideas contrastadas, a veces incluso opuestas, sobre la identidad libanesa y sobre cuáles deben ser las alianzas estratégicas regionales e internacionales del país. La semilla de estas disfunciones se encuentra en el origen mismo de la fundación del Estado libanés, surgido de un pacto entre Francia, la potencia colonizadora, y la comunidad cristiana maronita libanesa con la que la primera mantuvo un fuerte vínculo antes y después de la colonización. Un hecho que para una parte importante de su población significó el surgimiento de un país y una identidad inventados a conveniencia de Francia y con los que no se identificaban. Se podría, por tanto, decir que se generó entonces una memoria histórica que eclosionó en varios enfrentamientos y cuyo punto álgido se alcanzó en la larga guerra civil que transcurrió entre 1975 y 1991.
Son muchas las visiones, a veces las fantasías, que se pueden leer acerca del Líbano anterior a la guerra civil. Sin embargo, proponía el historiador libanés Georges Corm una visión muy interesante y nada idílica. Hablaba de las comunidades religiosas de la montaña libanesa como sociedades recelosas y autoexcluidas del resto de las grandes comunidades y de la región de las que formaban parte. Los maronitas vivían alejados del cristianismo mayoritario, y los musulmanes shiíes y los drusos también existían casi ajenos al islam ortodoxo o sunní.[5] Como contrapunto, en la zona costera vivía una población en permanente contacto con el exterior. Así, cuando a finales del siglo xix se produjo la primera emigración de aquellas tres comunidades hacia la costa, se generó la primera tensión.[6]
El Líbano fue una colonia francesa desde 1920 hasta 1943. Su emergencia como país y Estado data de la época de los Mandatos europeos concedidos por la Sociedad de Naciones tras la Primera Guerra Mundial, cuando esta región fue escindida de la administración otomana que la unía a Bilad ash-Sham (la Gran Siria); fue entonces cuando